Alfredo Jalife-Rahme / Bajo la Lupa
Desde la defenestración del sátrapa Hosni Mubarak, hace 16 meses, la revolución de las pirámides ha sido secuestrada por microgolpes de Estado que no se atreven a pronunciar su nombre por la junta militar, la cual se ha enfrascado en una viciosa cuan intensa lucha con los Hermanos Musulmanes –la nueva estrella regional ascendente en todo el Medio Oriente desde Gaza, pasando por Jordania, hasta Siria–, bajo la teatralidad de una democracia controlada (ver Bajo la Lupa, 20/6/12).
La lucha por el poder entre la casta militar, otrora heroica, y los civiles, de religiosidad omnímoda aglutinados por los omnipotentes Hermanos Musulmanes y los salafistas (de lectura integrista coránica más estricta), quedó definida a corto plazo, con tácita bendición de Estados Unidos: los militares gobiernan y los Hermanos Musulmanes reinan, en un equilibrio precario, pero aceptado por los actores en juego, que quizá se irá acentuando y asentando en el sentido de la fórmula paquistaní, otrora exitosa, de reparto de poder y delimitación de sus esferas de influencia.
La narrativa occidentaloide, que flagela y desfigura a Medio Oriente en su prisma subjetivo para sus primarias necesidades geopolíticas de control regional, vende la idea de que el flamante presidente civil adscrito a la cofradía de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi –ingeniero formado en la Universidad de California, con dos de sus cinco hijos de nacionalidad estadunidense–, constituye el quinto presidente republicano desde la caída de la monarquía (con cuatro previos de origen militar).
Mas allá de sus caracteríscas singulares, los cuatro anteriores presidentes republicanos debieron su asunción presidencial a su genealogía militar, cuando las elecciones eran un mero trámite.
En términos estrictos y una relativa elección competida, entre Ahmed Shafik –representante del ancien régime, el general de aviación ex primer ministro de Mubarak– y el candidato de los Hermanos Musulmanes, se pudiera aducir que Mohamed Mursi representa el primer gobernante civil libremente elegido desde hace 7 mil años en las tierras faraónicas.
No es poca cosa, y quizá el Medio Oriente se encuentre ya en un punto de inflexión histórico cuando las castas militares, con su séquito pestilente de sus mukhabarat/istikhbarat (sus servicios secretos torturadores con la anuencia farisea de Estados Unidos), sean obligadas a ceder parte de su poder y/o a coexistir, al estilo quizá caduco de la fórmula paquistaní (de equilibrio militar/civil hoy contaminado por un tercer factor inesperado: el judicial), con la nueva estrella en el firmamento geopolítico regional: los Hermanos Musulmanes, lo cual conviene al redireccionamiento posmoderno de Estados Unidos y Gran Bretaña (presunta creadora de la cofradía de los Hermanos Musulmanes hace 84 años, si hacemos caso a las reseñas acuciosas de Thiery Meyssan, director de Réseau Voltaire).
A juicio del analista Rami Khouri (The Daily Star, 23/6/12), en un artículo muy severo –un tanto cuanto de corte prismático occidentaloide–, lo que sucede en Siria y Egipto definirá a Medio Oriente: la característica política central del moderno mundo árabe desde su creación después de la Segunda Guerra Mundial: la lucha entre oficiales militares y políticos civiles por el control de las instituciones de gobierno.
Christain Merville, de Le Point (26/6/12), después de reseñar la forma accidentada en la que accede al poder Mohamed Mursi, coloca en relieve la voluntad de acomodamiento del flamante presidente islámico con el ejército, pese al ostentoso cuan estruendoso golpe de Estado una semana antes, que disolvió al Parlamento recientemente elegido donde goza(ba) de mayoría el binomio religioso Hermanos Musulmanes/salafistas.
El mariscal Hussein Tantawi, mandamás de la junta militar, se dio el lujo de exhibir un mínimo de decoro democrático al felicitar al presuntamente raptado y triunfador en las urnas, aunque en forma extrañamente apretada, lo cual provocó el júbilo pirotécnico de los fieles congregados en la legendaria plaza Tahrir, donde fueron relegados al ostracismo los otros civiles, de corte más laico (v. gr. Movimiento 6 de Abril), quienes iniciaron la revolución hoy doblemente secuestrada tanto por la junta militar como por los Hermanos Musulmanes, quienes, a juicio de la revista francesa, concretaron acuerdos subrepticios por lo menos en la forma, si no en el fondo.
¿Padecen los Hermanos Musulmanes el síndrome de Estocolmo frente a sus victimarios militares?
Si los redireccionamientos geopolíticos son inequívocamente unidireccionales (en beneficio de la oculta agenda geopolítica de Estados Unidos), los acomodamientos domésticos serían múltiples y variados cuando el original candidato multimillonario de los Hermanos Musulmanes, Kheirat Al-Shater –muy cercano a Estados Unidos y quien fue obligado a ceder su lugar a Mohamed Mursi por el equivalente y ambivalente IFE egipcio–, pregona abiertamente el modelo neoliberal, que no necesariamente embona con la ideología más solidaria y colectiva de la cofradía, donde la caridad islámica juega un papel determinante.
Son tiempos de ajustes a los niveles local y regional.
Por constituir la mayor población del mundo árabe (alrededor de 25 por ciento) y su mejor ejército, lo sucedido en Egipto, dotado de una privilegiada ubicación superestratégica, puede ser definitiorio para el resto de la umma, la comunidad de los creyentes, que ve el segundo ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes (antes vino Gaza con Hamas). ¿Cundirá el efecto dominó de gobiernos de los Hermanos Musulmanes en Siria y Jordania/Cisjordania?
Los multimedia iraníes reportaron que Mohamed Mursi reconsidera la firma del tratado de paz con Israel (muy impopular) y la reanudación de relaciones con Irán para crear un nuevo equilibrio estratégico en Medio Oriente, lo cual ha sido vigorosamente desmentido por el portavoz del flamante presidente islámico sunita de Egipto. No suena ilógico, pero mucho dependerá de la bidireccionalidad entablada entre la junta militar (que depende de una ayuda sustancial anual de Estados Unidos) y los Hermanos Musulmanes.
Naharnet (25/6/12), portal libanés de corte liberal, aduce que Mohamed Mursi deberá cogobernar con el ejército: goza de una legitimidad electoral sin precedente (nota: más aún si se agrega el control del Parlamento disuelto por la junta y cuyo destino sigue en al aire), pero su liderazgo será acotado por los poderes atrincherados (sic) de los militares. Naharnet considera que esta situación –la fase más importante de la transición– podría llevar a periodos alternos de compromiso y tensión entre los Hermanos Musulmanes y el ejército.
En caso de ser real, el 48.2 por ciento que descolgó el general de aviación y ex primer ministro de Mubarak, Ahmed Shafik, exhibe que el “ancien régime” no está liquidado y goza de un exquisito margen de maniobra al atraer al segmento laico (whatever that means, en un entorno respetablemente islámico) y, sobre todo, a la minoría agazapada de los cristianos coptos (10 por ciento de la población y la más numerosa de todo Medio Oriente).
Profiera lo que profiera la propaganda occidentaloide, los cristianos del Medio Oriente –desde Irak, pasando por Siria/Líbano, hasta Egipto– son y/o serán los grandes perdedores teológicos debido a los juegos geopolíticos de los paganos hipermaterialistas del Atlántico Norte, con travestismo cristiano, quienes empujan el ascenso islámico para desestabilizar las importantes poblaciones musulmanas de sus rivales del RIC (Rusia, India y China).
Desde la defenestración del sátrapa Hosni Mubarak, hace 16 meses, la revolución de las pirámides ha sido secuestrada por microgolpes de Estado que no se atreven a pronunciar su nombre por la junta militar, la cual se ha enfrascado en una viciosa cuan intensa lucha con los Hermanos Musulmanes –la nueva estrella regional ascendente en todo el Medio Oriente desde Gaza, pasando por Jordania, hasta Siria–, bajo la teatralidad de una democracia controlada (ver Bajo la Lupa, 20/6/12).
La lucha por el poder entre la casta militar, otrora heroica, y los civiles, de religiosidad omnímoda aglutinados por los omnipotentes Hermanos Musulmanes y los salafistas (de lectura integrista coránica más estricta), quedó definida a corto plazo, con tácita bendición de Estados Unidos: los militares gobiernan y los Hermanos Musulmanes reinan, en un equilibrio precario, pero aceptado por los actores en juego, que quizá se irá acentuando y asentando en el sentido de la fórmula paquistaní, otrora exitosa, de reparto de poder y delimitación de sus esferas de influencia.
La narrativa occidentaloide, que flagela y desfigura a Medio Oriente en su prisma subjetivo para sus primarias necesidades geopolíticas de control regional, vende la idea de que el flamante presidente civil adscrito a la cofradía de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi –ingeniero formado en la Universidad de California, con dos de sus cinco hijos de nacionalidad estadunidense–, constituye el quinto presidente republicano desde la caída de la monarquía (con cuatro previos de origen militar).
Mas allá de sus caracteríscas singulares, los cuatro anteriores presidentes republicanos debieron su asunción presidencial a su genealogía militar, cuando las elecciones eran un mero trámite.
En términos estrictos y una relativa elección competida, entre Ahmed Shafik –representante del ancien régime, el general de aviación ex primer ministro de Mubarak– y el candidato de los Hermanos Musulmanes, se pudiera aducir que Mohamed Mursi representa el primer gobernante civil libremente elegido desde hace 7 mil años en las tierras faraónicas.
No es poca cosa, y quizá el Medio Oriente se encuentre ya en un punto de inflexión histórico cuando las castas militares, con su séquito pestilente de sus mukhabarat/istikhbarat (sus servicios secretos torturadores con la anuencia farisea de Estados Unidos), sean obligadas a ceder parte de su poder y/o a coexistir, al estilo quizá caduco de la fórmula paquistaní (de equilibrio militar/civil hoy contaminado por un tercer factor inesperado: el judicial), con la nueva estrella en el firmamento geopolítico regional: los Hermanos Musulmanes, lo cual conviene al redireccionamiento posmoderno de Estados Unidos y Gran Bretaña (presunta creadora de la cofradía de los Hermanos Musulmanes hace 84 años, si hacemos caso a las reseñas acuciosas de Thiery Meyssan, director de Réseau Voltaire).
A juicio del analista Rami Khouri (The Daily Star, 23/6/12), en un artículo muy severo –un tanto cuanto de corte prismático occidentaloide–, lo que sucede en Siria y Egipto definirá a Medio Oriente: la característica política central del moderno mundo árabe desde su creación después de la Segunda Guerra Mundial: la lucha entre oficiales militares y políticos civiles por el control de las instituciones de gobierno.
Christain Merville, de Le Point (26/6/12), después de reseñar la forma accidentada en la que accede al poder Mohamed Mursi, coloca en relieve la voluntad de acomodamiento del flamante presidente islámico con el ejército, pese al ostentoso cuan estruendoso golpe de Estado una semana antes, que disolvió al Parlamento recientemente elegido donde goza(ba) de mayoría el binomio religioso Hermanos Musulmanes/salafistas.
El mariscal Hussein Tantawi, mandamás de la junta militar, se dio el lujo de exhibir un mínimo de decoro democrático al felicitar al presuntamente raptado y triunfador en las urnas, aunque en forma extrañamente apretada, lo cual provocó el júbilo pirotécnico de los fieles congregados en la legendaria plaza Tahrir, donde fueron relegados al ostracismo los otros civiles, de corte más laico (v. gr. Movimiento 6 de Abril), quienes iniciaron la revolución hoy doblemente secuestrada tanto por la junta militar como por los Hermanos Musulmanes, quienes, a juicio de la revista francesa, concretaron acuerdos subrepticios por lo menos en la forma, si no en el fondo.
¿Padecen los Hermanos Musulmanes el síndrome de Estocolmo frente a sus victimarios militares?
Si los redireccionamientos geopolíticos son inequívocamente unidireccionales (en beneficio de la oculta agenda geopolítica de Estados Unidos), los acomodamientos domésticos serían múltiples y variados cuando el original candidato multimillonario de los Hermanos Musulmanes, Kheirat Al-Shater –muy cercano a Estados Unidos y quien fue obligado a ceder su lugar a Mohamed Mursi por el equivalente y ambivalente IFE egipcio–, pregona abiertamente el modelo neoliberal, que no necesariamente embona con la ideología más solidaria y colectiva de la cofradía, donde la caridad islámica juega un papel determinante.
Son tiempos de ajustes a los niveles local y regional.
Por constituir la mayor población del mundo árabe (alrededor de 25 por ciento) y su mejor ejército, lo sucedido en Egipto, dotado de una privilegiada ubicación superestratégica, puede ser definitiorio para el resto de la umma, la comunidad de los creyentes, que ve el segundo ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes (antes vino Gaza con Hamas). ¿Cundirá el efecto dominó de gobiernos de los Hermanos Musulmanes en Siria y Jordania/Cisjordania?
Los multimedia iraníes reportaron que Mohamed Mursi reconsidera la firma del tratado de paz con Israel (muy impopular) y la reanudación de relaciones con Irán para crear un nuevo equilibrio estratégico en Medio Oriente, lo cual ha sido vigorosamente desmentido por el portavoz del flamante presidente islámico sunita de Egipto. No suena ilógico, pero mucho dependerá de la bidireccionalidad entablada entre la junta militar (que depende de una ayuda sustancial anual de Estados Unidos) y los Hermanos Musulmanes.
Naharnet (25/6/12), portal libanés de corte liberal, aduce que Mohamed Mursi deberá cogobernar con el ejército: goza de una legitimidad electoral sin precedente (nota: más aún si se agrega el control del Parlamento disuelto por la junta y cuyo destino sigue en al aire), pero su liderazgo será acotado por los poderes atrincherados (sic) de los militares. Naharnet considera que esta situación –la fase más importante de la transición– podría llevar a periodos alternos de compromiso y tensión entre los Hermanos Musulmanes y el ejército.
En caso de ser real, el 48.2 por ciento que descolgó el general de aviación y ex primer ministro de Mubarak, Ahmed Shafik, exhibe que el “ancien régime” no está liquidado y goza de un exquisito margen de maniobra al atraer al segmento laico (whatever that means, en un entorno respetablemente islámico) y, sobre todo, a la minoría agazapada de los cristianos coptos (10 por ciento de la población y la más numerosa de todo Medio Oriente).
Profiera lo que profiera la propaganda occidentaloide, los cristianos del Medio Oriente –desde Irak, pasando por Siria/Líbano, hasta Egipto– son y/o serán los grandes perdedores teológicos debido a los juegos geopolíticos de los paganos hipermaterialistas del Atlántico Norte, con travestismo cristiano, quienes empujan el ascenso islámico para desestabilizar las importantes poblaciones musulmanas de sus rivales del RIC (Rusia, India y China).
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