Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Los problemas existenciales de Ricardo Salinas Pliego son su carácter, su idea del mundo, de la realidad. Quien haya colaborado con él sabe de su intemperancia y sus “moditos” para dar una orden. Para quienes gustan de las analogías y disciernen al animal político que sus admirados gurús llevan dentro, puede establecerse que el propietario del Grupo Salinas es un tiburón blanco rodeado de tiburones ballena.
En una comida realizada el año 2000 en el comedor ejecutivo de TV Azteca, a la que Salinas Pliego me convocó con la idea de saber a quién habían contratado como jefe de información de noticieros -en ella Jorge Mendoza Garza ofició como testigo de piedra-, le inquirí sobre las razones por las cuales gusta de imponer el temor sobre sus empleados, jugar con el garrote y la zanahoria y, además, impulsar una insana competitividad interna; le pregunté también si no era preferible inspirar respeto en lugar del miedo que impera en su entorno. Pasó sobre mis cuestionamientos como si no los hubiese escuchado.
Muchas veces me han preguntado sobre qué era lo más difícil de trabajar para Ricardo Salinas Pliego. La respuesta ha sido invariable: el carácter y las peticiones impredecibles de un hombre que el año en que ganó Fox tenía 3 mil millones de dólares, y al ocaso del panato ha multiplicado su fortuna por diez. Es un ejecutivo de caprichos, carece de misión, visión y valores a largo plazo.
Me han dicho, quienes tienen trato con Carlos Slim, que su meta es que todos los mexicanos puedan comer en sus casas como se sirve en Sanborns. Quizá pueda sostenerse que su antítesis aspira a que todos los mexicanos tengan un crédito abierto en Elektra, para estar endeudados con él.
Naturalmente es un tiburón blanco. En el tema de Iusacell el único ganador es él, pues mientras no quede absolutamente dirimido el contencioso legal, Emilio Azcárraga Jean habrá de asumir como pérdidas lo que se pagó a quien le vendió esa compañía de comunicación telefónica.
Es cierto que Salinas Pliego tiene razón. Mientras no se venza la concesión gubernamental él puede disponer de su uso como le dé la gana. En alguno de sus exabruptos lo escuché decir que podían retirarle la concesión siempre y cuando le retribuyeran lo que ha invertido en TV Azteca, pero olvida que la concesión no incluye los “fierros”, como él los llama, y muy bien pueden dejárselos para que él los remate. Las instalaciones de su imperio televisivo sin la concesión valen un cacahuate.
Además, su propuesta es útil, porque el rating del juego del domingo equivaldrá al verdadero interés de los mexicanos por la democracia, o por las propuestas de los candidatos. Mostrará lo que han hecho 12 años de panato en la formación cívica y política de los mexicanos.
Se le critica el modo, su intemperancia, pero algún día encontrará la horma de su zapato, porque él no es Dick Fuld, ni Leonardo Valdés es Henry Paulson; México no es Estados Unidos.
Los problemas existenciales de Ricardo Salinas Pliego son su carácter, su idea del mundo, de la realidad. Quien haya colaborado con él sabe de su intemperancia y sus “moditos” para dar una orden. Para quienes gustan de las analogías y disciernen al animal político que sus admirados gurús llevan dentro, puede establecerse que el propietario del Grupo Salinas es un tiburón blanco rodeado de tiburones ballena.
En una comida realizada el año 2000 en el comedor ejecutivo de TV Azteca, a la que Salinas Pliego me convocó con la idea de saber a quién habían contratado como jefe de información de noticieros -en ella Jorge Mendoza Garza ofició como testigo de piedra-, le inquirí sobre las razones por las cuales gusta de imponer el temor sobre sus empleados, jugar con el garrote y la zanahoria y, además, impulsar una insana competitividad interna; le pregunté también si no era preferible inspirar respeto en lugar del miedo que impera en su entorno. Pasó sobre mis cuestionamientos como si no los hubiese escuchado.
Muchas veces me han preguntado sobre qué era lo más difícil de trabajar para Ricardo Salinas Pliego. La respuesta ha sido invariable: el carácter y las peticiones impredecibles de un hombre que el año en que ganó Fox tenía 3 mil millones de dólares, y al ocaso del panato ha multiplicado su fortuna por diez. Es un ejecutivo de caprichos, carece de misión, visión y valores a largo plazo.
Me han dicho, quienes tienen trato con Carlos Slim, que su meta es que todos los mexicanos puedan comer en sus casas como se sirve en Sanborns. Quizá pueda sostenerse que su antítesis aspira a que todos los mexicanos tengan un crédito abierto en Elektra, para estar endeudados con él.
Naturalmente es un tiburón blanco. En el tema de Iusacell el único ganador es él, pues mientras no quede absolutamente dirimido el contencioso legal, Emilio Azcárraga Jean habrá de asumir como pérdidas lo que se pagó a quien le vendió esa compañía de comunicación telefónica.
Es cierto que Salinas Pliego tiene razón. Mientras no se venza la concesión gubernamental él puede disponer de su uso como le dé la gana. En alguno de sus exabruptos lo escuché decir que podían retirarle la concesión siempre y cuando le retribuyeran lo que ha invertido en TV Azteca, pero olvida que la concesión no incluye los “fierros”, como él los llama, y muy bien pueden dejárselos para que él los remate. Las instalaciones de su imperio televisivo sin la concesión valen un cacahuate.
Además, su propuesta es útil, porque el rating del juego del domingo equivaldrá al verdadero interés de los mexicanos por la democracia, o por las propuestas de los candidatos. Mostrará lo que han hecho 12 años de panato en la formación cívica y política de los mexicanos.
Se le critica el modo, su intemperancia, pero algún día encontrará la horma de su zapato, porque él no es Dick Fuld, ni Leonardo Valdés es Henry Paulson; México no es Estados Unidos.
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