José Carreño Figueras
Al margen de quien gane las elecciones del domingo, las relaciones con los Estados Unidos seguirán iguales y con los mismos temas que hasta ahora preocupan a los dos países: seguridad, economía, migración, narcotráfico.
Y aunque parezca una perogrullada, esas relaciones mantendrán su elevado perfil, su enorme complejidad y su extraordinaria amplitud.
Por años, los diplomáticos profesonales de los dos países han buscado formas menos de “blindar” la relación que de “compartamentalizarla” esto es, tratar de evitar que desacuerdos y aun choques en un tema compliquen todos los contactos entre los dos países.
Para algún “purista” de esos que se envuelven en la bandera a la menor oportunidad puede sonar a tratar de restarle importancia los insultos, reales o percibidos, que desde Estados Uniodos se lanzan a México, pero en realidad es un enfoque pragmático que permite los mayores desacuerdos sin que eso implique un quiebre general en los contactos entre los dos países.
La idea de compartamentalización es producto de una de esas crisis, justamente, cuando el secuestro, tortura y asesinato del agente estadounidense Enrique “Kiki” Camarena, en marzo de 1985 en Guadalajara. La crisis fue tal que afectó toda la relación, con cierres de frontera, intercambio de notas diplomáticas y un enfriamiento generalizado de la relación.
Pero ese choque impidió progreso en otros campos y eso, entonces era ya duro, ahora tendría consecuencias y daños económicos enormes para los dos países.
Y por eso es necesario recordar que para los estadounidenses, al menos para su gobierno, no importa quien gane sino que haga. Las relaciones están en tal nivel, que los gobiernos tienen relativamente poco espacio de maniobra a riesgo de crear olas que a ninguno de los dos resulta útil.
¿Porqué? Bueno, tal vez habría que empezar por tres cifras: el comercio bilateral alcanzó casi los 500 mil millones de dólares en 2011 y va en camino para igualarlos o superarlos en 2012; el número de empleos que depende de ese comercio, en ambos países, se cifra en varios millones.
El número de migrantes mexicanos en Estados Unidos se encuentra relativamente estable en unos once millones de personas, que en los últimos años han enviado un promedio de poco mas de 20 mil millones de dólares a sus familiares en México, lo que impacta de alguna forma a por lo menos otros 20 millones de mexicanos.
Hay por lo menos un millón de estadounidenses radicados en México y algunos cálculos hablan de hasta tres millones, lo que convierte al país en un problema real de seguridad nacional para el gobierno estadounidense: si tuvieran representación, habría tal vez cinco diputados en la Cámara baja del congreso de aquel país.
Siempre, por supuesto, ninguna relación está ciento por ciento a prueba de problemas y la posibilidad de conflictos está presente en todo momento en una relación tan vasta y compleja como la que tienen México y los Estados Unidos, pero el sentido común y el interés compartido pueden ayudar mucho a evitar males mayores…
Al margen de quien gane las elecciones del domingo, las relaciones con los Estados Unidos seguirán iguales y con los mismos temas que hasta ahora preocupan a los dos países: seguridad, economía, migración, narcotráfico.
Y aunque parezca una perogrullada, esas relaciones mantendrán su elevado perfil, su enorme complejidad y su extraordinaria amplitud.
Por años, los diplomáticos profesonales de los dos países han buscado formas menos de “blindar” la relación que de “compartamentalizarla” esto es, tratar de evitar que desacuerdos y aun choques en un tema compliquen todos los contactos entre los dos países.
Para algún “purista” de esos que se envuelven en la bandera a la menor oportunidad puede sonar a tratar de restarle importancia los insultos, reales o percibidos, que desde Estados Uniodos se lanzan a México, pero en realidad es un enfoque pragmático que permite los mayores desacuerdos sin que eso implique un quiebre general en los contactos entre los dos países.
La idea de compartamentalización es producto de una de esas crisis, justamente, cuando el secuestro, tortura y asesinato del agente estadounidense Enrique “Kiki” Camarena, en marzo de 1985 en Guadalajara. La crisis fue tal que afectó toda la relación, con cierres de frontera, intercambio de notas diplomáticas y un enfriamiento generalizado de la relación.
Pero ese choque impidió progreso en otros campos y eso, entonces era ya duro, ahora tendría consecuencias y daños económicos enormes para los dos países.
Y por eso es necesario recordar que para los estadounidenses, al menos para su gobierno, no importa quien gane sino que haga. Las relaciones están en tal nivel, que los gobiernos tienen relativamente poco espacio de maniobra a riesgo de crear olas que a ninguno de los dos resulta útil.
¿Porqué? Bueno, tal vez habría que empezar por tres cifras: el comercio bilateral alcanzó casi los 500 mil millones de dólares en 2011 y va en camino para igualarlos o superarlos en 2012; el número de empleos que depende de ese comercio, en ambos países, se cifra en varios millones.
El número de migrantes mexicanos en Estados Unidos se encuentra relativamente estable en unos once millones de personas, que en los últimos años han enviado un promedio de poco mas de 20 mil millones de dólares a sus familiares en México, lo que impacta de alguna forma a por lo menos otros 20 millones de mexicanos.
Hay por lo menos un millón de estadounidenses radicados en México y algunos cálculos hablan de hasta tres millones, lo que convierte al país en un problema real de seguridad nacional para el gobierno estadounidense: si tuvieran representación, habría tal vez cinco diputados en la Cámara baja del congreso de aquel país.
Siempre, por supuesto, ninguna relación está ciento por ciento a prueba de problemas y la posibilidad de conflictos está presente en todo momento en una relación tan vasta y compleja como la que tienen México y los Estados Unidos, pero el sentido común y el interés compartido pueden ayudar mucho a evitar males mayores…
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