Jorge Diaz
Luego de lo ocurrido en Nuevo León donde se encontraron cuarenta y nueve cadáveres descuartizados el pasado domingo, la realidad nos baja del oropel de las campañas, los candidatos y sus deslucidas actuaciones.
A Peña Nieto, Vázquez Mota, AMLO y Quadri, les reditúa más entrar al juego de las acusaciones, que presentar, de cara a los mexicanos, la especificidad de su estrategia en contra del crimen organizado y el horror que aun no se va y que los alcanzará cuando cualquiera de ellos llegue a la presidencia. Seguramente a ellos les molestará el reclamo, pues dirán que se han manifestado ya sobre lo que piensan serán sus acciones contra ese flagelo, pero la realidad es que nadie se ha salido de las generalidades, inclusive, todos coinciden más o menos en que seguirán haciendo lo que hasta ahora se ha hecho, aunque en el discurso afirmen lo contrario y digan que proponen un cambio importante.
De hecho, bien sabemos que los principales reclamos de la sociedad en tiempos electorales son el bienestar económico y la seguridad; sin embargo, los candidatos han hecho a un lado la seriedad de tocar los temas hasta el fondo y se la pasan en acusaciones que no llevarán a nada. Esto han sido las campañas electorales hasta ahora.
Lo increíble es que el villano favorito durante el sexenio, Felipe Calderón, ha quedado mágicamente fuera de la crítica de los adversarios al régimen panista. No tocan ni con el pétalo de una rosa su estrategia fallida, acaso se debe a que sería muy mal visto por los estadounidenses (fanáticos del tema), por incapacidad o por no tener nada que proponer.
Pero las cosas siguen así, los ríos de sangre corren en el territorio nacional y los ríos de vaciedad corren en las campañas. Por lo visto, el mexicano que se acerque a las urnas el primero de Julio, lo hará movido por el amor a México o por el odio a un candidato (o el grupo que representa), pero nunca, nunca, por el convencimiento pleno de que uno de los cuatro contendientes tenga el deseo, la capacidad y el encanto para conducir al país a la solución de sus problemas de la mano del conjunto social.
Luego de lo ocurrido en Nuevo León donde se encontraron cuarenta y nueve cadáveres descuartizados el pasado domingo, la realidad nos baja del oropel de las campañas, los candidatos y sus deslucidas actuaciones.
A Peña Nieto, Vázquez Mota, AMLO y Quadri, les reditúa más entrar al juego de las acusaciones, que presentar, de cara a los mexicanos, la especificidad de su estrategia en contra del crimen organizado y el horror que aun no se va y que los alcanzará cuando cualquiera de ellos llegue a la presidencia. Seguramente a ellos les molestará el reclamo, pues dirán que se han manifestado ya sobre lo que piensan serán sus acciones contra ese flagelo, pero la realidad es que nadie se ha salido de las generalidades, inclusive, todos coinciden más o menos en que seguirán haciendo lo que hasta ahora se ha hecho, aunque en el discurso afirmen lo contrario y digan que proponen un cambio importante.
De hecho, bien sabemos que los principales reclamos de la sociedad en tiempos electorales son el bienestar económico y la seguridad; sin embargo, los candidatos han hecho a un lado la seriedad de tocar los temas hasta el fondo y se la pasan en acusaciones que no llevarán a nada. Esto han sido las campañas electorales hasta ahora.
Lo increíble es que el villano favorito durante el sexenio, Felipe Calderón, ha quedado mágicamente fuera de la crítica de los adversarios al régimen panista. No tocan ni con el pétalo de una rosa su estrategia fallida, acaso se debe a que sería muy mal visto por los estadounidenses (fanáticos del tema), por incapacidad o por no tener nada que proponer.
Pero las cosas siguen así, los ríos de sangre corren en el territorio nacional y los ríos de vaciedad corren en las campañas. Por lo visto, el mexicano que se acerque a las urnas el primero de Julio, lo hará movido por el amor a México o por el odio a un candidato (o el grupo que representa), pero nunca, nunca, por el convencimiento pleno de que uno de los cuatro contendientes tenga el deseo, la capacidad y el encanto para conducir al país a la solución de sus problemas de la mano del conjunto social.
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