Raymundo Riva Palacio
La contienda presidencial se encuentra en varias pistas, convencionales algunas, extraordinarias otras, y de alto riesgo unas más. Cautelosos, los candidatos mantienen una estrategia aséptica en la cual se enfocan en sus mensajes y propuestas. Para pelearse en el lodo se encuentran sus asesores. Para impulsar el descrédito del adversario están las redes sociales y la propaganda, a través de spots y guerra sucia. Finalmente se disparó la presión social, encapsulada en el movimiento #YoSoy132 que tiene como objetivo al priista Enrique Peña Nieto.
La temperatura está alta, estimulada por los nuevos fenómenos de comunicación en Twitter y Facebook, donde se hiperventilan posiciones, denuncias o difamaciones, y por los aireados debates entre los coordinadores de campaña, donde cruzan acusaciones que luego toman forma de spots. Abunda la propaganda negra y la guerra sucia, donde nadie ha salido bien librado, y videos en YouTube sobre todos los candidatos donde los denuestan y hacen mofa de ellos.
Existen también informaciones manipuladas, donde se aprovechan de la sorpresa o la ignorancia del elector, o de la ingenuidad de quien la transmite. Sucedió recientemente con la publicación en The Guardian de documentos viejos de propuestas comerciales de Televisa al candidato a gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, y en la encuesta de la empresa de Edmundo Berumen, pagada por académicos que ayudan al candidato de izquierda, que fue promocionada por la prensa militante manipulando la medición y que tuvo que ser aclarada por el propio encuestador quien señaló que el priista iba arriba por seis puntos.
La propaganda no va dirigida sólo hacia un candidato. La búsqueda de fondos para el final de la campaña de López Obrador ha sido utilizada para maximizar los excesos de sus improvisados recaudadores -que pedían tres veces más dinero de lo que permite la ley- a través de correos electrónicos apócrifos, supuestamente firmados por Luis Costa Bonino, quien hizo la petición, y volvieron a circular su expediente universitario donde lo muestran como un estudiante mediocre. Josefina Vázquez Mota es insulsa y no ha sido objeto de una campaña negra, a diferencia de algunos de sus colaboradores, como su coordinador de campaña, Roberto Gil, a quien esta semana le volvieron a sacar la vieja fotografía donde aparece sonriente en una comida en Chiapas junto al ex presidente Carlos Salinas y los gobernadores priistas Roberto Borge y Javier Duarte.
Este clima ha servido de contexto para la partidización y radicalización del #YoSoy132, que es una movilización prelectoral que tiene como objetivo a Peña Nieto. Este grupo ya no es homogéneo y tiene varias facciones, la más beligerante vinculada a López Obrador, que parece lista a actuar en cualquier contingencia electoral. Ese movimiento ya generó anticuerpos, grupos de choque asimétricos alimentados por fuerzas vinculadas al PRI.
Esto no existía hace seis años, como tampoco había el proceso de creciente violencia en contra de un candidato, Peña Nieto en este caso, que ha obligado a actuar a la Secretaría de Gobernación y al IFE a pedir contención. Esto no se ha logrado y por el contrario, se han elevado las agresiones físicas, acompañadas por el discurso de odio. En los últimos días se han escuchado gritos en sus actos priista donde preguntan “¿dónde estás Mario Aburto ahora que te necesitamos aquí?”. Aburto es el asesino de Luis Donaldo Colosio, y la evocación es a un atentado.
No existe la polarización que había en 2006, pero a diferencia de aquella campaña, las amenazas son directas y abiertas. Es cierto que esta es una lucha de poder real, y que en la guerra todo se vale. Pero la guerra electoral es una metáfora, no real como algunos irresponsables e insensatos alimentan con discursos y acciones, sin entender que cuando la violencia estalla, se sabe en qué momento comenzó pero no cuándo terminará, ni qué consecuencias tendrá.
La contienda presidencial se encuentra en varias pistas, convencionales algunas, extraordinarias otras, y de alto riesgo unas más. Cautelosos, los candidatos mantienen una estrategia aséptica en la cual se enfocan en sus mensajes y propuestas. Para pelearse en el lodo se encuentran sus asesores. Para impulsar el descrédito del adversario están las redes sociales y la propaganda, a través de spots y guerra sucia. Finalmente se disparó la presión social, encapsulada en el movimiento #YoSoy132 que tiene como objetivo al priista Enrique Peña Nieto.
La temperatura está alta, estimulada por los nuevos fenómenos de comunicación en Twitter y Facebook, donde se hiperventilan posiciones, denuncias o difamaciones, y por los aireados debates entre los coordinadores de campaña, donde cruzan acusaciones que luego toman forma de spots. Abunda la propaganda negra y la guerra sucia, donde nadie ha salido bien librado, y videos en YouTube sobre todos los candidatos donde los denuestan y hacen mofa de ellos.
Existen también informaciones manipuladas, donde se aprovechan de la sorpresa o la ignorancia del elector, o de la ingenuidad de quien la transmite. Sucedió recientemente con la publicación en The Guardian de documentos viejos de propuestas comerciales de Televisa al candidato a gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, y en la encuesta de la empresa de Edmundo Berumen, pagada por académicos que ayudan al candidato de izquierda, que fue promocionada por la prensa militante manipulando la medición y que tuvo que ser aclarada por el propio encuestador quien señaló que el priista iba arriba por seis puntos.
La propaganda no va dirigida sólo hacia un candidato. La búsqueda de fondos para el final de la campaña de López Obrador ha sido utilizada para maximizar los excesos de sus improvisados recaudadores -que pedían tres veces más dinero de lo que permite la ley- a través de correos electrónicos apócrifos, supuestamente firmados por Luis Costa Bonino, quien hizo la petición, y volvieron a circular su expediente universitario donde lo muestran como un estudiante mediocre. Josefina Vázquez Mota es insulsa y no ha sido objeto de una campaña negra, a diferencia de algunos de sus colaboradores, como su coordinador de campaña, Roberto Gil, a quien esta semana le volvieron a sacar la vieja fotografía donde aparece sonriente en una comida en Chiapas junto al ex presidente Carlos Salinas y los gobernadores priistas Roberto Borge y Javier Duarte.
Este clima ha servido de contexto para la partidización y radicalización del #YoSoy132, que es una movilización prelectoral que tiene como objetivo a Peña Nieto. Este grupo ya no es homogéneo y tiene varias facciones, la más beligerante vinculada a López Obrador, que parece lista a actuar en cualquier contingencia electoral. Ese movimiento ya generó anticuerpos, grupos de choque asimétricos alimentados por fuerzas vinculadas al PRI.
Esto no existía hace seis años, como tampoco había el proceso de creciente violencia en contra de un candidato, Peña Nieto en este caso, que ha obligado a actuar a la Secretaría de Gobernación y al IFE a pedir contención. Esto no se ha logrado y por el contrario, se han elevado las agresiones físicas, acompañadas por el discurso de odio. En los últimos días se han escuchado gritos en sus actos priista donde preguntan “¿dónde estás Mario Aburto ahora que te necesitamos aquí?”. Aburto es el asesino de Luis Donaldo Colosio, y la evocación es a un atentado.
No existe la polarización que había en 2006, pero a diferencia de aquella campaña, las amenazas son directas y abiertas. Es cierto que esta es una lucha de poder real, y que en la guerra todo se vale. Pero la guerra electoral es una metáfora, no real como algunos irresponsables e insensatos alimentan con discursos y acciones, sin entender que cuando la violencia estalla, se sabe en qué momento comenzó pero no cuándo terminará, ni qué consecuencias tendrá.
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