Carlos Ramírez / Indicador Político
Las primeras semanas de campaña presidencial están acomodando algunas piezas del complicado, complejo y enigmático tablero nacional. Y uno de los indicios más importantes ha aparecido: La sociedad mexicana sigue con un sentimiento anti PRI, pero sin un liderazgo carismático en la oposición como en el 2000 el voto se decidirá no por la democracia sino el bienestar.
A ello se agrega otro dato revelador: Cincelada por el PRI a lo largo de dos generaciones y el papel dominante de la cultura política en la conformación de consensos, la sociedad mexicana no es democrática, ni le interesa la democracia y no compra el discurso democratizador. El elemento detonador de preferencias electorales de la sociedad mexicana se localiza en la obtención de beneficios en programas asistencialistas.
La derrota priísta presidencial del 2000, consiguió la confluencia de tres factores determinantes: Severas crisis económicas y agotamiento del colchón de bienestar social --1973, 1976, 1982, 1985, 1988, 1995--, corrupción contra la sociedad y ya no contra las élites del poder y represión a la clase media. Vicente Fox supo capitalizar el descontento de la clase media y de la clase baja con el discurso del cambio y la transición.
La candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, y el candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador, no han sabido leer el escenario político estratégico, por lo que el mismo PRI de antes del 2000 y sus mismos personajes de poder, están respondiendo a las expectativas de regreso al pasado priísta. Lo grave de todo es que el PRI tampoco ha respondido a los sentimientos sociales y regresará al poder sin responder a las necesidades de las mayorías --un bienestar derivado del gasto público social-- porque la racionalidad de la estabilidad de las finanzas públicas será el freno de mano.
Los gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón carecieron de una política de desarrollo alternativa y de una reorganización del Estado como el detonador de nuevas políticas industrial, agropecuaria y presupuestal. Al mantener la prioridad del equilibrio macroeconómico neoliberal que heredó del PRI, como parte de los compromisos con el FMI, el Banco Mundial y el Consenso de Washington, los gobiernos panistas construyeron las expectativas de su derrota: La sociedad espera bienestar y no promesas o discursos.
Lo peor del asunto radica en el hecho de que los dos gobiernos panistas continuaron el modelo neoliberal de desarrollo del PRI y lo hicieron con economistas del PRI, pero el resultado, como era obvio, siguió siendo el mismo: Profundización de la depauperación de la sociedad activa, la que vota. Lo paradójico ha sido el hecho de que efectivamente el PRI se fusiló el programa neoliberal de la doctrina conservadora del PAN y ha aprovechado dos sexenios panistas para aumentar el desprestigio de esa estrategia fallida de desarrollo, por lo que la sociedad va a votar por el PRI populista del pasado.
El gobierno de Miguel de la Madrid, que entronizó el ciclo neoliberal en la política económica, elaboró un discurso sobre la urgencia de moverse en la realidad económica y dijo que no iba a hacer promesas populistas. Cuando los primeros estragos sociales de las políticas de ajuste comenzaron a multiplicar los pobres, esos afectados comenzaron a clamar: “Ya no queremos realidades, exigimos promesas”. Hoy esa sociedad es la que está dando preferencias mayoritarias para el regreso del PRI.
El PRD y López Obrador se quedaron atrapados en la lógica del caudillismo: Las políticas neopopulistas de programas asistenciales basados sólo en dinero presupuestal regalado tuvieron efecto en la construcción de una base social dependiente, pero se perdieron en la construcción de liderazgos cesaristas; por eso Cárdenas y López Obrador no rebasaron apoyos más allá de los sectores beneficiados. Además, el perredismo fue demasiado obvio en la aplicación de programas amarrados a lealtades electorales.
Las encuestas --con los ajustes necesarios para desinflar estímulos externos-- están enviando mensajes políticos a los candidatos. La sociedad que vota en forma mayoritaria ha perdido las lealtades políticas y se circunscribe a la lógica de la venta del voto a cambio de promesas. Y ahí el PRI ha sabido construir un discurso electoral basado en las expectativas, en tanto que el candidato del PRD y la candidata del PAN están ofreciendo posibilidades reales que son menores a las expectativas y carecen de un diagnóstico de lo que la gente quiere.
En el fondo, el voto social contra el PRI en el 2000 estuvo estimulado por el carisma de Vicente Fox y su compromiso de cambio y de sacar al PRI de Los Pinos, por lo que el resentimiento de la gente 12 años después representa un reclamo al Fox que traicionó el voto del 2000. A lo largo de casi seis años, el presidente Calderón tampoco supo organizar un discurso no priísta o de alternativa al PRI.
En el 2000 y el 2006, el PRI tuvo candidatos anticarismáticos, marcados por el pasado; hoy el perfil mediático de Enrique Peña Nieto es un activo del PRI y tiene más positivos en la gente que los negativos del PRI, aunque también se alimenta del perfil de un López Obrador que no ha podido mutar su perfil del 2006 que tanto daño político causó y el perfil de una Josefina paradójicamente sin perfil propio; en estos dos casos, el peso del partido o de los negativos son mayores al carisma de los candidatos.
Y si a ello se agrega el hecho de que la sociedad que vota ya dejó de creer en los cuentos de hadas de la democracia y quiere resultados tangibles en lo individual a cambio de su voto, entonces se tendrán indicios de las razones del voto; y hasta ahora, el PRI sí está operando sobre las expectativas reales del votante, en tanto que el PRD y el PAN siguen suponiendo una sociedad con deseos democráticos.
Las primeras semanas de campaña presidencial están acomodando algunas piezas del complicado, complejo y enigmático tablero nacional. Y uno de los indicios más importantes ha aparecido: La sociedad mexicana sigue con un sentimiento anti PRI, pero sin un liderazgo carismático en la oposición como en el 2000 el voto se decidirá no por la democracia sino el bienestar.
A ello se agrega otro dato revelador: Cincelada por el PRI a lo largo de dos generaciones y el papel dominante de la cultura política en la conformación de consensos, la sociedad mexicana no es democrática, ni le interesa la democracia y no compra el discurso democratizador. El elemento detonador de preferencias electorales de la sociedad mexicana se localiza en la obtención de beneficios en programas asistencialistas.
La derrota priísta presidencial del 2000, consiguió la confluencia de tres factores determinantes: Severas crisis económicas y agotamiento del colchón de bienestar social --1973, 1976, 1982, 1985, 1988, 1995--, corrupción contra la sociedad y ya no contra las élites del poder y represión a la clase media. Vicente Fox supo capitalizar el descontento de la clase media y de la clase baja con el discurso del cambio y la transición.
La candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, y el candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador, no han sabido leer el escenario político estratégico, por lo que el mismo PRI de antes del 2000 y sus mismos personajes de poder, están respondiendo a las expectativas de regreso al pasado priísta. Lo grave de todo es que el PRI tampoco ha respondido a los sentimientos sociales y regresará al poder sin responder a las necesidades de las mayorías --un bienestar derivado del gasto público social-- porque la racionalidad de la estabilidad de las finanzas públicas será el freno de mano.
Los gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón carecieron de una política de desarrollo alternativa y de una reorganización del Estado como el detonador de nuevas políticas industrial, agropecuaria y presupuestal. Al mantener la prioridad del equilibrio macroeconómico neoliberal que heredó del PRI, como parte de los compromisos con el FMI, el Banco Mundial y el Consenso de Washington, los gobiernos panistas construyeron las expectativas de su derrota: La sociedad espera bienestar y no promesas o discursos.
Lo peor del asunto radica en el hecho de que los dos gobiernos panistas continuaron el modelo neoliberal de desarrollo del PRI y lo hicieron con economistas del PRI, pero el resultado, como era obvio, siguió siendo el mismo: Profundización de la depauperación de la sociedad activa, la que vota. Lo paradójico ha sido el hecho de que efectivamente el PRI se fusiló el programa neoliberal de la doctrina conservadora del PAN y ha aprovechado dos sexenios panistas para aumentar el desprestigio de esa estrategia fallida de desarrollo, por lo que la sociedad va a votar por el PRI populista del pasado.
El gobierno de Miguel de la Madrid, que entronizó el ciclo neoliberal en la política económica, elaboró un discurso sobre la urgencia de moverse en la realidad económica y dijo que no iba a hacer promesas populistas. Cuando los primeros estragos sociales de las políticas de ajuste comenzaron a multiplicar los pobres, esos afectados comenzaron a clamar: “Ya no queremos realidades, exigimos promesas”. Hoy esa sociedad es la que está dando preferencias mayoritarias para el regreso del PRI.
El PRD y López Obrador se quedaron atrapados en la lógica del caudillismo: Las políticas neopopulistas de programas asistenciales basados sólo en dinero presupuestal regalado tuvieron efecto en la construcción de una base social dependiente, pero se perdieron en la construcción de liderazgos cesaristas; por eso Cárdenas y López Obrador no rebasaron apoyos más allá de los sectores beneficiados. Además, el perredismo fue demasiado obvio en la aplicación de programas amarrados a lealtades electorales.
Las encuestas --con los ajustes necesarios para desinflar estímulos externos-- están enviando mensajes políticos a los candidatos. La sociedad que vota en forma mayoritaria ha perdido las lealtades políticas y se circunscribe a la lógica de la venta del voto a cambio de promesas. Y ahí el PRI ha sabido construir un discurso electoral basado en las expectativas, en tanto que el candidato del PRD y la candidata del PAN están ofreciendo posibilidades reales que son menores a las expectativas y carecen de un diagnóstico de lo que la gente quiere.
En el fondo, el voto social contra el PRI en el 2000 estuvo estimulado por el carisma de Vicente Fox y su compromiso de cambio y de sacar al PRI de Los Pinos, por lo que el resentimiento de la gente 12 años después representa un reclamo al Fox que traicionó el voto del 2000. A lo largo de casi seis años, el presidente Calderón tampoco supo organizar un discurso no priísta o de alternativa al PRI.
En el 2000 y el 2006, el PRI tuvo candidatos anticarismáticos, marcados por el pasado; hoy el perfil mediático de Enrique Peña Nieto es un activo del PRI y tiene más positivos en la gente que los negativos del PRI, aunque también se alimenta del perfil de un López Obrador que no ha podido mutar su perfil del 2006 que tanto daño político causó y el perfil de una Josefina paradójicamente sin perfil propio; en estos dos casos, el peso del partido o de los negativos son mayores al carisma de los candidatos.
Y si a ello se agrega el hecho de que la sociedad que vota ya dejó de creer en los cuentos de hadas de la democracia y quiere resultados tangibles en lo individual a cambio de su voto, entonces se tendrán indicios de las razones del voto; y hasta ahora, el PRI sí está operando sobre las expectativas reales del votante, en tanto que el PRD y el PAN siguen suponiendo una sociedad con deseos democráticos.
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