Jorge Fernández Menéndez
La verdad es que los besos de Javier Sicilia, recibidos o no por los candidatos presidenciales que estuvieron el lunes con los integrantes de su Movimiento de Paz con Justicia y Dignidad, me importan muy poco. Lo mismo que con los jóvenes del movimiento #YoSoy132, lo importante en todo caso es comprender qué está detrás, qué lecturas, qué avances y qué insuficiencias muestran estos movimientos, pero también la forma en que los partidos, los candidatos, los grupos de poder, actúan ante ellos.
Y, en todo esto, tenemos una combinación de factores que van desde el evidente avance de la sociedad civil hasta los reflejos autoritarios que siguen marcando no sólo a los actores políticos sino, también, en muchas ocasiones, a estos mismos movimientos, con una actitud esquizofrénica ante la democracia.
Vamos, por ejemplo, a la reunión del lunes de los candidatos y la candidata con Javier Sicilia. Por una parte, se trató de un encuentro importante, necesario, en el cual, se esté o no de acuerdo con la forma en que Sicilia maneja su movimiento (sombrero de Indiana Jones y besos incluidos), era imprescindible que quienes aspiran a gobernar el país se toparan de frente con una realidad que no podrán soslayar: el de las víctimas de estos años de violencia, muerte e inseguridad que han vivido millones de mexicanos. En el movimiento de Sicilia hay de todo: hay víctimas de la violencia de los grupos criminales, los hay víctimas de la violencia del Estado, de los caciques y los grupos de poder, hay quienes han hecho del ejercicio de la violencia también su sello y han terminado siendo víctimas de la violencia que generaron. Pero nadie podrá gobernar México sin enfrentarse a esa realidad para tratar de darle respuesta, incluso para estar en condiciones de deslindar a los distintos grupos, las distintas realidades que conviven en un movimiento unido hoy por algunos intereses políticos muy concretos, pero más allá de ellos, por algo tan tangible como el dolor. Y no se puede construir algo nuevo sin restañar las heridas del pasado.
En este sentido, no me gusta el protagonismo de Sicilia. Por supuesto que tiene todo el derecho de decirle a los candidatos todo lo que piensa de ellos, pero también me parece que, enfrentados los aspirantes a las víctimas y sus testimonios, el discurso y los adjetivos de Sicilia terminan estando de más, se perciben como la búsqueda de un protagonismo vacío. Y es tan contraproducente que al final la nota termina siendo qué les dijo Sicilia a los candidatos y no los compromisos que éstos asumieron o dejaron de asumir con las víctimas. Son los reflejos del autoritarismo en un movimiento que pretende ser profundamente democrático, pero que no siempre cree en la democracia a la que sienten demasiado liberal para su compromiso militante.
Algo similar ocurre con el movimiento #YoSoy132. Luis González de Alba lo describió el lunes en forma excelente en su artículo en Milenio. Reclamar cadenas nacionales no es una actitud precisamente liberal y que busca darle peso y autonomía informativa a la sociedad: es imponerle algo, en este caso el debate o lo que sea. La cadena nacional era el método por excelencia del viejo régimen y lo es hoy de los Chávez y anexas y lo fue de las dictaduras de extrema derecha en todo el mundo. El derecho a la información, en última instancia, hay que reclamarlo a todos los actores políticos, comenzando por los que impulsaron, incluyendo en un papel protagónico, a López Obrador, la reforma de 2007 que le quitó a la sociedad su derecho a expresar sus puntos de vista y opiniones en los medios de comunicación electrónicos o a tener candidatos independientes. La manipulación informativa no se combate con cadenas nacionales sino con una mayor y verdadera apertura de los medios a base del acceso a los mismos: no se puede impulsar la apertura de los medios legislando para cerrarlos.
Y eso fue lo aprobado en la reforma de 2007 y se refrendó con la negativa de sacar una nueva reforma política para este proceso electoral.
En esa lógica se admite tanto el luchar contra una candidatura como el apoyarla. De lo que se trata es muy sencillo: se debe diferenciar la opinión de la información. Y eso el movimiento #YoSoy132 muchas veces no lo hace.
Finalmente y para mostrar una vez más esa contradicción, no deja de ser algo más que significativo que muchos de los mismos sectores y personajes que un día sí y otro también reclaman al sindicato de maestros y a Elba Esther Gordillo por frenar la educación en México, no digan una palabra e incluso se dejen apoyar política y electoralmente por los grupos de maestros de la llamada disidencia, del CNTE, que no trabajan ni educan, que tienen paralizada la educación en varios de los estados más pobres del país, como Oaxaca y Michoacán, y que se plantan en el Zócalo para exigir que no haya ningún tipo de evaluación de los maestros.
Son bastante peores que lo que dicen combatir.
La verdad es que los besos de Javier Sicilia, recibidos o no por los candidatos presidenciales que estuvieron el lunes con los integrantes de su Movimiento de Paz con Justicia y Dignidad, me importan muy poco. Lo mismo que con los jóvenes del movimiento #YoSoy132, lo importante en todo caso es comprender qué está detrás, qué lecturas, qué avances y qué insuficiencias muestran estos movimientos, pero también la forma en que los partidos, los candidatos, los grupos de poder, actúan ante ellos.
Y, en todo esto, tenemos una combinación de factores que van desde el evidente avance de la sociedad civil hasta los reflejos autoritarios que siguen marcando no sólo a los actores políticos sino, también, en muchas ocasiones, a estos mismos movimientos, con una actitud esquizofrénica ante la democracia.
Vamos, por ejemplo, a la reunión del lunes de los candidatos y la candidata con Javier Sicilia. Por una parte, se trató de un encuentro importante, necesario, en el cual, se esté o no de acuerdo con la forma en que Sicilia maneja su movimiento (sombrero de Indiana Jones y besos incluidos), era imprescindible que quienes aspiran a gobernar el país se toparan de frente con una realidad que no podrán soslayar: el de las víctimas de estos años de violencia, muerte e inseguridad que han vivido millones de mexicanos. En el movimiento de Sicilia hay de todo: hay víctimas de la violencia de los grupos criminales, los hay víctimas de la violencia del Estado, de los caciques y los grupos de poder, hay quienes han hecho del ejercicio de la violencia también su sello y han terminado siendo víctimas de la violencia que generaron. Pero nadie podrá gobernar México sin enfrentarse a esa realidad para tratar de darle respuesta, incluso para estar en condiciones de deslindar a los distintos grupos, las distintas realidades que conviven en un movimiento unido hoy por algunos intereses políticos muy concretos, pero más allá de ellos, por algo tan tangible como el dolor. Y no se puede construir algo nuevo sin restañar las heridas del pasado.
En este sentido, no me gusta el protagonismo de Sicilia. Por supuesto que tiene todo el derecho de decirle a los candidatos todo lo que piensa de ellos, pero también me parece que, enfrentados los aspirantes a las víctimas y sus testimonios, el discurso y los adjetivos de Sicilia terminan estando de más, se perciben como la búsqueda de un protagonismo vacío. Y es tan contraproducente que al final la nota termina siendo qué les dijo Sicilia a los candidatos y no los compromisos que éstos asumieron o dejaron de asumir con las víctimas. Son los reflejos del autoritarismo en un movimiento que pretende ser profundamente democrático, pero que no siempre cree en la democracia a la que sienten demasiado liberal para su compromiso militante.
Algo similar ocurre con el movimiento #YoSoy132. Luis González de Alba lo describió el lunes en forma excelente en su artículo en Milenio. Reclamar cadenas nacionales no es una actitud precisamente liberal y que busca darle peso y autonomía informativa a la sociedad: es imponerle algo, en este caso el debate o lo que sea. La cadena nacional era el método por excelencia del viejo régimen y lo es hoy de los Chávez y anexas y lo fue de las dictaduras de extrema derecha en todo el mundo. El derecho a la información, en última instancia, hay que reclamarlo a todos los actores políticos, comenzando por los que impulsaron, incluyendo en un papel protagónico, a López Obrador, la reforma de 2007 que le quitó a la sociedad su derecho a expresar sus puntos de vista y opiniones en los medios de comunicación electrónicos o a tener candidatos independientes. La manipulación informativa no se combate con cadenas nacionales sino con una mayor y verdadera apertura de los medios a base del acceso a los mismos: no se puede impulsar la apertura de los medios legislando para cerrarlos.
Y eso fue lo aprobado en la reforma de 2007 y se refrendó con la negativa de sacar una nueva reforma política para este proceso electoral.
En esa lógica se admite tanto el luchar contra una candidatura como el apoyarla. De lo que se trata es muy sencillo: se debe diferenciar la opinión de la información. Y eso el movimiento #YoSoy132 muchas veces no lo hace.
Finalmente y para mostrar una vez más esa contradicción, no deja de ser algo más que significativo que muchos de los mismos sectores y personajes que un día sí y otro también reclaman al sindicato de maestros y a Elba Esther Gordillo por frenar la educación en México, no digan una palabra e incluso se dejen apoyar política y electoralmente por los grupos de maestros de la llamada disidencia, del CNTE, que no trabajan ni educan, que tienen paralizada la educación en varios de los estados más pobres del país, como Oaxaca y Michoacán, y que se plantan en el Zócalo para exigir que no haya ningún tipo de evaluación de los maestros.
Son bastante peores que lo que dicen combatir.
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