Carlos Fazio
El general colombiano Óscar Naranjo (Bogotá, 1956) es un fiasco; un ídolo con pies de barro que se ha fabricado una historia con base en mentiras y falsedades.
Durante más de tres décadas formó parte de un macropoder, la Policía Nacional de Colombia, que a partir de una estructura militar –de ahí su rango de general de cuatro estrellas– opera institucionalmente como verdadero paraejército u organismo paramilitar compuesto por 167 mil efectivos. Graduado en montajes mediáticos y otros trucos sucios, Naranjo, hombre de la Agencia Antidrogas estadunidense (DEA) y producto de exportación de Washington para el subcontinente, tiene una orden de arresto por asesinato, girada por un tribunal de Sucumbíos, Ecuador, y ha sido incriminado por sus nexos con el ex capo del Norte del Valle, Wílber Varela, en el juicio que se ventila actualmente en la corte del distrito Este de Virginia, Estados Unidos.
Desde los sótanos de los servicios de inteligencia de la Policía Nacional, Naranjo es uno de los arquitectos de la actual narcodemocracia colombiana. En los años 90, a la sombra de su mentor, el general Rosso José Serrano –inventor del mito sobre el mejor policía del mundo–, el entonces coronel Naranjo logró sobrevivir con habilidad a sucesivas purgas en una institución signada por corrupción, robo, malversaciones, dádivas, lujos, montajes y falsedades. Sus habilidades tienen que ver con su cargo como jefe de la Central de Inteligencia de la Policía (Cipol), y con su principal especialidad, las chuzadas telefónicas, como se conocen la intercepción y grabación ilegal y clandestina de comunicaciones y conversaciones de ministros, militares, magistrados, fiscales, políticos, empresarios y traficantes de droga.
Junto con los narcogenerales Rosso Serrano y Leonardo Gallego, Naranjo formó parte del llamado trío de oro del presidente Ernesto Samper Pizano (1994-1998). Pero ya antes, las hazañas del trío habían sido posicionadas mediáticamente por sus manejadores externos en la DEA, la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés), la central de inteligencia estadunidense (CIA, por sus siglas en el mismo idioma) y la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos. La fama pública les llegó cuando integraron la cúpula del llamado Bloque de Búsqueda, una unidad especializada de la Policía Nacional cuya misión fue encontrar y eliminar al traficante de drogas Pablo Escobar. La unidad recibió millonarias contribuciones secretas y asistencia tecnológica, militar y estratégica in situ de las agencias de seguridad estadunidenses, que reditaron en Colombia viejas modalidades de las guerras sucias de contrainsurgencia en Vietnam, Argentina, Uruguay, El Salvador y Guatemala. En particular, la creación del escuadrón de la muerte Los Pepes, encabezado por Fidel Castaño, hermano del líder paramilitar Carlos Castaño, en cuyo establecimiento, capacitación y apoyo jugó un papel principal la CIA.
La creación del Bloque de Búsqueda por Estados Unidos en Colombia se dio en el contexto de las actividades militares encubiertas autorizadas en 1989 por el presidente George Bush (padre), bajo el nombre clave de Heavy Shadow, destinadas a localizar a los jefes del cártel de Medellín. Para ello, el gobierno y la policía colombianos se aliaron con el cártel de Cali y antiguos secuaces de Escobar, incluidos los hombres que después dirigirían las milicias de extrema derecha conocidas como Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Una alianza entre dios y el diablo.
Bajo el mando operativo del embajador estadunidense Morris D. Busby y el jefe de la estación de la CIA en Bogotá, Bill Wagner, las agencias de Washington monitoreaban, grababan conversaciones y proporcionaban información de inteligencia, el Bloque de Búsqueda del entonces coronel Gallego hacía los allanamientos y Los Pepes (perseguidos por Pablo Escobar), las ejecuciones. El grupo paramilitar se embarcó en una campaña de atentados y asesinatos dirigidos contra abogados, banqueros, blanqueadores de dinero y familiares del entorno de Escobar. A sus víctimas les colgaban un cartel al cuello que decía “Por trabajar con los narcoterroristas y el asesino de bebés, Pablo Escobar. Por Colombia. Los Pepes”. Se estima en 300 las ejecuciones de ese escuadrón de la muerte.
En 1993, el entonces fiscal general de Colombia, Gustavo de Greiff, reveló a funcionarios estadunidenses que tenía pruebas firmes de que varios oficiales del Bloque de Búsqueda estaban trabajando con Los Pepes y que podían ser acusados de soborno, tráfico de drogas, tortura, secuestro y, posiblemente, asesinato. En un documento, el jefe de la DEA en Bogotá, Joe Toft, reconoció la realización de operaciones conjuntas del Bloque y Los Pepes, que derivaron en secuestros y asesinatos. A su vez, el teniente general del Estado Mayor Conjunto del Pentágono, Jack Sheenan, afirmó que dos analistas de la CIA le informaron sobre los vínculos entre el Bloque, Los Pepes y las fuerzas estadunidenses en Colombia. Según Sheenan, las tácticas empleadas por los paramilitares eran similares a las enseñadas por la CIA al Bloque de Búsqueda y la información de inteligencia recabada por las agencias estadunidenses se compartía con el escuadrón de la muerte.
Óscar Naranjo, entonces jefe de inteligencia del Bloque de Búsqueda, aceptó una cercana relación de trabajo con el cártel de Cali (de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela) y los criminales de Fidel Castaño –que está en los orígenes del narcoparamilitarismo colombiano–, aunque por razones curriculares y de imagen sufrió una pérdida selectiva de memoria y hasta hoy minimiza ese sangriento matrimonio por conveniencia. Lo que no desperdició fue su actividad como peón de la DEA, la FBI y la CIA en la cacería de Pablo Escobar: es el policía colombiano que dirigió la triangulación de telefonía celular que permitió detectar y matar al jefe del cártel de Medellín el 2 de diciembre de 1993. Su oficina encubierta estaba ubicada en el hotel Tequendama y su cobertura de fachada era la de un ejecutivo de ventas de una empresa ficticia: RG Comerciales.
Sobre mitos, malversaciones y transparencia
Toda la misión de seguimiento estuvo viciada por la asociación del Bloque de Búsqueda con elementos criminales. Cumplida la misión, Los Pepes desaparecieron. Nunca se enjuició a nadie por los crímenes cometidos. Todos fingieron demencia. El apoyo de Washington a Colombia nunca flaqueó. Meses después de la muerte de Escobar, el ex jefe de la DEA en Bogotá reveló una serie de cintas que contenían intercepciones telefónicas de las que se desprendían que los traficantes de cocaína de Cali, competidores de los de Medellín, habían ayudado a financiar la campaña presidencial de Ernesto Samper con 6 millones de dólares.
El escándalo sería conocido como el Proceso 8000. Para limpiar su nombre Samper no tuvo más opción que hacerle la guerra a sus benefactores. La autofama de James Bond criollo que logró manufacturar Óscar Naranjo tiene que ver, precisamente, con la operación de lavandería que él y su jefe, el general Rosso José Serrano –vendido mediáticamente como la nueva imagen de la policía– tramaron para cubrirle la espalda al corrupto presidente Samper (1994-1998). Es decir, para maquillar y blanquear la golpeada figura del comandante en jefe en momentos en que, tras la filtración por la DEA de los narcocasetes, era acosado por Washington.
Como parte de la operación se incluyeron publicitadas y millonarias recompensas para quien aportara información que condujera al desmantelamiento del cártel de Cali. La medida dio resultados en tiempo récord. Entre junio y agosto de 1995 se produjeron las espectaculares capturas de Gilberto Rodríguez Orejuela, El Ajedrecista y su hermano Miguel, alias El Señor. La batida sin precedente del Bloque de Búsqueda fue publicitada con avisos pagados en la prensa de Estados Unidos y las detenciones catapultaron la fama pública del general Serrano, y su cerebro, Óscar Naranjo.
Pocos se enteraron entonces que la gran hazaña del dúo había sido preprogramada. Que contrario a lo que se vendió a los medios sobre los “grandes operativos” del Bloque de Búsqueda contra el cártel de Cali, en la detención de los hermanos Rodríguez Orejuela no existió una limpia y exitosa operación policial, sino una entrega negociada entre éstos y el gobierno de Samper. Y lo que es peor, según consta en el libro El general serrucho –escrito por Manuel Vicente Peña, con información de un grupo de oficiales, suboficiales y civiles de la Policía Nacional–, la mayor parte del dinero de la recompensa desapareció en la oficina del nuevo héroe nacional colombiano, Rosso José Serrano, con la complicidad de su socio Naranjo y el encubrimiento de sus patrocinadores en un ala de la DEA estadunidense.
A la sazón, Serrano y Naranjo eran los encargados de manejar los gastos reservados contra el narcotráfico. En ese periodo se dispararon los pagos de millonarias recompensas a supuestos informantes, que se legalizaban con un simple recibo firmado por oficiales al servicio de ambos. Si la Policía Nacional tenía la mejor central de inteligencia del mundo después de la CIA, al mando de Naranjo, como presumía Serrano, ¿por qué se pagaron tantas recompensas? De acuerdo con Manuel Vicente Peña, la razón es simple: Serrano y Naranjo se robaron las recompensas del caso Rodríguez Orejuela y otras que, invariablemente, fueron entregadas a presuntos informantes. La transparencia, pues, no es un atributo de Naranjo.
Volviendo al mito sobre la captura de los jefes del cártel de Cali, la verdad demoraría un par de años en salir a la luz pública. En 1997, en una corte federal de Miami se presentaron evidencias de la narcocolecta de los hermanos Rodríguez Orejuela que condujo a Samper al sillón del Palacio de Nariño. Según testimonios judiciales del ex contador del grupo criminal, Guillermo Palomari, la cúpula mafiosa caleña había cenado con el candidato Ernesto Samper antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1994. Entre otros acuerdos, allí se habría planeado la entrega pactada de los jefes del grupo criminal caleño y su no extradición a Estados Unidos.
En la cúspide de la popularidad, el sagaz Naranjo promovió en Washington a su jefe Serrano como candidato a remplazar al italiano Piero Arlaqui para el cargo de zar antidrogas de la Organización de las Naciones Unidas. Serrano había estrechado relaciones con el corrompido senador republicano estadunidense Benjamin Gilman, quien utilizó al general colombiano para ganarse jugosas comisiones de la empresa Sikorsky, que produce los helicópteros Black Hawk (Halcón Negro), seis de los cuales fueron donados a Colombia. También promovió la idea –sugerida por sus tutores en Washington–, de que Estados Unidos creara una DEA andina. Pero la maniobra no funcionó.
Eran los días en que una camarilla de periodistas lambiscones, alimentados por sustanciosos pagos del jefe de prensa de la Policía Nacional, Carlos Perdomo –quien manejaba 60 millones de pesos mensuales sacado del presupuesto de gastos reservados para pagar la nómina de reporteros que cubrían la fuente–, ayudaban a fabricar la imagen de Rosso José Serrano como el mejor policía del mundo, mito que heredaría, años después, Óscar Naranjo. Supuestamente, tal distinción le habría sido conferida a Serrano en Salt Lake, Estados Unidos, durante un acto policial, según se apuntó en un panfleto publicado por Carlos Perdomo para homenajear a su jefe. Pero se trata de un título fantasma, parte de un montaje publicitario.
El James Bond criollo
A la vez, el propio Naranjo utilizó a periodistas como Alirio Bustos, de la sección judicial del diario El Tiempo, para construirse su propia imagen. De él, escribió Bustos: “Su nombre es sinónimo de peligro, temor y respeto para los delincuentes (…) Es un policía totalmente atípico; con decir que sus ratos libres los dedica a la pintura y a la literatura. Es más, su vestir con impecables trajes de paño inglés, su pinta de modelo, la profundidad de sus conceptos, el señorío con que habla, dan la sensación de que es algo así como el James Bond criollo”.
Dotada de tecnología de punta entregada por el Pentágono, la Central de Inteligencia de la Policía aparecía entre las más modernas del mundo. El entonces coronel Naranjo se jactaba de los sofisticados satélites de Estados Unidos que detectaban la coca y las comunicaciones de los traficantes de droga, pero no, paradójicamente, la gran corrupción al interior de la Policía Nacional. La CIP se especializó en intervenir toda clase de teléfonos. La información estratégica producto del espionaje se convirtió en un negocio lucrativo. Para ello crearon una sala de grabaciones clandestinas donde se manufacturaron los famosos narcocasetes. Traficantes y personajes de la vida pública, que resultaron involucrados en comprometedoras conversaciones fueron chantajeados y extorsionados por los chuzadores de Naranjo. Pronto, varios escándalos de mordidas envolvieron a la inteligencia policial, y una docena de tenientes coroneles, mayores y capitanes del equipo de Naranjo fueron puestos en la picota. Algunos tuvieron que salir a un exilio dorado en Estados Unidos y México.
La banda de oficiales de Naranjo elaboró trabajos clandestinos para satanizar a generales, activos y en retiro, que sirvieron para manipular al Congreso de Estados Unidos. Al potenciar la inefectividad del Ejército se buscaba que se canalizara más ayuda a la Policía Nacional. También interceptaron conversaciones del candidato presidencial liberal Álvaro Uribe y otros políticos opositores. La trama de escuchas y seguimientos afectó a magistrados, jueces, fiscales, industriales y traficantes. Según el libro de Manuel Vicente Peña, se produjeron más de mil casetes producto de grabaciones ilegales…
Para las elecciones de 1998, Serrano y Naranjo apostaron por el lugarteniente de Samper, Horacio Serpa. ¿La intención? Que si llegaba a la presidencia de la República creara el Ministerio de la Seguridad Pública. El proyecto fue ideado por Naranjo, cerebro detrás de todas las maquinaciones del general Serrano. El proyecto consistía en fundir en un solo organismo a la Policía Nacional, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, lo que resultaría en la cartera más poderosa de Colombia, respaldada con una fuerza armada de 200 mil efectivos. Con ese ministerio, Naranjo pretendía restarles peso a las fuerzas militares, especialmente al Ejército, considerado enemigo de la Policía Nacional. Y elevar a su jefe, el hombre duro de Colombia, Rosso José Serrano.
Pero Serpa no ganó y el narcogeneral Serrano dejó la dirección de la policía en junio de 2000. Aunque antes se las ingenió para que el coronel chuzador de la CIP, Naranjo, fuera premiado con una comisión de 13 meses en la Universidad de Harvard, con todos los gastos pagados y sueldo en dólares.
Los secretos del general de Naranjo
Tras un pasaje por la agregaduría policial de la embajada de Colombia en el Reino Unido, en 2005, ya ascendido a general, Óscar Naranjo asumió la Dirección de Investigación Criminal e Interpol, dependiente de la Policía Nacional. Y en 2007, el presidente Álvaro Uribe, tras el desplazamiento de 12 generales, lo nombró director de la policía. Su poder fue enorme; nadie le hacía sombra en la institución.
Pero el ambicioso e inamovible hombre clave de la DEA en el gobierno de Uribe se vería salpicado por el asesinato del ex capo del cártel de Norte del Valle Wílber Varela, alias Jabón, en Mérida, Venezuela. La larga mano de la Seguridad Democrática alcanzó al mafioso que podría revelar los nexos de Uribe y Naranjo con ese grupo criminal. Los vínculos de Naranjo y Varela habían sido metódicamente ocultados. En 2004, un fiscal antimafia aseguró que Naranjo estaba siendo investigado por brindar protección al cártel de Norte del Valle. Pero la prensa no le movió. Antes bien, seguía promoviendo la imagen del legendario policía que había desmantelado los cárteles de Medellín y Cali y que más sabía de inteligencia militar en América Latina.
Sus días de máxima gloria llegarían en marzo de 2008, tras la acción criminal del gobierno colombiano en la región del Sucumbíos, Ecuador. El acto de guerra, conocido como Operación Fénix fue planificado, organizado y dirigido por operadores encubiertos de la administración Bush. Fue una acción violatoria de la soberanía nacional ecuatoriana y de los principios del derecho internacional, y derivó en la muerte del comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Raúl Reyes, y otras 24 personas, entre ellas, cuatro estudiantes mexicanos.
En esa coyuntura, Naranjo emergió como vocero político del presidente Álvaro Uribe. Él manejó el montaje sobre los presuntos correos de la computadora de Reyes, con los que se pretendió vincular a las FARC con los gobiernos de Venezuela y Ecuador. Poco después, un juez de Nueva Loja, en la provincia de Sucumbíos, lo acusó de asesinato, de conformidad con el artículo 224 del Código de Procedimiento Penal ecuatoriano. Esa orden de captura sigue vigente.
En 2010, el presidente Juan Manuel Santos, quien era ministro de Defensa cuando el ataque a Sucumbíos, ascendió a Óscar Naranjo a general de cuatro estrellas, rango nunca alcanzado por un policía colombiano. Sin embargo, el declive del James Bond criollo había comenzado. Pronto se producirían las revelaciones judiciales que lo vincularían con Carlos Castaño, jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Según el diario colombiano El Espectador, sus acusadores son nada menos que los extraditados jefes del paramilitarismo Salvatore Mancuso y Carlos Mario Jiménez, alias Macaco. La imputación contra Naranjo figura en el juicio contra el general de la policía, Mauricio Santoyo, formulada por un fiscal de la corte del distrito Este de Virginia, Estados Unidos, y causa hoy revuelo en Colombia. Según Mancuso, el intermediario de Naranjo con Castaño era el narcotraficante Gabriel Puerta. A su vez, Macaco ha vuelto a reflotar los vínculos del ex capo del Norte del Valle Wílber Varela, con Naranjo.
De prosperar, el juicio podría involucrar a Óscar Naranjo con ejecuciones sumarias, torturas, desapariciones, matanzas y el traqueteo de drogas durante los cuatro anteriores gobiernos de Colombia. Y de acuerdo con una fuente bogotana, las declaraciones del narcotraficante y paramilitar Diego Fernando Murillo, Don Berna, viejo conocido de Naranjo, podrían terminar de hundirlo. Murillo, extraditado a Estados Unidos en 2008, fue el jefe de la extinta banda criminal La Terraza, luego fue la cabeza de la asociación criminal conocida como Oficina de Envigado y más tarde fue miembro y uno de los voceros de las AUC. Sabe mucho.
Tal vez por eso, el mejor policía del mundo decidió renunciar a su cargo como director de la institución el pasado 12 de junio. Su dimisión y el anuncio de su nueva ocupación, como asesor externo en materia de guerra a las drogas del priísta Enrique Peña Nieto, si es electo presidente el domingo primero de julio, fue precedida de otro montaje: la condecoración en Bogotá a la procuradora general de la República, Marisela Morales, con quien integra parte de una telaraña de seguridad al servicio de Washington.
Protegido del actual director de la DEA, Óscar Naranjo es uno de los constructores de lo que el historiador Forrest Hylton, de la Universidad de Nueva York, llama la República de la cocaína y de la brutal combinación de terror, expropiación y pobreza que existe hoy en Colombia. Un país gobernado por una oligarquía criminal que se nutre de los dineros del tráfico de drogas, en colusión con militares, policías y paramilitares violadores de los derechos humanos.
El fichaje de Naranjo por el PRI se produjo después de las presiones de Estados Unidos sobre Peña Nieto, ante un eventual cambio de política respecto de los grupos criminales mexicanos, si llega a la Presidencia. Aunque ya antes, entrevistado por la periodista colombiana Silvana Paternostro, Peña dijo que si llegaba al gobierno su perfil no sería el de Clinton o Lula, sino el de Álvaro Uribe.
La reciente visita a Colombia del ex director de la CIA y actual jefe del Pentágono, León Panetta, podría tener que ver con el nuevo destino de Naranjo. En el contexto del Plan Colombia, desde hace años Washington ha utilizado al país sudamericano para exportar conocimiento y capacidades en materia de seguridad, especialmente a México y Centroamérica.
Como consignó Raúl Zibechi, la Estrategia de Defensa difundida por el presidente Barack Obama en enero pasado propone crear asociaciones (building partnerships), en forma de una red de alianzas alrededor del globo, a las que se privilegiará con transferencia de tecnología, intercambio de inteligencia y ventas militares al extranjero. En enero del año pasado, The Washington Post publicó un extenso reportaje donde consignaba que 7 mil policías y militares mexicanos fueron entrenados por asesores colombianos. Según el diario estadunidense, Washington recurre a colombianos para sortear el nacionalismo antiyanqui existente en México. En ese contexto, la experiencia y capacidades de Naranjo lo convierten en un producto de exportación estadunidense. Sin duda, podrá aportar a la consolidación de la narcocracia mexicana, con la que ya tiene viejas ligas. Pero es un cartucho quemado.
El general colombiano Óscar Naranjo (Bogotá, 1956) es un fiasco; un ídolo con pies de barro que se ha fabricado una historia con base en mentiras y falsedades.
Durante más de tres décadas formó parte de un macropoder, la Policía Nacional de Colombia, que a partir de una estructura militar –de ahí su rango de general de cuatro estrellas– opera institucionalmente como verdadero paraejército u organismo paramilitar compuesto por 167 mil efectivos. Graduado en montajes mediáticos y otros trucos sucios, Naranjo, hombre de la Agencia Antidrogas estadunidense (DEA) y producto de exportación de Washington para el subcontinente, tiene una orden de arresto por asesinato, girada por un tribunal de Sucumbíos, Ecuador, y ha sido incriminado por sus nexos con el ex capo del Norte del Valle, Wílber Varela, en el juicio que se ventila actualmente en la corte del distrito Este de Virginia, Estados Unidos.
Desde los sótanos de los servicios de inteligencia de la Policía Nacional, Naranjo es uno de los arquitectos de la actual narcodemocracia colombiana. En los años 90, a la sombra de su mentor, el general Rosso José Serrano –inventor del mito sobre el mejor policía del mundo–, el entonces coronel Naranjo logró sobrevivir con habilidad a sucesivas purgas en una institución signada por corrupción, robo, malversaciones, dádivas, lujos, montajes y falsedades. Sus habilidades tienen que ver con su cargo como jefe de la Central de Inteligencia de la Policía (Cipol), y con su principal especialidad, las chuzadas telefónicas, como se conocen la intercepción y grabación ilegal y clandestina de comunicaciones y conversaciones de ministros, militares, magistrados, fiscales, políticos, empresarios y traficantes de droga.
Junto con los narcogenerales Rosso Serrano y Leonardo Gallego, Naranjo formó parte del llamado trío de oro del presidente Ernesto Samper Pizano (1994-1998). Pero ya antes, las hazañas del trío habían sido posicionadas mediáticamente por sus manejadores externos en la DEA, la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés), la central de inteligencia estadunidense (CIA, por sus siglas en el mismo idioma) y la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos. La fama pública les llegó cuando integraron la cúpula del llamado Bloque de Búsqueda, una unidad especializada de la Policía Nacional cuya misión fue encontrar y eliminar al traficante de drogas Pablo Escobar. La unidad recibió millonarias contribuciones secretas y asistencia tecnológica, militar y estratégica in situ de las agencias de seguridad estadunidenses, que reditaron en Colombia viejas modalidades de las guerras sucias de contrainsurgencia en Vietnam, Argentina, Uruguay, El Salvador y Guatemala. En particular, la creación del escuadrón de la muerte Los Pepes, encabezado por Fidel Castaño, hermano del líder paramilitar Carlos Castaño, en cuyo establecimiento, capacitación y apoyo jugó un papel principal la CIA.
La creación del Bloque de Búsqueda por Estados Unidos en Colombia se dio en el contexto de las actividades militares encubiertas autorizadas en 1989 por el presidente George Bush (padre), bajo el nombre clave de Heavy Shadow, destinadas a localizar a los jefes del cártel de Medellín. Para ello, el gobierno y la policía colombianos se aliaron con el cártel de Cali y antiguos secuaces de Escobar, incluidos los hombres que después dirigirían las milicias de extrema derecha conocidas como Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Una alianza entre dios y el diablo.
Bajo el mando operativo del embajador estadunidense Morris D. Busby y el jefe de la estación de la CIA en Bogotá, Bill Wagner, las agencias de Washington monitoreaban, grababan conversaciones y proporcionaban información de inteligencia, el Bloque de Búsqueda del entonces coronel Gallego hacía los allanamientos y Los Pepes (perseguidos por Pablo Escobar), las ejecuciones. El grupo paramilitar se embarcó en una campaña de atentados y asesinatos dirigidos contra abogados, banqueros, blanqueadores de dinero y familiares del entorno de Escobar. A sus víctimas les colgaban un cartel al cuello que decía “Por trabajar con los narcoterroristas y el asesino de bebés, Pablo Escobar. Por Colombia. Los Pepes”. Se estima en 300 las ejecuciones de ese escuadrón de la muerte.
En 1993, el entonces fiscal general de Colombia, Gustavo de Greiff, reveló a funcionarios estadunidenses que tenía pruebas firmes de que varios oficiales del Bloque de Búsqueda estaban trabajando con Los Pepes y que podían ser acusados de soborno, tráfico de drogas, tortura, secuestro y, posiblemente, asesinato. En un documento, el jefe de la DEA en Bogotá, Joe Toft, reconoció la realización de operaciones conjuntas del Bloque y Los Pepes, que derivaron en secuestros y asesinatos. A su vez, el teniente general del Estado Mayor Conjunto del Pentágono, Jack Sheenan, afirmó que dos analistas de la CIA le informaron sobre los vínculos entre el Bloque, Los Pepes y las fuerzas estadunidenses en Colombia. Según Sheenan, las tácticas empleadas por los paramilitares eran similares a las enseñadas por la CIA al Bloque de Búsqueda y la información de inteligencia recabada por las agencias estadunidenses se compartía con el escuadrón de la muerte.
Óscar Naranjo, entonces jefe de inteligencia del Bloque de Búsqueda, aceptó una cercana relación de trabajo con el cártel de Cali (de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela) y los criminales de Fidel Castaño –que está en los orígenes del narcoparamilitarismo colombiano–, aunque por razones curriculares y de imagen sufrió una pérdida selectiva de memoria y hasta hoy minimiza ese sangriento matrimonio por conveniencia. Lo que no desperdició fue su actividad como peón de la DEA, la FBI y la CIA en la cacería de Pablo Escobar: es el policía colombiano que dirigió la triangulación de telefonía celular que permitió detectar y matar al jefe del cártel de Medellín el 2 de diciembre de 1993. Su oficina encubierta estaba ubicada en el hotel Tequendama y su cobertura de fachada era la de un ejecutivo de ventas de una empresa ficticia: RG Comerciales.
Sobre mitos, malversaciones y transparencia
Toda la misión de seguimiento estuvo viciada por la asociación del Bloque de Búsqueda con elementos criminales. Cumplida la misión, Los Pepes desaparecieron. Nunca se enjuició a nadie por los crímenes cometidos. Todos fingieron demencia. El apoyo de Washington a Colombia nunca flaqueó. Meses después de la muerte de Escobar, el ex jefe de la DEA en Bogotá reveló una serie de cintas que contenían intercepciones telefónicas de las que se desprendían que los traficantes de cocaína de Cali, competidores de los de Medellín, habían ayudado a financiar la campaña presidencial de Ernesto Samper con 6 millones de dólares.
El escándalo sería conocido como el Proceso 8000. Para limpiar su nombre Samper no tuvo más opción que hacerle la guerra a sus benefactores. La autofama de James Bond criollo que logró manufacturar Óscar Naranjo tiene que ver, precisamente, con la operación de lavandería que él y su jefe, el general Rosso José Serrano –vendido mediáticamente como la nueva imagen de la policía– tramaron para cubrirle la espalda al corrupto presidente Samper (1994-1998). Es decir, para maquillar y blanquear la golpeada figura del comandante en jefe en momentos en que, tras la filtración por la DEA de los narcocasetes, era acosado por Washington.
Como parte de la operación se incluyeron publicitadas y millonarias recompensas para quien aportara información que condujera al desmantelamiento del cártel de Cali. La medida dio resultados en tiempo récord. Entre junio y agosto de 1995 se produjeron las espectaculares capturas de Gilberto Rodríguez Orejuela, El Ajedrecista y su hermano Miguel, alias El Señor. La batida sin precedente del Bloque de Búsqueda fue publicitada con avisos pagados en la prensa de Estados Unidos y las detenciones catapultaron la fama pública del general Serrano, y su cerebro, Óscar Naranjo.
Pocos se enteraron entonces que la gran hazaña del dúo había sido preprogramada. Que contrario a lo que se vendió a los medios sobre los “grandes operativos” del Bloque de Búsqueda contra el cártel de Cali, en la detención de los hermanos Rodríguez Orejuela no existió una limpia y exitosa operación policial, sino una entrega negociada entre éstos y el gobierno de Samper. Y lo que es peor, según consta en el libro El general serrucho –escrito por Manuel Vicente Peña, con información de un grupo de oficiales, suboficiales y civiles de la Policía Nacional–, la mayor parte del dinero de la recompensa desapareció en la oficina del nuevo héroe nacional colombiano, Rosso José Serrano, con la complicidad de su socio Naranjo y el encubrimiento de sus patrocinadores en un ala de la DEA estadunidense.
A la sazón, Serrano y Naranjo eran los encargados de manejar los gastos reservados contra el narcotráfico. En ese periodo se dispararon los pagos de millonarias recompensas a supuestos informantes, que se legalizaban con un simple recibo firmado por oficiales al servicio de ambos. Si la Policía Nacional tenía la mejor central de inteligencia del mundo después de la CIA, al mando de Naranjo, como presumía Serrano, ¿por qué se pagaron tantas recompensas? De acuerdo con Manuel Vicente Peña, la razón es simple: Serrano y Naranjo se robaron las recompensas del caso Rodríguez Orejuela y otras que, invariablemente, fueron entregadas a presuntos informantes. La transparencia, pues, no es un atributo de Naranjo.
Volviendo al mito sobre la captura de los jefes del cártel de Cali, la verdad demoraría un par de años en salir a la luz pública. En 1997, en una corte federal de Miami se presentaron evidencias de la narcocolecta de los hermanos Rodríguez Orejuela que condujo a Samper al sillón del Palacio de Nariño. Según testimonios judiciales del ex contador del grupo criminal, Guillermo Palomari, la cúpula mafiosa caleña había cenado con el candidato Ernesto Samper antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1994. Entre otros acuerdos, allí se habría planeado la entrega pactada de los jefes del grupo criminal caleño y su no extradición a Estados Unidos.
En la cúspide de la popularidad, el sagaz Naranjo promovió en Washington a su jefe Serrano como candidato a remplazar al italiano Piero Arlaqui para el cargo de zar antidrogas de la Organización de las Naciones Unidas. Serrano había estrechado relaciones con el corrompido senador republicano estadunidense Benjamin Gilman, quien utilizó al general colombiano para ganarse jugosas comisiones de la empresa Sikorsky, que produce los helicópteros Black Hawk (Halcón Negro), seis de los cuales fueron donados a Colombia. También promovió la idea –sugerida por sus tutores en Washington–, de que Estados Unidos creara una DEA andina. Pero la maniobra no funcionó.
Eran los días en que una camarilla de periodistas lambiscones, alimentados por sustanciosos pagos del jefe de prensa de la Policía Nacional, Carlos Perdomo –quien manejaba 60 millones de pesos mensuales sacado del presupuesto de gastos reservados para pagar la nómina de reporteros que cubrían la fuente–, ayudaban a fabricar la imagen de Rosso José Serrano como el mejor policía del mundo, mito que heredaría, años después, Óscar Naranjo. Supuestamente, tal distinción le habría sido conferida a Serrano en Salt Lake, Estados Unidos, durante un acto policial, según se apuntó en un panfleto publicado por Carlos Perdomo para homenajear a su jefe. Pero se trata de un título fantasma, parte de un montaje publicitario.
El James Bond criollo
A la vez, el propio Naranjo utilizó a periodistas como Alirio Bustos, de la sección judicial del diario El Tiempo, para construirse su propia imagen. De él, escribió Bustos: “Su nombre es sinónimo de peligro, temor y respeto para los delincuentes (…) Es un policía totalmente atípico; con decir que sus ratos libres los dedica a la pintura y a la literatura. Es más, su vestir con impecables trajes de paño inglés, su pinta de modelo, la profundidad de sus conceptos, el señorío con que habla, dan la sensación de que es algo así como el James Bond criollo”.
Dotada de tecnología de punta entregada por el Pentágono, la Central de Inteligencia de la Policía aparecía entre las más modernas del mundo. El entonces coronel Naranjo se jactaba de los sofisticados satélites de Estados Unidos que detectaban la coca y las comunicaciones de los traficantes de droga, pero no, paradójicamente, la gran corrupción al interior de la Policía Nacional. La CIP se especializó en intervenir toda clase de teléfonos. La información estratégica producto del espionaje se convirtió en un negocio lucrativo. Para ello crearon una sala de grabaciones clandestinas donde se manufacturaron los famosos narcocasetes. Traficantes y personajes de la vida pública, que resultaron involucrados en comprometedoras conversaciones fueron chantajeados y extorsionados por los chuzadores de Naranjo. Pronto, varios escándalos de mordidas envolvieron a la inteligencia policial, y una docena de tenientes coroneles, mayores y capitanes del equipo de Naranjo fueron puestos en la picota. Algunos tuvieron que salir a un exilio dorado en Estados Unidos y México.
La banda de oficiales de Naranjo elaboró trabajos clandestinos para satanizar a generales, activos y en retiro, que sirvieron para manipular al Congreso de Estados Unidos. Al potenciar la inefectividad del Ejército se buscaba que se canalizara más ayuda a la Policía Nacional. También interceptaron conversaciones del candidato presidencial liberal Álvaro Uribe y otros políticos opositores. La trama de escuchas y seguimientos afectó a magistrados, jueces, fiscales, industriales y traficantes. Según el libro de Manuel Vicente Peña, se produjeron más de mil casetes producto de grabaciones ilegales…
Para las elecciones de 1998, Serrano y Naranjo apostaron por el lugarteniente de Samper, Horacio Serpa. ¿La intención? Que si llegaba a la presidencia de la República creara el Ministerio de la Seguridad Pública. El proyecto fue ideado por Naranjo, cerebro detrás de todas las maquinaciones del general Serrano. El proyecto consistía en fundir en un solo organismo a la Policía Nacional, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, lo que resultaría en la cartera más poderosa de Colombia, respaldada con una fuerza armada de 200 mil efectivos. Con ese ministerio, Naranjo pretendía restarles peso a las fuerzas militares, especialmente al Ejército, considerado enemigo de la Policía Nacional. Y elevar a su jefe, el hombre duro de Colombia, Rosso José Serrano.
Pero Serpa no ganó y el narcogeneral Serrano dejó la dirección de la policía en junio de 2000. Aunque antes se las ingenió para que el coronel chuzador de la CIP, Naranjo, fuera premiado con una comisión de 13 meses en la Universidad de Harvard, con todos los gastos pagados y sueldo en dólares.
Los secretos del general de Naranjo
Tras un pasaje por la agregaduría policial de la embajada de Colombia en el Reino Unido, en 2005, ya ascendido a general, Óscar Naranjo asumió la Dirección de Investigación Criminal e Interpol, dependiente de la Policía Nacional. Y en 2007, el presidente Álvaro Uribe, tras el desplazamiento de 12 generales, lo nombró director de la policía. Su poder fue enorme; nadie le hacía sombra en la institución.
Pero el ambicioso e inamovible hombre clave de la DEA en el gobierno de Uribe se vería salpicado por el asesinato del ex capo del cártel de Norte del Valle Wílber Varela, alias Jabón, en Mérida, Venezuela. La larga mano de la Seguridad Democrática alcanzó al mafioso que podría revelar los nexos de Uribe y Naranjo con ese grupo criminal. Los vínculos de Naranjo y Varela habían sido metódicamente ocultados. En 2004, un fiscal antimafia aseguró que Naranjo estaba siendo investigado por brindar protección al cártel de Norte del Valle. Pero la prensa no le movió. Antes bien, seguía promoviendo la imagen del legendario policía que había desmantelado los cárteles de Medellín y Cali y que más sabía de inteligencia militar en América Latina.
Sus días de máxima gloria llegarían en marzo de 2008, tras la acción criminal del gobierno colombiano en la región del Sucumbíos, Ecuador. El acto de guerra, conocido como Operación Fénix fue planificado, organizado y dirigido por operadores encubiertos de la administración Bush. Fue una acción violatoria de la soberanía nacional ecuatoriana y de los principios del derecho internacional, y derivó en la muerte del comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Raúl Reyes, y otras 24 personas, entre ellas, cuatro estudiantes mexicanos.
En esa coyuntura, Naranjo emergió como vocero político del presidente Álvaro Uribe. Él manejó el montaje sobre los presuntos correos de la computadora de Reyes, con los que se pretendió vincular a las FARC con los gobiernos de Venezuela y Ecuador. Poco después, un juez de Nueva Loja, en la provincia de Sucumbíos, lo acusó de asesinato, de conformidad con el artículo 224 del Código de Procedimiento Penal ecuatoriano. Esa orden de captura sigue vigente.
En 2010, el presidente Juan Manuel Santos, quien era ministro de Defensa cuando el ataque a Sucumbíos, ascendió a Óscar Naranjo a general de cuatro estrellas, rango nunca alcanzado por un policía colombiano. Sin embargo, el declive del James Bond criollo había comenzado. Pronto se producirían las revelaciones judiciales que lo vincularían con Carlos Castaño, jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Según el diario colombiano El Espectador, sus acusadores son nada menos que los extraditados jefes del paramilitarismo Salvatore Mancuso y Carlos Mario Jiménez, alias Macaco. La imputación contra Naranjo figura en el juicio contra el general de la policía, Mauricio Santoyo, formulada por un fiscal de la corte del distrito Este de Virginia, Estados Unidos, y causa hoy revuelo en Colombia. Según Mancuso, el intermediario de Naranjo con Castaño era el narcotraficante Gabriel Puerta. A su vez, Macaco ha vuelto a reflotar los vínculos del ex capo del Norte del Valle Wílber Varela, con Naranjo.
De prosperar, el juicio podría involucrar a Óscar Naranjo con ejecuciones sumarias, torturas, desapariciones, matanzas y el traqueteo de drogas durante los cuatro anteriores gobiernos de Colombia. Y de acuerdo con una fuente bogotana, las declaraciones del narcotraficante y paramilitar Diego Fernando Murillo, Don Berna, viejo conocido de Naranjo, podrían terminar de hundirlo. Murillo, extraditado a Estados Unidos en 2008, fue el jefe de la extinta banda criminal La Terraza, luego fue la cabeza de la asociación criminal conocida como Oficina de Envigado y más tarde fue miembro y uno de los voceros de las AUC. Sabe mucho.
Tal vez por eso, el mejor policía del mundo decidió renunciar a su cargo como director de la institución el pasado 12 de junio. Su dimisión y el anuncio de su nueva ocupación, como asesor externo en materia de guerra a las drogas del priísta Enrique Peña Nieto, si es electo presidente el domingo primero de julio, fue precedida de otro montaje: la condecoración en Bogotá a la procuradora general de la República, Marisela Morales, con quien integra parte de una telaraña de seguridad al servicio de Washington.
Protegido del actual director de la DEA, Óscar Naranjo es uno de los constructores de lo que el historiador Forrest Hylton, de la Universidad de Nueva York, llama la República de la cocaína y de la brutal combinación de terror, expropiación y pobreza que existe hoy en Colombia. Un país gobernado por una oligarquía criminal que se nutre de los dineros del tráfico de drogas, en colusión con militares, policías y paramilitares violadores de los derechos humanos.
El fichaje de Naranjo por el PRI se produjo después de las presiones de Estados Unidos sobre Peña Nieto, ante un eventual cambio de política respecto de los grupos criminales mexicanos, si llega a la Presidencia. Aunque ya antes, entrevistado por la periodista colombiana Silvana Paternostro, Peña dijo que si llegaba al gobierno su perfil no sería el de Clinton o Lula, sino el de Álvaro Uribe.
La reciente visita a Colombia del ex director de la CIA y actual jefe del Pentágono, León Panetta, podría tener que ver con el nuevo destino de Naranjo. En el contexto del Plan Colombia, desde hace años Washington ha utilizado al país sudamericano para exportar conocimiento y capacidades en materia de seguridad, especialmente a México y Centroamérica.
Como consignó Raúl Zibechi, la Estrategia de Defensa difundida por el presidente Barack Obama en enero pasado propone crear asociaciones (building partnerships), en forma de una red de alianzas alrededor del globo, a las que se privilegiará con transferencia de tecnología, intercambio de inteligencia y ventas militares al extranjero. En enero del año pasado, The Washington Post publicó un extenso reportaje donde consignaba que 7 mil policías y militares mexicanos fueron entrenados por asesores colombianos. Según el diario estadunidense, Washington recurre a colombianos para sortear el nacionalismo antiyanqui existente en México. En ese contexto, la experiencia y capacidades de Naranjo lo convierten en un producto de exportación estadunidense. Sin duda, podrá aportar a la consolidación de la narcocracia mexicana, con la que ya tiene viejas ligas. Pero es un cartucho quemado.
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