Ricardo Alemán
Si se debe hablar de un ganador en el debate de anoche, se llama Gabriel Quadri. ¿Por qué?
Porque la candidata del PAN y el aspirante de las izquierdas olvidaron las propuestas y el detalle de sus programas de gobierno, para dedicar buena parte de su tiempo a tratar de tumbar a Enrique Peña Nieto.
Y no es que el candidato del Partido Nueva Alianza haya presentado las mejores propuestas, lo más acabado o lo más probado. No, lo cierto es que el señor Quadri tuvo todo el tiempo necesario para explicar con calma, sin interrupciones, sin ataques y sin competencia.
Bueno, hasta se burló, en cada intervención, de que los políticos son eso, grupos de poder en permanente pleito. Y no contento con los privilegios que le permitió el rumbo que tomó el debate, el candidato Quadri se dio el lujo de darle sonoros “coscorrones” al populismo de Andrés Manuel López Obrador, que se mostró como un político de los años sesenta.
Y claro, el señor Quadri se burló de los políticos, como si su jefa, la profesora Gordillo, no fuera parte de esos políticos.
Por lo demás, el debate no mostró nada nuevo. Se confirmó que sigue viva la alianza del PAN y las izquierdas, ahora representada por los nuevos aliados: Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador, contra el puntero en la contienda.
Y no es ninguna novedad que se aliaran los candidatos de la derecha y las izquierdas —contra el PRI— porque en tanto coleros de la contienda, esa era y es su tarea: debilitar al puntero, tratar de derribarlo, hacerlo caer. Y a ese propósito dedicaron buena parte de su tiempo, de sus argumentos.
La guerra contra Peña Nieto la inició la señora Vázquez Mota, que acusó al gobierno del mexiquense de todo lo imaginable, entre otras cosas, de ser uno de los estados de mayor corrupción. Resultó evidente que la estrategia de la candidata del PAN era —antes que presentar sus propuestas— lanzar todo aquello que pudiera debilitar a Enrique Peña Nieto. Ya se verá si todas sus acusaciones son ciertas o falsas.
A su vez, López Obrador siguió el guión de la candidata del PAN y —luego de insistir en buena parte de sus intervenciones en el espantajo de la mafia que se robó el Estado, el gobierno, el país, las elecciones, las televisoras y todo lo que se pudiera robar— recurrió al viejo recurso de que Peña Nieto es hechura de Carlos Salinas, y que las televisoras pretenden imponerlo a los ciudadanos.
Acusó que el PRI ganó en el Estado de México porque engañan a los ciudadanos. Según AMLO, los ciudadanos que no votan por él, que no creen sus argumentos, son algo así como idiotas.
A su vez, y a pesar de que el candidato del PRI mostró un desempeño aceptable, lo cierto es que parece que Peña Nieto equivocó buena parte de su estrategia. ¿Por qué? Primero, porque mordió el anzuelo de la estrategia que le tiraron los aliados del PAN y de las izquierdas. Peña Nieto debía saber —cuando acudió al debate— que le tirarían con todo, incluso con supuestos documentos oficiales y con publicaciones falaces. Sin embargo, cayó en la trampa.
Rumbo al final del debate, Peña Nieto concentró sus respuestas hacia Josefina Vázquez Mota, a la que intentó exhibir como mentirosa. Y en respuesta a los 600 compromisos que prometió en el Estado de México y que no habría cumplido, propuso a la candidata del PAN revisar cada uno de los compromisos. Josefina se salió por la tangente.
Al final, el debate quedó a deber. ¿Por qué? Porque no se vio nada nuevo. El mismo lodo de siempre, las mismas respuestas de siempre, la misma mediocridad de siempre.
Y es que el formato del debate —y las guerras de lodo a las que por momentos llevaron la confrontación— no permitió que los candidatos desplegaran sus propuestas, tuvieran tiempo para responder las acusaciones y los señalamientos. Queda claro que el formato no estaba a favor de tal o cual candidato, de tal o cual partido, sino en contra de los ciudadanos en general.
En realidad los mexicanos no merecemos ese tipo de espectáculos de quinta —que se inició con la exhibición poco afortunada de una mujer que parecía sacada de la lucha libre triple AAA—, que poco aportan a la contienda electoral y a la democracia.
¿Cómo afectará el debate que vimos, la noche de anoche, en las preferencias electorales con las que llegaron los candidatos al debate? ¿La alianza de Josefina y López Obrador les dará más votos? ¿La golpiza que a dos manos le dieron a Peña Nieto le quitará votos al puntero?
Vale la pena recordar que es apenas la primera parte de dos encuentros. Y, en general, todo parece que el debate no sorprendió a nadie. El mismo AMLO, la misma Josefina y el mismo Peña Nieto. Nada nuevo. Al tiempo.
Si se debe hablar de un ganador en el debate de anoche, se llama Gabriel Quadri. ¿Por qué?
Porque la candidata del PAN y el aspirante de las izquierdas olvidaron las propuestas y el detalle de sus programas de gobierno, para dedicar buena parte de su tiempo a tratar de tumbar a Enrique Peña Nieto.
Y no es que el candidato del Partido Nueva Alianza haya presentado las mejores propuestas, lo más acabado o lo más probado. No, lo cierto es que el señor Quadri tuvo todo el tiempo necesario para explicar con calma, sin interrupciones, sin ataques y sin competencia.
Bueno, hasta se burló, en cada intervención, de que los políticos son eso, grupos de poder en permanente pleito. Y no contento con los privilegios que le permitió el rumbo que tomó el debate, el candidato Quadri se dio el lujo de darle sonoros “coscorrones” al populismo de Andrés Manuel López Obrador, que se mostró como un político de los años sesenta.
Y claro, el señor Quadri se burló de los políticos, como si su jefa, la profesora Gordillo, no fuera parte de esos políticos.
Por lo demás, el debate no mostró nada nuevo. Se confirmó que sigue viva la alianza del PAN y las izquierdas, ahora representada por los nuevos aliados: Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador, contra el puntero en la contienda.
Y no es ninguna novedad que se aliaran los candidatos de la derecha y las izquierdas —contra el PRI— porque en tanto coleros de la contienda, esa era y es su tarea: debilitar al puntero, tratar de derribarlo, hacerlo caer. Y a ese propósito dedicaron buena parte de su tiempo, de sus argumentos.
La guerra contra Peña Nieto la inició la señora Vázquez Mota, que acusó al gobierno del mexiquense de todo lo imaginable, entre otras cosas, de ser uno de los estados de mayor corrupción. Resultó evidente que la estrategia de la candidata del PAN era —antes que presentar sus propuestas— lanzar todo aquello que pudiera debilitar a Enrique Peña Nieto. Ya se verá si todas sus acusaciones son ciertas o falsas.
A su vez, López Obrador siguió el guión de la candidata del PAN y —luego de insistir en buena parte de sus intervenciones en el espantajo de la mafia que se robó el Estado, el gobierno, el país, las elecciones, las televisoras y todo lo que se pudiera robar— recurrió al viejo recurso de que Peña Nieto es hechura de Carlos Salinas, y que las televisoras pretenden imponerlo a los ciudadanos.
Acusó que el PRI ganó en el Estado de México porque engañan a los ciudadanos. Según AMLO, los ciudadanos que no votan por él, que no creen sus argumentos, son algo así como idiotas.
A su vez, y a pesar de que el candidato del PRI mostró un desempeño aceptable, lo cierto es que parece que Peña Nieto equivocó buena parte de su estrategia. ¿Por qué? Primero, porque mordió el anzuelo de la estrategia que le tiraron los aliados del PAN y de las izquierdas. Peña Nieto debía saber —cuando acudió al debate— que le tirarían con todo, incluso con supuestos documentos oficiales y con publicaciones falaces. Sin embargo, cayó en la trampa.
Rumbo al final del debate, Peña Nieto concentró sus respuestas hacia Josefina Vázquez Mota, a la que intentó exhibir como mentirosa. Y en respuesta a los 600 compromisos que prometió en el Estado de México y que no habría cumplido, propuso a la candidata del PAN revisar cada uno de los compromisos. Josefina se salió por la tangente.
Al final, el debate quedó a deber. ¿Por qué? Porque no se vio nada nuevo. El mismo lodo de siempre, las mismas respuestas de siempre, la misma mediocridad de siempre.
Y es que el formato del debate —y las guerras de lodo a las que por momentos llevaron la confrontación— no permitió que los candidatos desplegaran sus propuestas, tuvieran tiempo para responder las acusaciones y los señalamientos. Queda claro que el formato no estaba a favor de tal o cual candidato, de tal o cual partido, sino en contra de los ciudadanos en general.
En realidad los mexicanos no merecemos ese tipo de espectáculos de quinta —que se inició con la exhibición poco afortunada de una mujer que parecía sacada de la lucha libre triple AAA—, que poco aportan a la contienda electoral y a la democracia.
¿Cómo afectará el debate que vimos, la noche de anoche, en las preferencias electorales con las que llegaron los candidatos al debate? ¿La alianza de Josefina y López Obrador les dará más votos? ¿La golpiza que a dos manos le dieron a Peña Nieto le quitará votos al puntero?
Vale la pena recordar que es apenas la primera parte de dos encuentros. Y, en general, todo parece que el debate no sorprendió a nadie. El mismo AMLO, la misma Josefina y el mismo Peña Nieto. Nada nuevo. Al tiempo.
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