Jorge Fernández Menéndez
Para mi amigo Francisco Garfias, porque extrañaremos a su hermano Antonio.
El ejercicio de debate realizado por #YoSoy132 fue interesante. Los candidatos, los tres que asistieron, se vieron, se sintieron, más desenfadados que en un debate formal, las preguntas fueron serias y no hubo un favoritismo marcado. Pero tampoco nos engañemos: la producción fue un poco más que pobre, el debate no se vio, entre otras muchas razones, porque los organizadores no dejaron entrar cámaras de televisión y la señal por YouTube se perdió una y otra vez, a tal grado que, la verdad, nos terminamos enterando de lo sucedido más por los periódicos del día siguiente que por la transmisión en vivo del debate.
En el encuentro volvió a mostrarse mucho más sólida Josefina Vázquez Mota que Andrés Manuel López Obrador, mientras Gabriel Quadri siguió en su papel de “no político”. El candidato perredista, una vez que dejó la zona de confort de la que había gozado hasta hace unas semanas (cuando la campaña, luego del viernes negro de Peña Nieto en la Ibero, se centró en los ataques al priista, y Josefina se concentró tanto en ese aspecto que dejó abierto el flanco por el cual creció López Obrador), ha vuelto a ser el de 2006, el de siempre. Si las encuestas, por lo menos las que lo beneficiaban, eran buenas, ahora vuelven a estar “cuchareadas” y, como hace seis años, él tiene la suya, que no muestra y supuestamente le otorga una ventaja que no se advierte en ninguno de los estudios dados a conocer, incluidos los de sus simpatizantes. La opacidad vuelve a ser la norma en el manejo de sus recursos: lleva semanas diciendo que hará públicas las cuentas de la fundación Honestidad Valiente, que lo mantuvo y financió durante seis años, y hasta ahora siguen escondidas. No volvió a contestarle a Josefina sobre sus contradicciones políticas, desde su pasado en el PRI hasta la designación de Manuel Bartlett como candidato al Senado por Puebla. Dijo, anteayer, que aceptaría un acuerdo del IFE para respetar los resultados electorales, pero agregó que él no lo firmaría, que enviaría a algún representante para hacerlo. Y otra vez está preparando el escenario para impugnar la elección si los resultados son cerrados.
Lo cierto es que un debate por YouTube no cambiará muchas cosas y Peña Nieto creo que fue sensato al no exponerse electoralmente y no ir a un encuentro organizado por un grupo que se opone explícitamente a su candidatura. Eso no debería impedir que tuviéramos otro tipo de confrontaciones de ideas y de personalidades pero, a una semana del cierre de las campañas, no veremos ya nada de eso. Esta campaña nos sigue debiendo ideas, propuestas, claridad. En el último debate presidencial, en el de #YoSoy132, y según la Fundación Espinosa Yglesias, que analizó los programas y propuestas de cada uno de los cuatro candidatos presidenciales, las de Josefina parecieron las más sólidas, las más articuladas. Quizá se tardó mucho, demasiado, en aparecer la candidata que siempre tendría que haber sido. Peña Nieto sigue administrando su ventaja, pero nos debe algo que tiene en los actos públicos, pero no lo muestra en los medios: la empatía, la sensibilidad, se ve en ocasiones acartonado y lejano. Lo decíamos respecto a Miguel Mancera y lo reiteramos con Peña Nieto: administrar tanto la ventaja puede ser sensato en términos electorales, pero no deja buen sabor de boca en los electores y las propuestas y el entusiasmo pierden fuerza. López Obrador por supuesto que es y se mostró competitivo, en el debate y en la campaña, pero el país y la realidad de Andrés Manuel son diferentes, distintas, a la que vivimos, y su ligereza con los números, con el dinero, el de su campaña y el presupuestal, sus ocurrencias (como el tren bala de Palenque a Cancún) funcionan en cierto círculo, pero no alcanzan para mostrar, como él mismo lo presume, un verdadero proyecto de nación que vaya más allá de su convicción de poder.
No sé cuál será, si es que lo tiene, el futuro del movimiento #YoSoy132. Sigo pensando que, como se puso de manifiesto en estos días, incluso en la organización y trasmisión de este debate, tiene dos facetas: una, muy positiva, que le otorga una suerte de interlocución válida en esferas de poder y con los medios, aunque la juventud mexicana, hay que insistir en ello, trasciende infinitamente los márgenes del #YoSoy132. Lo negativo es que, cada vez más, tiende a sectarizarse, como lo hicieron en su momento el CEU, que fue mucho más masivo, y el CGH, mucho más ultra. Por lo pronto, pueden vanagloriarse de haber organizado el único debate independiente con tres de los cuatro aspirantes presidenciales.
Para mi amigo Francisco Garfias, porque extrañaremos a su hermano Antonio.
El ejercicio de debate realizado por #YoSoy132 fue interesante. Los candidatos, los tres que asistieron, se vieron, se sintieron, más desenfadados que en un debate formal, las preguntas fueron serias y no hubo un favoritismo marcado. Pero tampoco nos engañemos: la producción fue un poco más que pobre, el debate no se vio, entre otras muchas razones, porque los organizadores no dejaron entrar cámaras de televisión y la señal por YouTube se perdió una y otra vez, a tal grado que, la verdad, nos terminamos enterando de lo sucedido más por los periódicos del día siguiente que por la transmisión en vivo del debate.
En el encuentro volvió a mostrarse mucho más sólida Josefina Vázquez Mota que Andrés Manuel López Obrador, mientras Gabriel Quadri siguió en su papel de “no político”. El candidato perredista, una vez que dejó la zona de confort de la que había gozado hasta hace unas semanas (cuando la campaña, luego del viernes negro de Peña Nieto en la Ibero, se centró en los ataques al priista, y Josefina se concentró tanto en ese aspecto que dejó abierto el flanco por el cual creció López Obrador), ha vuelto a ser el de 2006, el de siempre. Si las encuestas, por lo menos las que lo beneficiaban, eran buenas, ahora vuelven a estar “cuchareadas” y, como hace seis años, él tiene la suya, que no muestra y supuestamente le otorga una ventaja que no se advierte en ninguno de los estudios dados a conocer, incluidos los de sus simpatizantes. La opacidad vuelve a ser la norma en el manejo de sus recursos: lleva semanas diciendo que hará públicas las cuentas de la fundación Honestidad Valiente, que lo mantuvo y financió durante seis años, y hasta ahora siguen escondidas. No volvió a contestarle a Josefina sobre sus contradicciones políticas, desde su pasado en el PRI hasta la designación de Manuel Bartlett como candidato al Senado por Puebla. Dijo, anteayer, que aceptaría un acuerdo del IFE para respetar los resultados electorales, pero agregó que él no lo firmaría, que enviaría a algún representante para hacerlo. Y otra vez está preparando el escenario para impugnar la elección si los resultados son cerrados.
Lo cierto es que un debate por YouTube no cambiará muchas cosas y Peña Nieto creo que fue sensato al no exponerse electoralmente y no ir a un encuentro organizado por un grupo que se opone explícitamente a su candidatura. Eso no debería impedir que tuviéramos otro tipo de confrontaciones de ideas y de personalidades pero, a una semana del cierre de las campañas, no veremos ya nada de eso. Esta campaña nos sigue debiendo ideas, propuestas, claridad. En el último debate presidencial, en el de #YoSoy132, y según la Fundación Espinosa Yglesias, que analizó los programas y propuestas de cada uno de los cuatro candidatos presidenciales, las de Josefina parecieron las más sólidas, las más articuladas. Quizá se tardó mucho, demasiado, en aparecer la candidata que siempre tendría que haber sido. Peña Nieto sigue administrando su ventaja, pero nos debe algo que tiene en los actos públicos, pero no lo muestra en los medios: la empatía, la sensibilidad, se ve en ocasiones acartonado y lejano. Lo decíamos respecto a Miguel Mancera y lo reiteramos con Peña Nieto: administrar tanto la ventaja puede ser sensato en términos electorales, pero no deja buen sabor de boca en los electores y las propuestas y el entusiasmo pierden fuerza. López Obrador por supuesto que es y se mostró competitivo, en el debate y en la campaña, pero el país y la realidad de Andrés Manuel son diferentes, distintas, a la que vivimos, y su ligereza con los números, con el dinero, el de su campaña y el presupuestal, sus ocurrencias (como el tren bala de Palenque a Cancún) funcionan en cierto círculo, pero no alcanzan para mostrar, como él mismo lo presume, un verdadero proyecto de nación que vaya más allá de su convicción de poder.
No sé cuál será, si es que lo tiene, el futuro del movimiento #YoSoy132. Sigo pensando que, como se puso de manifiesto en estos días, incluso en la organización y trasmisión de este debate, tiene dos facetas: una, muy positiva, que le otorga una suerte de interlocución válida en esferas de poder y con los medios, aunque la juventud mexicana, hay que insistir en ello, trasciende infinitamente los márgenes del #YoSoy132. Lo negativo es que, cada vez más, tiende a sectarizarse, como lo hicieron en su momento el CEU, que fue mucho más masivo, y el CGH, mucho más ultra. Por lo pronto, pueden vanagloriarse de haber organizado el único debate independiente con tres de los cuatro aspirantes presidenciales.
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