Cirrosis democrática

Raymundo Riva Palacio

La democracia mexicana es incipiente y primitiva, llena de prejuicios que contaminan al electorado. Lo más reciente es lo viejo en este cierre de campaña presidencial, donde el tema de la compra del voto inunda los medios como secuela a la denuncia del candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador en contra del PRI. La acusación más concreta la hizo Roberto Gil, coordinador de la campaña de Josefina Vázquez Mota, al revelar que el PRI estaba repartiendo en todo el país tarjetas de débito con depósitos millonarios, para la operación el 1 de julio.

Estos recursos, de ser ciertos, no parecen estar dirigidos a la compra de voto, sino a la movilización de electores, convencidos ya de su voto. ¿Quiere decir que no hay compra de voto? Son públicos los esfuerzos para lograrlo. Operadores del PRI repartieron millones de tarjetas pre-pagadas en grupos de pocos recursos para comprar comida o ropa, y desde hace un año en la zona conurbada al oriente de la ciudad de México –bastiones perredistas- comenzaron a repartir despensas –primero bimensualmente y después cada mes-, para crear una dependencia del elector con el PRI.

Desde hace más de 12 años, el PRD organizó grupos de personas en la ciudad de México a las que reúne cada semana para adoctrinamiento, y moviliza en mítines y eventos políticos cada vez que es necesario. No les dan despensas, sino les prometen –y muy pocas veces han cumplido- créditos de vivienda. Son una masa electoral cautiva, como los adultos mayores a quienes les regalan mensualmente 700 pesos, dentro de una política social noble que tiene como efecto colateral la lealtad hacia López Obrador, quien lo instauró cuando fue jefe de gobierno en el Distrito Federal, en elecciones.

Los gobiernos panistas no son diferentes. Desde la administración de Vicente Fox usaron los programas sociales diseñados por el ex presidente Carlos Salinas –Solidaridad- y mejorados por Ernesto Zedillo –Progresa-. Bajo el nombre de Oportunidades, tienen la dualidad de la generosidad del que da dinero y el compromiso de los beneficiarios para con los donadores. No siempre hay apoyo electoral voluntario, por lo que se han utilizado acciones de coacción para obligar a votar por el PAN a quienes están en el padrón de Oportunidades.

Si esas prácticas no evolucionaron, el electorado sí. Cada vez más pícaro, el elector vio que podía recibir dinero de todos porque, finalmente, el voto era secreto. Para evitar esas deslealtades en la urna, se comenzaron a utilizar teléfonos celulares para comprobar por quién habían votado, y más adelante, en una sofisticación de lo que antaño se llamaba carrusel, idearon el mecanismo de que el primero que entraba en la casilla se guardaba las papeletas de voto, que entregaba a la salida para ser rellenadas y entregadas al siguiente en la fila, quien las metía en la urna. Ese sinfín con las boletas, manual y creativo era, sobretodo, eficiente.

Son variaciones sobre el tema de la compra de votos, donde nadie es inocente de practicarlas. Nadie tampoco puede garantizar que el dinero se traduzca automáticamente en votos. Los beneficiarios de Oportunidades lo probaron en la elección presidencial de 2006, pues en los 100 municipios más beneficiados por ese programa, ganó López Obrador. No obstante, buscar capitalizar en votos la marginación de un segmento del electorado es aprovechar inescrupulosamente la miseria. Este no es sólo un lastre del viejo sistema político, sino una cirrosis ante la cual el enfermo (un candidato) sigue adicto al alcohol (las prácticas clientelares). Y además, inútil. El electorado tomó la medida a los políticos y por lo que se ha visto en las urnas, lejos de ser los manipulados, son ellos sino quienes se burlan de los que pretenden engañarlos. El viejo clientelismo es una asignatura pendiente de la democracia mexicana. Pero al mismo tiempo, no parece existir mucho interés en cancelarla. En el juego de la simulación, unos hacen como que los convencen, y los otros, como que los convencieron. Mexicanos al fin.

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