El “debate”: urbanidad inusitada Astillero Extra (Redactado después de terminado el debate dominical) Julio Hernández López Lo más notable fue lo que no se dijo. De pronto desaparecieron del campo de batalla los arreos y preparativos que todos suponían que formarían parte de la contienda anunciada: Peña Nieto no utilizó el tema del charolazo fácilmente evocatorio de bejaranismos crispantes y López Obrador no tocó el punto de los pagos a Televisa (con The Guardian como natural plataforma) para inflar al producto chatarra antes tan presente en los discursos del tabasqueño. Y, así como esos, fueron borrados todos los tópicos que pudieran provocar ruido excesivo, disonancia o altercado. El mundo feliz y ejemplar en el que los candidatos, sobre todo los punteros, logran mantener actitudes propositivas, sin desviarse por los feos senderos de las acusaciones crudas y rudas: primer mundo político en un abrir y cerrar de ojos. El más perjudicado en este extraño lance de entendimientos modosos es quien aspiraba a aprovechar la oportunidad para demostrar, frente a las cámaras de los principales canales de televisión, que es mejor que el priista a quien a la hora de redactar estas líneas astilladas acusaban a partir de una fotografía de haber sustituido el teleprompter por el menos voluminoso “chícharo” auditivo. López Obrador debería haber establecido sin sombra de duda la diferencia que le haría más susceptible de recibir el voto popular que el vacuo exgobernador del Estado de México. Pero López Obrador no fue capaz de trasladar al escenario televisable la intensidad de la protesta social, de la movilización a causa del hartazgo ante tanta podredumbre institucional. Moderó su discurso para continuar con la improbable esperanza de convencer a los verdaderos poderes del país de que no constituye una amenaza inaceptable para sus intereses. Evitó mencionar lo que está viviendo el país ante la descomposición generalizada y prefirió reiterar su diagnóstico de campaña, apenas girado el volumen en la última intervención para dar más sonoridad al mensaje en busca de incentivar a los “indecisos” para votar por él. Cierto es que AMLO nuclea la gran oposición militante al sistema actual de cosas por encima de sus limitaciones ideológicas, discursivas y operativas, y que sus seguidores se aferrarán a la tesis de que a pesar de todo es el mejor y quien resultó más favorecido por el esquema de “debate”. Pero el objetivo de la comparecencia televisiva de ayer no eran los ya convencidos, los fieles, el voto duro, sino el amplio segmento de ciudadanos, sobre todo los jóvenes, que aún no definen qué harán a la hora de la urna. Y la noche del domingo, en Guadalajara, López Obrador prefirió comportarse como un político institucional (nada de mandar al diablo nada), empecinado en parecer bien portado y alejado de toda tentación polémica. Peña Nieto no pierde mientras no sea noqueado. Los jueces están de su lado y el ring lo tiene arreglado. En esa situación, todo lo que le permita seguir de pie es gran ganancia (de lo demás se encargarán sus manejadores, reportando boletas en las que aparezca como gran ganador, por decisión dividida pero susceptible de ser impuesta). Ya la libró en anterior contienda y ahora vuelve a colocarse en similar circunstancia: gana porque no pierde, camina no porque él mismo se pueda mover sino porque otros, de más arriba, lo harán a condición de que él mantenga las zapatillas firmes sobre el enlonado del cuadrilátero. El esfuerzo más considerable fue hecho a destiempo por la declamadora más notable de la temporada, Josefina Vázquez Mota. Le tiró golpes a cuánto pudo, se esmeró en hacer malabarismos verbales (jugando a la casita diseñadora de vestimentas políticas para candidatos que fueran mujeres) y es probable que en recompensa reciba algún puntillo de avance en las encuestas que ella sí considera válida. Lleva a cuestas el enorme fardo, losa fúnebre, del pésimo gobierno de Felipe Calderón y no está en condiciones de deslindarse de ese lastre, así es que realiza esfuerzos dolorosos para decir que es diferente, y prometer mejorías, trepada en las lápidas del panteón sexenal. Llega al extremo de aferrarse a la evidente mentira de que ella no acepta ser chantajeada por el SNTE: ya lo fue, cuando la cacica Gordillo le impuso al yerno como subsecretario de educación primaria, el puesto clave para el manejo de la mayor porción del aparato educativo. Pero en la tabla de resultados del domingo por la noche en la Expo Guadalajara habrá que anotarla como enjundiosa. Y hasta allí. Quadri siguió planteando proyectos con la esperanza de que al final quede como pieza necesaria para gobiernos “incluyentes”. Si no se le hace la secretaría de ecología con Peña Nieto, para fungir como prestanombres académico para negocios de la jefa Elba, bien podría aceptar el hoy muy buscado destino de China, como embajador de importante consolación. Siguió jugando el rol del “no político” mientras su hijo va como suplente del nieto de Gordillo, con la esperanza de que el peñanietismo jale a ese nieto, lo haga funcionario y el suplente Quadri hijo entre como diputado en funciones. Lo preocupante para la salud política de este país es que en el “debate” de ayer le hicieron cierto caso al lastimoso solicitante de atención. Tal vez ése sea un parámetro contundente de lo que sucedió en la capital de Jalisco: si Quadri fue referente, es que poco importante hay qué referir. Y colorín colorado, este Astillero Exprés, redactado a la carrera y sin posterior revisión, fue terminado a las cero horas con un minuto del once de junio de 2002. :)
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