Arturo Balderas Rodríguez
En menos de un mes el presidente Barack Obama tomó dos decisiones que han recibido ásperas críticas de los sectores más conservadores del espectro político estadunidense. La primera de ellas fue su apoyo a los matrimonios del mismo sexo, lo que le valió los más cálidos elogios de todos los sectores liberales en el país, incluida la cada vez más numerosa comunidad homosexual. Los ecos de la decisión resonaron en la Suprema Corte de Justicia, que muy pronto deberá tomar una decisión en torno a la prohibición existente en un puñado de estados de coartar el derecho de las personas a unir su vida con quien mejor les parezca.
No tuvo que esperar mucho Obama para recibir una andanada de críticas de un numeroso grupo de organizaciones, entre ellas las religiosas, particularmente la católica y la mormona. No hay que olvidar que fueron los mormones quienes aportaron la mayor cantidad de dinero para promover la propuesta electoral cuyo fin era prohibir en California los matrimonios entre personas del mismo sexo. Desde luego Mitt Romney, quien es un devoto feligrés de esa religión, aprovechó la oportunidad para lanzarse en contra de Obama por el apoyo a las comunidades gay.
La otra decisión que el presidente tomó apenas hace unos días fue la de pasar por encima del Congreso para emitir una orden ejecutiva mediante la que se suspende la deportación de más de 800 mil jóvenes indocumentados que llegaron a EU cuando eran niños y han vivido y cursado sus estudios en el país. Desde ahora podrán residir sin la zozobra de ser deportados, son estadunidenses en todos los sentidos, declaró el presidente al firmar su decisión. Ésta, agregó, hará más justa y eficiente la política migratoria. A partir de ahora las autoridades migratorias suspenderán todo trámite que tenga como fin deportar a los jóvenes que llegaron a Estados Unidos antes de haber cumplido 16 años de edad, haber vivido por lo menos durante los pasados cinco años en el país, asistir a la escuela, ser graduados de preparatoria o veteranos del ejército. Además, deberán ser menores de 30 años y no tener antecedentes criminales.
Entre los líderes de organizaciones que apoyan a los migrantes y abogan por sus derechos civiles, la política fue recibida con algún escepticismo, argumentando que es menos de lo que esperaban y los requisitos son muchos. Aceptaron, sin embargo, que es un primer paso en la promesa de una reforma migratoria que haga justicia a los indocumentados. Por lo pronto, cientos de miles de jóvenes festejaron y por primera vez se sintieron aliviados del temor diario de ser deportados. Como era de esperarse, el grito de inconformidad vino desde la bancada republicana en el Congreso, que criticó agriamente al presidente Obama por haber dado ese paso sin la aquiescencia de los congresistas.
Es loable que, con estas decisiones, el presidente Barack Obama intente regresar al camino de las reivindicaciones sociales prometidas, que parecía haber olvidado.
En menos de un mes el presidente Barack Obama tomó dos decisiones que han recibido ásperas críticas de los sectores más conservadores del espectro político estadunidense. La primera de ellas fue su apoyo a los matrimonios del mismo sexo, lo que le valió los más cálidos elogios de todos los sectores liberales en el país, incluida la cada vez más numerosa comunidad homosexual. Los ecos de la decisión resonaron en la Suprema Corte de Justicia, que muy pronto deberá tomar una decisión en torno a la prohibición existente en un puñado de estados de coartar el derecho de las personas a unir su vida con quien mejor les parezca.
No tuvo que esperar mucho Obama para recibir una andanada de críticas de un numeroso grupo de organizaciones, entre ellas las religiosas, particularmente la católica y la mormona. No hay que olvidar que fueron los mormones quienes aportaron la mayor cantidad de dinero para promover la propuesta electoral cuyo fin era prohibir en California los matrimonios entre personas del mismo sexo. Desde luego Mitt Romney, quien es un devoto feligrés de esa religión, aprovechó la oportunidad para lanzarse en contra de Obama por el apoyo a las comunidades gay.
La otra decisión que el presidente tomó apenas hace unos días fue la de pasar por encima del Congreso para emitir una orden ejecutiva mediante la que se suspende la deportación de más de 800 mil jóvenes indocumentados que llegaron a EU cuando eran niños y han vivido y cursado sus estudios en el país. Desde ahora podrán residir sin la zozobra de ser deportados, son estadunidenses en todos los sentidos, declaró el presidente al firmar su decisión. Ésta, agregó, hará más justa y eficiente la política migratoria. A partir de ahora las autoridades migratorias suspenderán todo trámite que tenga como fin deportar a los jóvenes que llegaron a Estados Unidos antes de haber cumplido 16 años de edad, haber vivido por lo menos durante los pasados cinco años en el país, asistir a la escuela, ser graduados de preparatoria o veteranos del ejército. Además, deberán ser menores de 30 años y no tener antecedentes criminales.
Entre los líderes de organizaciones que apoyan a los migrantes y abogan por sus derechos civiles, la política fue recibida con algún escepticismo, argumentando que es menos de lo que esperaban y los requisitos son muchos. Aceptaron, sin embargo, que es un primer paso en la promesa de una reforma migratoria que haga justicia a los indocumentados. Por lo pronto, cientos de miles de jóvenes festejaron y por primera vez se sintieron aliviados del temor diario de ser deportados. Como era de esperarse, el grito de inconformidad vino desde la bancada republicana en el Congreso, que criticó agriamente al presidente Obama por haber dado ese paso sin la aquiescencia de los congresistas.
Es loable que, con estas decisiones, el presidente Barack Obama intente regresar al camino de las reivindicaciones sociales prometidas, que parecía haber olvidado.
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