Fernando Belaunzarán
El debate es riesgo y oportunidad, hasta ahí el lugar común. Se puede buscar atajar los riesgos como prioridad, tratar de explotar la oportunidad corriéndolos o, bien, como ocurrió con Andrés Manuel López Obrador, ver como oportunidad el evitarlos. Si Enrique Peña Nieto se conformaba con no hundirse, Josefina Vázquez Mota necesitaba jugar todas sus cartas como apuesta para revertir las tendencias que la condenan a rezagarse en el tercer lugar y Gabriel Quadri volver a distinguirse como quien no tiene nada que perder y hace diferencia autoafirmándose como “candidato ciudadano”, AMLO tenía que conjurar el fantasma del miedo que le arrancó de las manos la presidencia en 2006 y que, ante su crecimiento, han revivido sus competidores. Me parece que tuvo buen éxito en ese propósito.
Fue notable la mejoría de Josefina Vázquez Mota con respecto al anterior debate. De hecho sorprendió, pues mostró una imagen muy distinta a la inocuidad desangelada que ha dominado su campaña. Se nota que tuvo una preparación a conciencia y se lanzó con todo, tal y como corresponde a quien sabe que es su última oportunidad y no quiere darse por vencida. Josefina fue a enfrentarse con todos y, en honor a la verdad y a diferencia de lo que ocurrió hace un mes, no le faltó filo ni punch. Si acaso su único volado al aire fue cuando le reclamó a AMLO no haber renunciado al PRI cuando ocurrió la represión de 1968, “como lo había hecho Octavio Paz”. Nuestro Premio Nobel renunció como Embajador y no a ese partido, al que nunca perteneció. Andrés Manuel, por su parte no militaba ahí aun. Para ese momento, el tabasqueño ya le había aclarado que en 1971 estaba en primero de preparatoria –aunque se ve con más edad porque “lo aflojaron en terracería”- y, por lo tanto, no era del PRI y, de paso, también desmintió haber escrito el himno priísta en Tabasco.
Sin embargo, a pesar de su buena actuación en el debate, no le alcanza a la candidata del PAN para cumplir su propósito, entre otras cosas porque se distinguió por mucho como la que privilegió el golpe a la propuesta y verse como la pendenciera del evento no ayuda con sectores del electorado que eso es lo que cuestionan de los políticos y las respuestas que recibe entrañan necesariamente un desgaste, aunque la mayoría de sus puyas las haya hecho de manera inteligente y hasta ocurrente como la analogía cambiando el género de sus contendientes. Pero su punto más débil es defender logros de los gobiernos del PAN, pues eso no se compadece con el ánimo ciudadano que evidentemente clama por el cambio.
Merecen mención los golpes certeros que JVM propinó a Peña Nieto en relación a los indeseables de su partido, la dedicatoria melosa que le hizo a su padrino político, Eduardo Montiel, y, al revirar las propuestas a favor de los derechos de las mujeres, recordarle que en el Estado de México piden certificados de ingravidez para contratarlas. EPN sólo le pudo contestar con relativo éxito el señalamiento de que el PRI se había opuesto a las reformas, recordando sus ausencias en la Cámara y responsabilizando a la mala operación política de ella y su partido para llegar a acuerdos. Ambos salieron raspados. Aunque era la estrategia obligada, dada su situación, sorprendió ver a Josefina tan agresiva. Con Gabriel Quadri fue demoledora al afirmar que, a pesar de su preparación y sus propuestas, cada voto por él serviría a una familia… la de Elba Esther Gordillo. El autonombrado “candidato ciudadano” no pudo quitarse el golpe ni recordándole las palabras de meloso reconocimiento que ella tuvo como Secretaria de Educación Pública hacia la maestra, remitiendo a los televidentes a un video en Youtube.
Vázquez Mota, pues, cumplió bien con su estrategia, pero eso no evitará que las tendencias confirmen que la definición electoral se dé entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. Consiguió, eso sí, morir con la frente en alto y condimentar el debate. La gente, en su inmensa mayoría, no quiere continuidad y ella, para su desgracia, la representa. Es previsible que un número importante de sus electores recurrirá al “voto útil” a favor de otro de los candidatos.
Peña Nieto acudió a lo básico y, tal y como lo hiciera Zedillo con éxito, prometió mejorar las condiciones inmediatas de la población, su bienestar expresado enfáticamente en aumentar el poder adquisitivo. Sólo contestó a Josefina, pues López Obrador, en virtud de su propia estrategia, no lo tocó y para el priísta lo ideal era evitar al máximo la confrontación. Como era de esperarse, volvió a insistir a la falta de eficacia que, según él, han traído consigo los cambios democráticos. Su solución es disminuir el Congreso y, para ello, hace uso de la medida populista de quitar pluris, escondiendo la consecuencia de esa medida que sería sobrerrepresentación del PRI y el consecuente control presidencial de las Cámaras, tal y como ocurría en el viejo régimen. Cabe recordar que esa era su intención explícita con la “clausula de gobernabilidad” que proponía y que retiró por lograr el mismo objetivo con la medida más popular de reducir la representación proporcional. Muy apegado a su guión de propuestas ya muy manoseadas y demagógicas, EPN fue el más gris de los candidatos, aunque muy por encima de lo que fue su ya emblemático tropezón en la FIL. Su énfasis en el combate a la corrupción para cubrirse de los previsibles golpes a lo que se percibe como un notable punto débil son muy parecidas a las que cada seis años el candidato oficial priísta hacía para quitarse el sino de ese mismo mal de su antecesor. Sus llamados a la reconciliación, también demagógicos, pudieran tener un impacto positivo, no obstante que se contradicen con la confrontación que a su nombre están haciendo candidatos del PRI al buscar confrontar físicamente con los estudiantes del movimiento #YoSoy132, como ocurrió en el Estadio Azteca, donde llevaron miles de acarreados priístas trasladados en cientos de camiones desde el Estado de México, tal y como quedó plenamente acreditado ante la opinión pública. La buena noticia para él es que transitó sin que lo noquearan, no obstante que la panista sí le hizo mella en varias ocasiones.
Gabriel Quadri confirmó que está bien preparado, que habla fluido y comunica con facilidad. Sin embargo, su hipocresía fue notoria. Se presenta como “candidato ciudadano” en oposición a los “políticos de siempre” que se la pasan atacando, para luego hacer exactamente lo que cuestiona de esos políticos, símbolos del mal. Como recurso retórico daba propuestas que suenan interesantes e insistía en que los otros candidatos se manifestaran en torno a ellas a bote pronto, sin análisis previo. Lo mismo hizo, aunque ahí sí de manera justificada y hasta loable, con derechos de género y de las minorías. Después de expresar su oposición a que se criminalice a las mujeres por abortar y su aval a los matrimonios gay, emplazó a los otros a definirse frente a tales polémicos problemas. En el primer caso encontró apoyo unánime, lo cual es extraño teniendo presente que el PRI y el PAN aprobaron duras y punitivas legislaciones antiaborto en 18 estados y que uno de sus principales promotores fue EPN; no fue casual que el Papa lo recibiera en El Vaticano para enterarse de su boda con Angélica Rivera –moría por saberlo– a quien por gracia de la Iglesia le anularon su anterior matrimonio sin ninguna razón legítima, de acuerdo al derecho canónico. Pero ya que todos se manifiestan por no perseguir a las mujeres que toman la difícil y muchas veces traumática decisión de interrumpir su embarazo, ¿por qué no despenalizarlo a nivel federal?
A diferencia del primer debate, Gabriel Quadri no salió indemne y la sombra de Elba Esther Gordillo lo envolvió, gracias a que Vázquez Mota, como ya dijimos, lo dijo de tal manera que el candidato del PANAL no pudo, y ni siquiera lo intentó, refutar. Eso sí, aunque tiró varios golpes, cuando lo cuestionaron se tiro al suelo, victimizándose, diciendo que lo agredían –¡pobre ciudadano!–, como perversamente acostumbran hacerlo los políticos. Se le olvidó que quien lleva la espada desenvainada no puede tener la piel sensible. Desde el principio se notó su intención de exhibir como populista a AMLO, afirmando que “no le salen las cuentas” y que el tabasqueño promete lo que no se puede financiar. Aunque quiso disimularlo, fue evidente su intención de querer ayudar a Enrique Peña Nieto. Para no ser tan obvio, se permitió criticarlo suavemente sin ir más allá del estereotipo paleolítico del priísmo.
El apremio de López Obrador era hacer frente a la campaña lanzada en su contra y que lo presenta como un hombre que tiende a la violencia, hasta el extremo –a todas luces falso e infame– de vincularlo a la vía armada. Por eso optó por no atacar y concentrarse en las propuestas, en verse moderado, conciliador y confiable. Incluso, al responder el ataque de Josefina por su pasado priísta, aclaró con contundencia que él no era de ese partido cuando se dieron los hechos del “jueves de Corpus” y que era falso que hubiera compuesto el himno de ese partido en Tabasco, pero le expresó su respeto a la candidata del PAN y, en lugar de escalar el conflicto, no contraatacó. Es obvio que está pensando en el “voto útil” y que para fomentarlo debe conjurar no sólo los fantasmas del “miedo al cambio” que han reavivado sus contrincantes, sino también el de su antipanismo, pues necesita que la oposición al regreso del PRI y a la restauración autoritaria le signifiquen votos a su favor de esa parte del espectro político.
En lugar del Andrés Manuel beligerante, se vio a un candidato sereno que invitaba a un cambio responsable y colectivo. Puso sobre la mesa como garantía a su gabinete que, en su mayor parte, genera confianza y, sin duda, resulta atractivo y contribuye a sumar a indecisos a su causa. De hecho, su estrategia en el debate fue, en gran medida, dirigida a ese sector de electores que podrían inclinar la balanza a su favor. Es verdad que podía decir muchas cosas sobre el PRI y Peña Nieto y hacer segunda a Vázquez Mota contra el abanderado de la regresión, pero prefirió no dar pie a reafirmar la imagen de rijoso que están explotando en su contra y, en cambio, desmentirla en los hechos con una actitud moderada y propositiva. Fue enfático en su mensaje a los jóvenes y en priorizar la educación, y emotivo al hablar de que si no se iba por ellos (el Estado), otros lo harán (el crimen), así como en el combate a la corrupción, adjudicándose el papel de “guardián de los recursos del pueblo” –lo que me recuerda que de lo publicado por The Guardian nadie se dio por enterado en el debate.
AMLO está poniendo su atención en las urnas y no en las calles, aunque mandó mensajes de solidaridad y empatía a #YoSoy132 y es quien naturalmente capitalizará mejor ese “despertar de los jóvenes” que hasta el mismo Peña Nieto reconoció. Su reciente rectificación frente al IFE, expresando su confianza en la institución, y su compromiso de respetar los resultados, sean cual sean, poniendo a su organización que ha construido en estos años en prenda, pues asegura que cuidarán todas las casillas, ayuda a contrarrestar el “voto del miedo” en su contra y hacer que el “voto útil” que se imponga sea el que se opone al regreso del PRI. El debate sirvió para eso y su estrategia le dio resultado. Por supuesto que tendrá que hacer más en los próximos días y preocuparse por generar un ambiente propicio con los votantes habitualmente panistas que quieren evitar el triunfo de EPN. Seguramente hacer suya la propuesta de “gobierno de coalición”, tratar de suscribir compromisos conjuntos, e insistir en que no habrá persecución contra Felipe Calderón y su gobierno ayudaría. Ganar la elección e impulsar la transformación del país por la izquierda, bien lo valdría.
El debate es riesgo y oportunidad, hasta ahí el lugar común. Se puede buscar atajar los riesgos como prioridad, tratar de explotar la oportunidad corriéndolos o, bien, como ocurrió con Andrés Manuel López Obrador, ver como oportunidad el evitarlos. Si Enrique Peña Nieto se conformaba con no hundirse, Josefina Vázquez Mota necesitaba jugar todas sus cartas como apuesta para revertir las tendencias que la condenan a rezagarse en el tercer lugar y Gabriel Quadri volver a distinguirse como quien no tiene nada que perder y hace diferencia autoafirmándose como “candidato ciudadano”, AMLO tenía que conjurar el fantasma del miedo que le arrancó de las manos la presidencia en 2006 y que, ante su crecimiento, han revivido sus competidores. Me parece que tuvo buen éxito en ese propósito.
Fue notable la mejoría de Josefina Vázquez Mota con respecto al anterior debate. De hecho sorprendió, pues mostró una imagen muy distinta a la inocuidad desangelada que ha dominado su campaña. Se nota que tuvo una preparación a conciencia y se lanzó con todo, tal y como corresponde a quien sabe que es su última oportunidad y no quiere darse por vencida. Josefina fue a enfrentarse con todos y, en honor a la verdad y a diferencia de lo que ocurrió hace un mes, no le faltó filo ni punch. Si acaso su único volado al aire fue cuando le reclamó a AMLO no haber renunciado al PRI cuando ocurrió la represión de 1968, “como lo había hecho Octavio Paz”. Nuestro Premio Nobel renunció como Embajador y no a ese partido, al que nunca perteneció. Andrés Manuel, por su parte no militaba ahí aun. Para ese momento, el tabasqueño ya le había aclarado que en 1971 estaba en primero de preparatoria –aunque se ve con más edad porque “lo aflojaron en terracería”- y, por lo tanto, no era del PRI y, de paso, también desmintió haber escrito el himno priísta en Tabasco.
Sin embargo, a pesar de su buena actuación en el debate, no le alcanza a la candidata del PAN para cumplir su propósito, entre otras cosas porque se distinguió por mucho como la que privilegió el golpe a la propuesta y verse como la pendenciera del evento no ayuda con sectores del electorado que eso es lo que cuestionan de los políticos y las respuestas que recibe entrañan necesariamente un desgaste, aunque la mayoría de sus puyas las haya hecho de manera inteligente y hasta ocurrente como la analogía cambiando el género de sus contendientes. Pero su punto más débil es defender logros de los gobiernos del PAN, pues eso no se compadece con el ánimo ciudadano que evidentemente clama por el cambio.
Merecen mención los golpes certeros que JVM propinó a Peña Nieto en relación a los indeseables de su partido, la dedicatoria melosa que le hizo a su padrino político, Eduardo Montiel, y, al revirar las propuestas a favor de los derechos de las mujeres, recordarle que en el Estado de México piden certificados de ingravidez para contratarlas. EPN sólo le pudo contestar con relativo éxito el señalamiento de que el PRI se había opuesto a las reformas, recordando sus ausencias en la Cámara y responsabilizando a la mala operación política de ella y su partido para llegar a acuerdos. Ambos salieron raspados. Aunque era la estrategia obligada, dada su situación, sorprendió ver a Josefina tan agresiva. Con Gabriel Quadri fue demoledora al afirmar que, a pesar de su preparación y sus propuestas, cada voto por él serviría a una familia… la de Elba Esther Gordillo. El autonombrado “candidato ciudadano” no pudo quitarse el golpe ni recordándole las palabras de meloso reconocimiento que ella tuvo como Secretaria de Educación Pública hacia la maestra, remitiendo a los televidentes a un video en Youtube.
Vázquez Mota, pues, cumplió bien con su estrategia, pero eso no evitará que las tendencias confirmen que la definición electoral se dé entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. Consiguió, eso sí, morir con la frente en alto y condimentar el debate. La gente, en su inmensa mayoría, no quiere continuidad y ella, para su desgracia, la representa. Es previsible que un número importante de sus electores recurrirá al “voto útil” a favor de otro de los candidatos.
Peña Nieto acudió a lo básico y, tal y como lo hiciera Zedillo con éxito, prometió mejorar las condiciones inmediatas de la población, su bienestar expresado enfáticamente en aumentar el poder adquisitivo. Sólo contestó a Josefina, pues López Obrador, en virtud de su propia estrategia, no lo tocó y para el priísta lo ideal era evitar al máximo la confrontación. Como era de esperarse, volvió a insistir a la falta de eficacia que, según él, han traído consigo los cambios democráticos. Su solución es disminuir el Congreso y, para ello, hace uso de la medida populista de quitar pluris, escondiendo la consecuencia de esa medida que sería sobrerrepresentación del PRI y el consecuente control presidencial de las Cámaras, tal y como ocurría en el viejo régimen. Cabe recordar que esa era su intención explícita con la “clausula de gobernabilidad” que proponía y que retiró por lograr el mismo objetivo con la medida más popular de reducir la representación proporcional. Muy apegado a su guión de propuestas ya muy manoseadas y demagógicas, EPN fue el más gris de los candidatos, aunque muy por encima de lo que fue su ya emblemático tropezón en la FIL. Su énfasis en el combate a la corrupción para cubrirse de los previsibles golpes a lo que se percibe como un notable punto débil son muy parecidas a las que cada seis años el candidato oficial priísta hacía para quitarse el sino de ese mismo mal de su antecesor. Sus llamados a la reconciliación, también demagógicos, pudieran tener un impacto positivo, no obstante que se contradicen con la confrontación que a su nombre están haciendo candidatos del PRI al buscar confrontar físicamente con los estudiantes del movimiento #YoSoy132, como ocurrió en el Estadio Azteca, donde llevaron miles de acarreados priístas trasladados en cientos de camiones desde el Estado de México, tal y como quedó plenamente acreditado ante la opinión pública. La buena noticia para él es que transitó sin que lo noquearan, no obstante que la panista sí le hizo mella en varias ocasiones.
Gabriel Quadri confirmó que está bien preparado, que habla fluido y comunica con facilidad. Sin embargo, su hipocresía fue notoria. Se presenta como “candidato ciudadano” en oposición a los “políticos de siempre” que se la pasan atacando, para luego hacer exactamente lo que cuestiona de esos políticos, símbolos del mal. Como recurso retórico daba propuestas que suenan interesantes e insistía en que los otros candidatos se manifestaran en torno a ellas a bote pronto, sin análisis previo. Lo mismo hizo, aunque ahí sí de manera justificada y hasta loable, con derechos de género y de las minorías. Después de expresar su oposición a que se criminalice a las mujeres por abortar y su aval a los matrimonios gay, emplazó a los otros a definirse frente a tales polémicos problemas. En el primer caso encontró apoyo unánime, lo cual es extraño teniendo presente que el PRI y el PAN aprobaron duras y punitivas legislaciones antiaborto en 18 estados y que uno de sus principales promotores fue EPN; no fue casual que el Papa lo recibiera en El Vaticano para enterarse de su boda con Angélica Rivera –moría por saberlo– a quien por gracia de la Iglesia le anularon su anterior matrimonio sin ninguna razón legítima, de acuerdo al derecho canónico. Pero ya que todos se manifiestan por no perseguir a las mujeres que toman la difícil y muchas veces traumática decisión de interrumpir su embarazo, ¿por qué no despenalizarlo a nivel federal?
A diferencia del primer debate, Gabriel Quadri no salió indemne y la sombra de Elba Esther Gordillo lo envolvió, gracias a que Vázquez Mota, como ya dijimos, lo dijo de tal manera que el candidato del PANAL no pudo, y ni siquiera lo intentó, refutar. Eso sí, aunque tiró varios golpes, cuando lo cuestionaron se tiro al suelo, victimizándose, diciendo que lo agredían –¡pobre ciudadano!–, como perversamente acostumbran hacerlo los políticos. Se le olvidó que quien lleva la espada desenvainada no puede tener la piel sensible. Desde el principio se notó su intención de exhibir como populista a AMLO, afirmando que “no le salen las cuentas” y que el tabasqueño promete lo que no se puede financiar. Aunque quiso disimularlo, fue evidente su intención de querer ayudar a Enrique Peña Nieto. Para no ser tan obvio, se permitió criticarlo suavemente sin ir más allá del estereotipo paleolítico del priísmo.
El apremio de López Obrador era hacer frente a la campaña lanzada en su contra y que lo presenta como un hombre que tiende a la violencia, hasta el extremo –a todas luces falso e infame– de vincularlo a la vía armada. Por eso optó por no atacar y concentrarse en las propuestas, en verse moderado, conciliador y confiable. Incluso, al responder el ataque de Josefina por su pasado priísta, aclaró con contundencia que él no era de ese partido cuando se dieron los hechos del “jueves de Corpus” y que era falso que hubiera compuesto el himno de ese partido en Tabasco, pero le expresó su respeto a la candidata del PAN y, en lugar de escalar el conflicto, no contraatacó. Es obvio que está pensando en el “voto útil” y que para fomentarlo debe conjurar no sólo los fantasmas del “miedo al cambio” que han reavivado sus contrincantes, sino también el de su antipanismo, pues necesita que la oposición al regreso del PRI y a la restauración autoritaria le signifiquen votos a su favor de esa parte del espectro político.
En lugar del Andrés Manuel beligerante, se vio a un candidato sereno que invitaba a un cambio responsable y colectivo. Puso sobre la mesa como garantía a su gabinete que, en su mayor parte, genera confianza y, sin duda, resulta atractivo y contribuye a sumar a indecisos a su causa. De hecho, su estrategia en el debate fue, en gran medida, dirigida a ese sector de electores que podrían inclinar la balanza a su favor. Es verdad que podía decir muchas cosas sobre el PRI y Peña Nieto y hacer segunda a Vázquez Mota contra el abanderado de la regresión, pero prefirió no dar pie a reafirmar la imagen de rijoso que están explotando en su contra y, en cambio, desmentirla en los hechos con una actitud moderada y propositiva. Fue enfático en su mensaje a los jóvenes y en priorizar la educación, y emotivo al hablar de que si no se iba por ellos (el Estado), otros lo harán (el crimen), así como en el combate a la corrupción, adjudicándose el papel de “guardián de los recursos del pueblo” –lo que me recuerda que de lo publicado por The Guardian nadie se dio por enterado en el debate.
AMLO está poniendo su atención en las urnas y no en las calles, aunque mandó mensajes de solidaridad y empatía a #YoSoy132 y es quien naturalmente capitalizará mejor ese “despertar de los jóvenes” que hasta el mismo Peña Nieto reconoció. Su reciente rectificación frente al IFE, expresando su confianza en la institución, y su compromiso de respetar los resultados, sean cual sean, poniendo a su organización que ha construido en estos años en prenda, pues asegura que cuidarán todas las casillas, ayuda a contrarrestar el “voto del miedo” en su contra y hacer que el “voto útil” que se imponga sea el que se opone al regreso del PRI. El debate sirvió para eso y su estrategia le dio resultado. Por supuesto que tendrá que hacer más en los próximos días y preocuparse por generar un ambiente propicio con los votantes habitualmente panistas que quieren evitar el triunfo de EPN. Seguramente hacer suya la propuesta de “gobierno de coalición”, tratar de suscribir compromisos conjuntos, e insistir en que no habrá persecución contra Felipe Calderón y su gobierno ayudaría. Ganar la elección e impulsar la transformación del país por la izquierda, bien lo valdría.
Comentarios