Raymundo Riva Palacio
Sucedió recientemente en la casa del dueño de un periódico de la ciudad de México. Nueve gobernadores priistas cuando menos, fueron convidados a comer con la maestra Elba Esther Gordillo. A los ahí reunidos les admitió estar muy lastimada por la campaña negativa desatado en su contra durante esta temporada electoral, pero que no tenía duda alguna que Enrique Peña Nieto sería Presidente. Los detalles de ese encuentro difieren según quien los cuente, y de cómo lo interpretó, pero no hay duda de que gotea sangre.
Uno de los convidados aseguró que la maestra les pidió a todos que movilizaran el voto a favor de Peña Nieto para la Presidencia, no para Gabriel Quadri, el candidato del partido que fundó, Nueva Alianza, y apeló que ayudaran a que el Panal alcanzara una bancada poderosa en la próxima Cámara de Diputados. La maestra necesita esa fortaleza hoy más que nunca, cuando está en el epílogo de su carrera política –por decisión propia ante las estrellas que no tiene totalmente alineadas- y está heredando su capital político en vida a su familia, el poder legislativo de Nueva Alianza.
La maestra está herida, pese a la fuerza que muestra con sus interlocutores y la forma como se planta en público. Pero ya resintió los golpes –Josefina Vázquez Mota la tiene en la mira, Andrés Manuel López Obrador la considera su peor enemiga- y los deslindes –Peña Nieto asegura que ella nunca sería su secretaria de Educación-. Su relación con el presidente Felipe Calderón está congelada y por primera vez en el sexenio, tras la celebración del Día del Maestro le retiró la protección que le había dado ante los suyos y mandó el mensaje al cuarto de guerra de Vázquez Mota que no volvería a interferir para impedir ataques en su contra.
La maestra está pagando su soberbia y la sobre dimensión de su poder. Actúa sobradamente y piensa que en efecto, el magisterio es además de fuerza, una amenaza sobre quien intente oponérsele. Gordillo lleva varias semanas de enfrentamientos abiertos con el gobierno federal por el tema de la evaluación de los maestros, y chocó brutalmente con el secretario de Educación, José Ángel Córdova Villalobos, en quien pensó en algún momento este año como un posible candidato a la Presidencia, a quien amenazó con movilizar a los maestros en el país y cerrar carreteras si no cancelaban la evaluación. Le dijeron que no, y Gordillo tuvo que ir a negociar con el secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, que no fuera una evaluación universal sino sólo magisterial.
Pero aún ésta le incomodó. Soltó las trancas del sindicato de maestros y estimuló que la Coordinadora, fuerza disidente del sindicato del cual ella es líder vitalicio, fuera la primera línea de fuego. La Coordinadora, que abrevaba poder de dos ex gobernadores priistas de Oaxaca, y dos izquierdistas en Guerrero y el Distrito Federal, se había ido quedando sin respaldos políticos y financieros. Debilitados fueron a ver en secreto a la maestra para pedirle ayuda. A cambio, ellos serían los peones para que la amenaza esbozada en una entrevista con El País de Madrid sobre la movilización en carreteras, se hiciera realidad.
El choque se agudizó y la campaña en su contra también, que fue el tema de la comida con los gobernadores Carlos Lozano de Aguascalientes, Jorge Herrera de Durango, Eruviel Ávila del estado de México, Francisco Olvera de Hidalgo, José Calzada de Querétaro, Egidio Torre Cantú de Tamaulipas, Mariano González de Tlaxcala, Javier Duarte de Veracruz, y Miguel Alonso Reyes de Zacatecas, donde implícitamente pidió respaldo para ella, que se está jugando sus cartas personales con Enrique Peña Nieto. Lo debe tener claro. Con él, su salida del magisterio sería tersa y probablemente hasta con honores. Con Vázquez Mota sería brutal por el rencor que se tienen mutuamente. Con López Obrador, posiblemente la perseguiría para meterla en la cárcel. Gordillo se ha quedado sin amigos y con pocos aliados reales. En esa comida apretó el acelerador que siempre empuja cuando su olfato apunta a la sobrevivencia, que hoy parece más en riesgo que nunca.
Sucedió recientemente en la casa del dueño de un periódico de la ciudad de México. Nueve gobernadores priistas cuando menos, fueron convidados a comer con la maestra Elba Esther Gordillo. A los ahí reunidos les admitió estar muy lastimada por la campaña negativa desatado en su contra durante esta temporada electoral, pero que no tenía duda alguna que Enrique Peña Nieto sería Presidente. Los detalles de ese encuentro difieren según quien los cuente, y de cómo lo interpretó, pero no hay duda de que gotea sangre.
Uno de los convidados aseguró que la maestra les pidió a todos que movilizaran el voto a favor de Peña Nieto para la Presidencia, no para Gabriel Quadri, el candidato del partido que fundó, Nueva Alianza, y apeló que ayudaran a que el Panal alcanzara una bancada poderosa en la próxima Cámara de Diputados. La maestra necesita esa fortaleza hoy más que nunca, cuando está en el epílogo de su carrera política –por decisión propia ante las estrellas que no tiene totalmente alineadas- y está heredando su capital político en vida a su familia, el poder legislativo de Nueva Alianza.
La maestra está herida, pese a la fuerza que muestra con sus interlocutores y la forma como se planta en público. Pero ya resintió los golpes –Josefina Vázquez Mota la tiene en la mira, Andrés Manuel López Obrador la considera su peor enemiga- y los deslindes –Peña Nieto asegura que ella nunca sería su secretaria de Educación-. Su relación con el presidente Felipe Calderón está congelada y por primera vez en el sexenio, tras la celebración del Día del Maestro le retiró la protección que le había dado ante los suyos y mandó el mensaje al cuarto de guerra de Vázquez Mota que no volvería a interferir para impedir ataques en su contra.
La maestra está pagando su soberbia y la sobre dimensión de su poder. Actúa sobradamente y piensa que en efecto, el magisterio es además de fuerza, una amenaza sobre quien intente oponérsele. Gordillo lleva varias semanas de enfrentamientos abiertos con el gobierno federal por el tema de la evaluación de los maestros, y chocó brutalmente con el secretario de Educación, José Ángel Córdova Villalobos, en quien pensó en algún momento este año como un posible candidato a la Presidencia, a quien amenazó con movilizar a los maestros en el país y cerrar carreteras si no cancelaban la evaluación. Le dijeron que no, y Gordillo tuvo que ir a negociar con el secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, que no fuera una evaluación universal sino sólo magisterial.
Pero aún ésta le incomodó. Soltó las trancas del sindicato de maestros y estimuló que la Coordinadora, fuerza disidente del sindicato del cual ella es líder vitalicio, fuera la primera línea de fuego. La Coordinadora, que abrevaba poder de dos ex gobernadores priistas de Oaxaca, y dos izquierdistas en Guerrero y el Distrito Federal, se había ido quedando sin respaldos políticos y financieros. Debilitados fueron a ver en secreto a la maestra para pedirle ayuda. A cambio, ellos serían los peones para que la amenaza esbozada en una entrevista con El País de Madrid sobre la movilización en carreteras, se hiciera realidad.
El choque se agudizó y la campaña en su contra también, que fue el tema de la comida con los gobernadores Carlos Lozano de Aguascalientes, Jorge Herrera de Durango, Eruviel Ávila del estado de México, Francisco Olvera de Hidalgo, José Calzada de Querétaro, Egidio Torre Cantú de Tamaulipas, Mariano González de Tlaxcala, Javier Duarte de Veracruz, y Miguel Alonso Reyes de Zacatecas, donde implícitamente pidió respaldo para ella, que se está jugando sus cartas personales con Enrique Peña Nieto. Lo debe tener claro. Con él, su salida del magisterio sería tersa y probablemente hasta con honores. Con Vázquez Mota sería brutal por el rencor que se tienen mutuamente. Con López Obrador, posiblemente la perseguiría para meterla en la cárcel. Gordillo se ha quedado sin amigos y con pocos aliados reales. En esa comida apretó el acelerador que siempre empuja cuando su olfato apunta a la sobrevivencia, que hoy parece más en riesgo que nunca.
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