Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Lo de anoche no fue un debate. Los candidatos presentaron en forma ordenada sus propuestas ideológicas y programáticas como fogueados solistas en una orquesta sinfónica. Entre descalificaciones que nada aclaran del carácter del aspirante, fue más un listado de buenos propósitos que una confrontación de los caminos y alternativas para lograrlos; más un intento por convencer, que uno por vencer.
Sin embargo, con toda la actividad electoral desarrollada hasta ayer, los electores están en posibilidad de discernir cuáles son las causas y consecuencias de su voto: ya saben que no puede repetirse el del miedo, ni el del hastío, mucho menos el del peligro para México. Nunca como este 1° de julio el sufragio significará un cambio para México, o su perdición por lo que resta del siglo: nada menos que 88 años.
En algún momento me atrajo la idea del voto en blanco, la del voto nulo. Hacerlo así se traduciría en un enorme costo político y fiscal para la sociedad, porque a menos sufragios válidos, contables, serán mayores las posibilidades de que Gabriel Quadri cumpla su acuerdo establecido con Elba Esther -que lo inventó-, le obtenga ese ansiado dos por ciento que le permitiría conservar su registro, su poder, pero sobre todo el dinero de nuestros impuestos que ella usa para corromper, para doblar conciencias y modificar decisiones. El Panal debe desaparecer.
Votar en blanco -por mayor que sea el número de boletas válidas- favorece la posibilidad de que Josefina Vázquez Mota le recete a la sociedad otros seis años de un México diferente, en el que las fotografías de los colgados en Nuevo Laredo, Tamaulipas, se conviertan en hecho cotidiano; un país diferente, en el que Walmart, Bizjet, Néstor Moreno y el tráfico de armas por un sistema de aduanas nacional abierto, se convertirían en la manera de hacer negocios y derrotar al Estado.
Hay dos opciones, similares por proceder del mismo origen: el proyecto de la Revolución, hoy preterido por la desregulación, por la globalización que aspira, pretende estar por encima de gobiernos y voluntades, como sucede en EEUU, China, Rusia y buena parte de las naciones que integran la unión europea.
AMLO se queja, protesta porque -sostiene él- EPN le “piratea” parte de sus propuestas, sobre todo aquellas que buscan preservar los objetivos sociales de un modelo de transición que recomponga lo que 12 años de panato provocaron en pobreza, violencia, desempleo. López Obrador ha demostrado que no se puede confiar en él. Peña Nieto podría poner el orden institucional requerido para que se inicie, ahora sí, la transición.
El voto en blanco para el legislativo favorece a los plurinominales. Por favor, no anulen esa parte fundamental de esta elección, establezcan diferencias y sufraguen, con el propósito de que los que no siquiera hicieron campaña no merezcan ocupar un lugar en el Congreso, calentado con un jugoso salario.
Lo de anoche no fue un debate. Los candidatos presentaron en forma ordenada sus propuestas ideológicas y programáticas como fogueados solistas en una orquesta sinfónica. Entre descalificaciones que nada aclaran del carácter del aspirante, fue más un listado de buenos propósitos que una confrontación de los caminos y alternativas para lograrlos; más un intento por convencer, que uno por vencer.
Sin embargo, con toda la actividad electoral desarrollada hasta ayer, los electores están en posibilidad de discernir cuáles son las causas y consecuencias de su voto: ya saben que no puede repetirse el del miedo, ni el del hastío, mucho menos el del peligro para México. Nunca como este 1° de julio el sufragio significará un cambio para México, o su perdición por lo que resta del siglo: nada menos que 88 años.
En algún momento me atrajo la idea del voto en blanco, la del voto nulo. Hacerlo así se traduciría en un enorme costo político y fiscal para la sociedad, porque a menos sufragios válidos, contables, serán mayores las posibilidades de que Gabriel Quadri cumpla su acuerdo establecido con Elba Esther -que lo inventó-, le obtenga ese ansiado dos por ciento que le permitiría conservar su registro, su poder, pero sobre todo el dinero de nuestros impuestos que ella usa para corromper, para doblar conciencias y modificar decisiones. El Panal debe desaparecer.
Votar en blanco -por mayor que sea el número de boletas válidas- favorece la posibilidad de que Josefina Vázquez Mota le recete a la sociedad otros seis años de un México diferente, en el que las fotografías de los colgados en Nuevo Laredo, Tamaulipas, se conviertan en hecho cotidiano; un país diferente, en el que Walmart, Bizjet, Néstor Moreno y el tráfico de armas por un sistema de aduanas nacional abierto, se convertirían en la manera de hacer negocios y derrotar al Estado.
Hay dos opciones, similares por proceder del mismo origen: el proyecto de la Revolución, hoy preterido por la desregulación, por la globalización que aspira, pretende estar por encima de gobiernos y voluntades, como sucede en EEUU, China, Rusia y buena parte de las naciones que integran la unión europea.
AMLO se queja, protesta porque -sostiene él- EPN le “piratea” parte de sus propuestas, sobre todo aquellas que buscan preservar los objetivos sociales de un modelo de transición que recomponga lo que 12 años de panato provocaron en pobreza, violencia, desempleo. López Obrador ha demostrado que no se puede confiar en él. Peña Nieto podría poner el orden institucional requerido para que se inicie, ahora sí, la transición.
El voto en blanco para el legislativo favorece a los plurinominales. Por favor, no anulen esa parte fundamental de esta elección, establezcan diferencias y sufraguen, con el propósito de que los que no siquiera hicieron campaña no merezcan ocupar un lugar en el Congreso, calentado con un jugoso salario.
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