Un debate absurdo que no termina

José Carreño Figueras

¿El presidente Barack Obama nació en Estados Unidos?

A estas alturas del partido, casi cuatro años después de que fuera electo, la controversia alrededor del nacimiento de Obama parece –y francamente es– idiota, pero su prolongación es representativa tanto del grado de polarización que ha alcanzado la política estadounidense como de los temores de un sector estadounidense que cree que su país debe ser blanco y cristiano -sea lo que sea que eso signifique-.

La “marea alta” de los nativistas ocurrió a principios de 2011, cuando de acuerdo con una encuesta de la Fundación Pew, tantos como 51 por ciento de los republicanos registrados y dispuestos a votar creían en la posibilidad de que Obama no sólo no hubiera nacido en Estados Unidos sino incluso que fuera musulmán.

Muchos estadounidenses, aunque ya en minoría, todavía creen en que Obama no nació en los Estados Unidos y por tanto es ilegal, una situación que de hecho es aprovechada por la derecha englobada ahora en el partido republicano.

Aunque el número de adherentes a esa teoría ha bajado poco a poco, sobre todo luego de que el propio Obama hiciera pública su acta de nacimiento, eso no ha sido suficiente para algunos, que de hecho continúan con demandas que recientemente llevaron a que el Secretario de Estado de Arizona, Ken Bennett, amenazara con retirar el registro de la candidatura de Obama en ese estado si no hubiese pruebas de su ciudadanía. Bennett pidió información al estado de Hawaii, sitio de nacimiento de Obama, que respondió que primero, la solicitud debería documentar la legítima necesidad de obtener esos documentos.

La posibilidad implícita, sin embargo, es que la falta de documentación permita que el gobierno estatal, republicano, elimine la candidatura de Obama de las boletas electorales en Arizona.

Y aunque es poco probable que eso suceda, la realidad es que el debate en torno al nacimiento de Obama es en alguna medida fruto de los temores desatados a partir de los atentados del once de septiembre de 2001, y en alguna medida de una realidad: que Obama es el primer presidente de color en los Estados Unidos y suficientemente “distinto” como para provocar reacciones xenofóbicas, emanadas de una combinación que pone los pelos de punta a muchos estadounidenses: un mulato negro, con un nombre (Barack Hussein) entre africano y musulmán, y para colmo liberal.

Los temores despertados por la figura de Obama conjugan bien con las posturas extremas delineadas por sectores conservadores republicanos, que parecen empeñados en una retórica de “nosotros” contra “ellos” que incluye denegar constantemente su apoyo al presidente demócrata, aún en el caso de medidas delineadas para enfrentar problemas de corte nacional.

Es todavía temprano para determinar el impacto que esas posturas tendrán en las elecciones de noviembre, pero si es posible considerar que habrá un sector que votará en contra de Obama no importa qué, y que habrá un grupo que sufragará en favor del mandatario literalmente a ciegas.

La política de “tierra quemada” ayuda a los republicanos en el corto plazo, al soliviantar y acelerar a un sector de su electorado, pero los afecta también porque muchos de los mas representativos personajes de ese movimiento son veteranos buscadores de publicidad, del “sheriff” Joe Arpaio, del condado de Maricopa en Arizona, al abogado Larry Klayman, que se autodescribe como “icónico” (o sea alguien con una situación especial, importante o incluso representativo de un grupo de personas, un sitio o un momento de la historia) y es famoso por la promoción de juicios para obstaculizar acciones de gobierno.

Comentarios