Si peor, mejor

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Aparece la verdadera personalidad del presidente de la República. Sus declaraciones muestran el talante con el cual se inspira para gobernar, los sueños de cómo lo haría y los desastres a los que esperó hacer frente, de otra manera no hubiera dicho: sólo falta que nos explote el Popo.

Está convencido, como en su momento lo estuvo Francisco Franco, de que llegó al gobierno para declararle la guerra al narco (a los comunistas y republicanos), por la Gracia de Dios, pues de otra manera no se entiende que asuma, con el fatalismo de los profetas del Viejo Testamento, que la Providencia lo colocó allí donde está, lo que lo convierte en un partidario de la predestinación, en un jansenista, para aceptar que Fernando Martí, Juan Camilo Mouriño y Francisco Blake Mora jamás hubieran podido rehuir su destino: murieron, como estaba escrito.

Su comportamiento, el del Señor Presidente, me recuerda a Azarías Gitlin, personaje surgido de la imaginación de Amos Oz para Un descanso verdadero.

“Azarías deseaba darse a conocer sin demora a todas esas gentes: hablarles, explicarles, cautivarles, despertar sensaciones fuertes en ellos, entrar en sus vidas y tocarlas con todas sus fuerzas… Les contará ideas originales a las que ha llegado con mucho sufrimiento a lo largo de años de soledad, ideas nuevas sobre la justicia, la política, el amor, el arte y el sentido de la vida… Enseguida sabrán que un espíritu excepcional ha venido a establecerse entre ellos. Empezarán a acercarse a él para hacerle preguntas y pedirle su opinión… Se ganará su afecto y su respeto con la pasión que emana de su interior… Trazará nuevas líneas. Eliminará los acuerdos obsoletos. Sorprenderá a todos con ideas revolucionarias y arrolladoras. Hendirá murallas con palabras…”

Es momento de que los mexicanos todos muestren su agradecimiento, pues si el Señor Presidente está bendecido como el Caudillo Franco, posee la sabiduría de El Gran Timonel, Mao, y sabrá enfrentar los más feroces de los desastres naturales, los más terribles de los dramas humanos, las más perversas de las complicidades políticas, porque el presidente de la República está al frente del país para que sus gobernados duerman en paz, sin escuchar el ruido de las sirenas de las patrullas ni los gritos de los muertos ni el eco de la explosión del Popo ni el ruido metálico de las monedas que en silencio se suman, para determinar si ajustan para el gasto del día siguiente.

Allí está el personaje, ese Azarías Gitlin que en su afán de quedar bien todo lo descompone, hasta el punto de convertir en unos ingratos a quienes lo recibieron con los brazos abiertos, porque se muestran incapaces de comprender esa grandeza, esa nobleza de alma que lo hace ser humilde y aceptar el sacrificio en beneficio de los demás.

¡En hora buena mexicanos! La Providencia los visitó y premió.

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