Napoleón Gómez Urrutia
Las últimas décadas que ha vivido México se perdieron para el desarrollo, para la dignidad nacional y para la justicia social. Las perdió la nación entera, su pueblo y la historia moderna de México. Desearía presentar un panorama positivo, pero no se puede hacer otro balance de acuerdo con los resultados obtenidos, ni siquiera con la más optimista de las visiones.
Sólo basta observar las cifras de pobreza, más de 50 millones de habitantes. Y las de ricos y muy ricos, que apenas rebasan las 300 familias y, dentro de éstas, los 30 supuestos dueños de México. O las de muertes y desaparecidos por la absurda guerra contra el narcotráfico, que suman entre ambas más de 150 mil personas. O las cifras del desempleo, de más de 14 millones entre empleos formales e informales perdidos. O las cifras de la corrupción tanto gubernamental como privada, difícilmente calculables, pero que ascienden a centenares de miles de millones de pesos. O igualmente, la pérdida real del estado de derecho en renglones fundamentales, como la impunidad en que se encuentran los delitos de todo tipo, tanto los del fuero común como los de cuello blanco que ejecutan adinerados que violan la ley y hasta son premiados.
O las cifras de migrantes mexicanos a Estados Unidos en busca de un empleo que aquí no tienen, y que rebasan, según dramáticas mediciones reales, los 30 millones de personas, entre quienes ya se habían ido con anterioridad y quienes hoy se están yendo, lo cual representa todo un nuevo país migrante. O también las pérdidas de oportunidades para un desarrollo humano positivo, que igualmente se pueden medir en millones. Un panorama verdaderamente desolador.
Especialmente, la pasada década ha sido perniciosa para México y los mexicanos. No hay quien con un mínimo de conciencia de la realidad social, pueda advertir o alegar que estos recientes 12 años han sido de progreso y desarrollo económico y social. Por el contrario, todas las evidencias y datos duros de la realidad nos llevan a saber que estamos ante un desastre nacional mayúsculo bajo los gobiernos conservadores del Partido Acción Nacional. Lo que hizo el gobierno de Vicente Fox y lo que sigue haciendo el de Felipe Calderón es devaluar la función pública y dañar gravemente la imagen del país en el exterior, bombardeando a la población con fantasías mentirosas sobre el estado real de la economía, con la complicidad de los más poderosos medios de comunicación social debidamente alineados a lo que llaman un proyecto de nación, pero que no lo es. Inculcan en todos sus mensajes el miedo al cambio, un temor irracional a que las cosas sean mejores, pero una verdadera transformación sólo se alcanza perdiendo el rechazo a lo nuevo y luchando por un modelo más justo y equitativo de política económica y social.
El mejor camino que los mexicanos tenemos para transformar este estado de cosas, es únicamente el de la legalidad y especialmente el de las elecciones, sin asustarnos ante los cambios, sino con valor para reconstruir al país. Dentro de 10 días emitiremos nuestros votos. Contra lo que han venido afirmando con todo lujo de exageraciones algunas encuestas, esta elección no está decidida. Ni lo estaba de antemano cuando se inició el movimiento de los posibles candidatos presidenciales, ni lo está hoy, ante la evidencia de las nuevas expresiones públicas que se han registrado en el electorado, en gran medida en respuesta a esa campaña mediática que tiende a hacernos creer que ya está definido el resultado electoral del 1º de julio, y por un supuesto amplísimo margen de ventaja.
Pero en su estrategia de inyectar inseguridad e incertidumbre en la sociedad, dichas modificaciones en la inclinación electoral no las registran los medios que quieren que nada se modifique o se transforme en el país y que todo siga como hasta hoy. Ya ni siquiera juegan al Gatopardo, de cambiar siempre, para seguir siempre iguales, sino que persisten sospechosamente en mantener inalterables los resultados que ellos mismos inventan y emiten, encubiertos en encuestas de muy dudosa veracidad, cuando aún no ocurre el fenómeno del voto popular masivo.
Estamos ante la última oportunidad. La última que tenemos para sustituir una visión equivocada e injusta que quiere mantener el rumbo hacia el abismo. O México se renueva o nos espera un periodo más negro, destructivo y desolador que el de las últimas décadas perdidas. En estas elecciones, como quizás en ninguna anterior, está en juego el futuro real del país. O sin temor decidimos nuestro propio destino y elegimos el camino del cambio profundo de las estructuras políticas, económicas y sociales del país, o con miedo se mantiene el dominio de los intereses de unos cuantos sobre los de las inmensas mayorías. Eso es lo que efectivamente está en el debate nacional y ante las urnas electorales.
Ante este panorama, sólo cabe señalar que ¡basta ya! de que los mexicanos sean manipulados, antes por la compra, la coacción o la cooptación del voto, hoy por el manejo manipulador de la televisión y de otros medios de comunicación, que responden a los intereses de quienes desean que México siga siendo el mismo país de la explotación despiadada del trabajo humano, el de los bajos salarios, el del desempleo creciente, el de la inseguridad y el de la impunidad de los poderosos que cometen delitos. México debe cambiar. No está bien que se elija a lo malo por conocido y se olvide que lo bueno por venir está en la conciencia de un pueblo que ha enfrentado tremendos retos en el pasado histórico y ha salido adelante en ellos, con nuevas esperanzas siempre para un futuro mejor.
Hay que perder el despreciable miedo al cambio. Hace más de 2 mil años, el poeta latino Quinto Horacio, dijo: Quien vive con miedo nunca será libre. Los mexicanos de hoy estamos ante la última oportunidad. O cambiamos la actual ruta de desastre en que nos encontramos, o todos hundiremos más profundamente a nuestro gran país.
Las últimas décadas que ha vivido México se perdieron para el desarrollo, para la dignidad nacional y para la justicia social. Las perdió la nación entera, su pueblo y la historia moderna de México. Desearía presentar un panorama positivo, pero no se puede hacer otro balance de acuerdo con los resultados obtenidos, ni siquiera con la más optimista de las visiones.
Sólo basta observar las cifras de pobreza, más de 50 millones de habitantes. Y las de ricos y muy ricos, que apenas rebasan las 300 familias y, dentro de éstas, los 30 supuestos dueños de México. O las de muertes y desaparecidos por la absurda guerra contra el narcotráfico, que suman entre ambas más de 150 mil personas. O las cifras del desempleo, de más de 14 millones entre empleos formales e informales perdidos. O las cifras de la corrupción tanto gubernamental como privada, difícilmente calculables, pero que ascienden a centenares de miles de millones de pesos. O igualmente, la pérdida real del estado de derecho en renglones fundamentales, como la impunidad en que se encuentran los delitos de todo tipo, tanto los del fuero común como los de cuello blanco que ejecutan adinerados que violan la ley y hasta son premiados.
O las cifras de migrantes mexicanos a Estados Unidos en busca de un empleo que aquí no tienen, y que rebasan, según dramáticas mediciones reales, los 30 millones de personas, entre quienes ya se habían ido con anterioridad y quienes hoy se están yendo, lo cual representa todo un nuevo país migrante. O también las pérdidas de oportunidades para un desarrollo humano positivo, que igualmente se pueden medir en millones. Un panorama verdaderamente desolador.
Especialmente, la pasada década ha sido perniciosa para México y los mexicanos. No hay quien con un mínimo de conciencia de la realidad social, pueda advertir o alegar que estos recientes 12 años han sido de progreso y desarrollo económico y social. Por el contrario, todas las evidencias y datos duros de la realidad nos llevan a saber que estamos ante un desastre nacional mayúsculo bajo los gobiernos conservadores del Partido Acción Nacional. Lo que hizo el gobierno de Vicente Fox y lo que sigue haciendo el de Felipe Calderón es devaluar la función pública y dañar gravemente la imagen del país en el exterior, bombardeando a la población con fantasías mentirosas sobre el estado real de la economía, con la complicidad de los más poderosos medios de comunicación social debidamente alineados a lo que llaman un proyecto de nación, pero que no lo es. Inculcan en todos sus mensajes el miedo al cambio, un temor irracional a que las cosas sean mejores, pero una verdadera transformación sólo se alcanza perdiendo el rechazo a lo nuevo y luchando por un modelo más justo y equitativo de política económica y social.
El mejor camino que los mexicanos tenemos para transformar este estado de cosas, es únicamente el de la legalidad y especialmente el de las elecciones, sin asustarnos ante los cambios, sino con valor para reconstruir al país. Dentro de 10 días emitiremos nuestros votos. Contra lo que han venido afirmando con todo lujo de exageraciones algunas encuestas, esta elección no está decidida. Ni lo estaba de antemano cuando se inició el movimiento de los posibles candidatos presidenciales, ni lo está hoy, ante la evidencia de las nuevas expresiones públicas que se han registrado en el electorado, en gran medida en respuesta a esa campaña mediática que tiende a hacernos creer que ya está definido el resultado electoral del 1º de julio, y por un supuesto amplísimo margen de ventaja.
Pero en su estrategia de inyectar inseguridad e incertidumbre en la sociedad, dichas modificaciones en la inclinación electoral no las registran los medios que quieren que nada se modifique o se transforme en el país y que todo siga como hasta hoy. Ya ni siquiera juegan al Gatopardo, de cambiar siempre, para seguir siempre iguales, sino que persisten sospechosamente en mantener inalterables los resultados que ellos mismos inventan y emiten, encubiertos en encuestas de muy dudosa veracidad, cuando aún no ocurre el fenómeno del voto popular masivo.
Estamos ante la última oportunidad. La última que tenemos para sustituir una visión equivocada e injusta que quiere mantener el rumbo hacia el abismo. O México se renueva o nos espera un periodo más negro, destructivo y desolador que el de las últimas décadas perdidas. En estas elecciones, como quizás en ninguna anterior, está en juego el futuro real del país. O sin temor decidimos nuestro propio destino y elegimos el camino del cambio profundo de las estructuras políticas, económicas y sociales del país, o con miedo se mantiene el dominio de los intereses de unos cuantos sobre los de las inmensas mayorías. Eso es lo que efectivamente está en el debate nacional y ante las urnas electorales.
Ante este panorama, sólo cabe señalar que ¡basta ya! de que los mexicanos sean manipulados, antes por la compra, la coacción o la cooptación del voto, hoy por el manejo manipulador de la televisión y de otros medios de comunicación, que responden a los intereses de quienes desean que México siga siendo el mismo país de la explotación despiadada del trabajo humano, el de los bajos salarios, el del desempleo creciente, el de la inseguridad y el de la impunidad de los poderosos que cometen delitos. México debe cambiar. No está bien que se elija a lo malo por conocido y se olvide que lo bueno por venir está en la conciencia de un pueblo que ha enfrentado tremendos retos en el pasado histórico y ha salido adelante en ellos, con nuevas esperanzas siempre para un futuro mejor.
Hay que perder el despreciable miedo al cambio. Hace más de 2 mil años, el poeta latino Quinto Horacio, dijo: Quien vive con miedo nunca será libre. Los mexicanos de hoy estamos ante la última oportunidad. O cambiamos la actual ruta de desastre en que nos encontramos, o todos hundiremos más profundamente a nuestro gran país.
Comentarios