José Gil Olmos
En una reedición de la “guerra sucia” del 2006 que se lanzó contra Andrés Manuel López Obrador acusándolo de ser “un peligro para México”, esta semana el PAN y PRI emprendieron una serie de promocionales en contra el tabasqueño para hacerlo ver, una vez más, como un político violento.
Pero a diferencia de hace seis años, la nueva campaña priista-panista resulta ser un insulto para la ciudadanía por la burda manipulación de imágenes y sonidos que realizaron los dos partidos para detener la creciente del candidato de izquierdas en las encuestas que ya lo colocan con probabilidades de ganar el 1 de julio.
Durante dos meses priistas y panistas guardaron sus armas, pues no veían en López Obrador un riesgo en sus campañas electorales. Pero esos tiempos de paz se terminaron. Hoy que el aspirante de la izquierda muestra francas expresiones de apoyo en varios estados donde se han realizado simulacros electorales como Baja California, Distrito Federal, Oaxaca, Tabasco y Puebla, y que una buena parte del movimiento estudiantil está de su lado, las bayonetas de la “guerra sucia” vuelven a brillar.
Sin embargo, las condiciones son distintas. En el 2006 participaron en la campaña empresarios, Iglesia, medios de comunicación, el gobierno federal y el PAN. Todos juntos arrojaron las imágenes y mensajes de que si ganaba López Obrador habría desestabilización social y económica, las familias serían divididas y expropiaría la propiedad privada. Entonces muchos creyeron estas farsas y se fracturó la sociedad, sin que hasta ahora se haya resarcido esta brecha.
Hoy el PAN y PRI, al parecer, van solos y aunque tienen el apoyo de las televisoras, es evidente que los dos partidos cargan con sus propias historias de violencia y corrupción que no pueden borrar.
El gobierno panista de Felipe Calderón es el responsable de la violencia que sufre el país, en tanto que los gobernadores del PRI son los principales culpables de que en sus entidades el crimen organizado haya crecido tanto, dando paso a un sistema de corrupción e impunidad, así como miles de muertes y desapariciones.
Mientras el IFE se mueve con la lentitud de un elefante adiestrado y envejecido prematuramente para retirar los spots del PRI y el PAN, López Obrador ha pedido a intelectuales, escritores y a los propios consejeros, actuar desde ahora para detener esta “guerra sucia” que sólo provocaría incendiar los rescoldos de odio de hace seis años y fracturar nuevamente a la sociedad.
Si la apuesta de los panistas y priistas es tocar el botón de la memoria colectiva buscando generar el rechazo social a López Obrador, como si fuera un mecanismo automático, pisan un terreno resbaloso porque nadie puede controlar los efectos de una “guerra sucia”.
A diferencia del 2006, hoy el país vive una violenta crisis producto de la guerra contra el crimen organizado. Si a este terror se le suma una violencia electoral, las consecuencias podrían ser fatales, pues la espiral podría ampliarse a otros sectores de la sociedad, llamando a la mano dura del gobierno federal.
A sólo tres semanas de la elección presidencial, el panorama se vuelve turbio y los llamados a la cordura parecen llegar a oídos sordos de los estrategas del PRI y PAN, quienes en su desesperación por salvar a sus candidatos pueden ser capaces de iniciar una verdadera batalla ciudadana cuyas consecuencias se reflejaran en nuevos rompimientos del tejido social.
En una reedición de la “guerra sucia” del 2006 que se lanzó contra Andrés Manuel López Obrador acusándolo de ser “un peligro para México”, esta semana el PAN y PRI emprendieron una serie de promocionales en contra el tabasqueño para hacerlo ver, una vez más, como un político violento.
Pero a diferencia de hace seis años, la nueva campaña priista-panista resulta ser un insulto para la ciudadanía por la burda manipulación de imágenes y sonidos que realizaron los dos partidos para detener la creciente del candidato de izquierdas en las encuestas que ya lo colocan con probabilidades de ganar el 1 de julio.
Durante dos meses priistas y panistas guardaron sus armas, pues no veían en López Obrador un riesgo en sus campañas electorales. Pero esos tiempos de paz se terminaron. Hoy que el aspirante de la izquierda muestra francas expresiones de apoyo en varios estados donde se han realizado simulacros electorales como Baja California, Distrito Federal, Oaxaca, Tabasco y Puebla, y que una buena parte del movimiento estudiantil está de su lado, las bayonetas de la “guerra sucia” vuelven a brillar.
Sin embargo, las condiciones son distintas. En el 2006 participaron en la campaña empresarios, Iglesia, medios de comunicación, el gobierno federal y el PAN. Todos juntos arrojaron las imágenes y mensajes de que si ganaba López Obrador habría desestabilización social y económica, las familias serían divididas y expropiaría la propiedad privada. Entonces muchos creyeron estas farsas y se fracturó la sociedad, sin que hasta ahora se haya resarcido esta brecha.
Hoy el PAN y PRI, al parecer, van solos y aunque tienen el apoyo de las televisoras, es evidente que los dos partidos cargan con sus propias historias de violencia y corrupción que no pueden borrar.
El gobierno panista de Felipe Calderón es el responsable de la violencia que sufre el país, en tanto que los gobernadores del PRI son los principales culpables de que en sus entidades el crimen organizado haya crecido tanto, dando paso a un sistema de corrupción e impunidad, así como miles de muertes y desapariciones.
Mientras el IFE se mueve con la lentitud de un elefante adiestrado y envejecido prematuramente para retirar los spots del PRI y el PAN, López Obrador ha pedido a intelectuales, escritores y a los propios consejeros, actuar desde ahora para detener esta “guerra sucia” que sólo provocaría incendiar los rescoldos de odio de hace seis años y fracturar nuevamente a la sociedad.
Si la apuesta de los panistas y priistas es tocar el botón de la memoria colectiva buscando generar el rechazo social a López Obrador, como si fuera un mecanismo automático, pisan un terreno resbaloso porque nadie puede controlar los efectos de una “guerra sucia”.
A diferencia del 2006, hoy el país vive una violenta crisis producto de la guerra contra el crimen organizado. Si a este terror se le suma una violencia electoral, las consecuencias podrían ser fatales, pues la espiral podría ampliarse a otros sectores de la sociedad, llamando a la mano dura del gobierno federal.
A sólo tres semanas de la elección presidencial, el panorama se vuelve turbio y los llamados a la cordura parecen llegar a oídos sordos de los estrategas del PRI y PAN, quienes en su desesperación por salvar a sus candidatos pueden ser capaces de iniciar una verdadera batalla ciudadana cuyas consecuencias se reflejaran en nuevos rompimientos del tejido social.
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