Jorge Fernández Menéndez
El desempeño del presidente Calderón no está mal valorado en muchas de las encuestas que se levantan cotidianamente. El punto más conflictivo de su gestión, el tema de la seguridad, tampoco genera rechazo en la mayoría de la población, que le reconoce haber tenido la valentía de asumir esa lucha a pesar del costo altísimo de violencia y vidas humanas. Pero la mayoría de la gente quiere un cambio. Ocurrió algo muy similar en el año 2000 al final del gobierno de Ernesto Zedillo, que terminó su administración con índices de aceptación muy altos, con la economía creciendo a siete por ciento y con la gente reclamando que se fuera su partido, el PRI, de Los Pinos. Ambos, en 95, Zedillo, y en 2008, con repercusiones hasta el día de hoy, Calderón, han tenido que enfrentarse a brutales crisis económicas. La primera provocada por errores eminentemente internos, la segunda generada en el exterior con costos nacionales. Lo cierto es que al final de su respectivo mandato, tanto Zedillo como Calderón podrán decir que dejaron la económica en orden, en crecimiento, con disciplina financiera y con deudas públicas manejables. Pero de la misma forma que le ocurrió a Zedillo, todo indica que a Calderón le será muy difícil lograr que su partido refrende en la urnas su permanencia en el gobierno.
Tampoco deberíamos extrañarnos. Desde el comienzo de la crisis en 2008, y sobre todo en los últimos meses, no ha habido un solo gobierno democrático que pudiera repetir en la administración federal: cayeron el gobierno británico, el griego, el húngaro, el de Dinamarca, el de Italia, el de España y ahora el francés, entre otros. En Estados Unidos el presidente Barack Obama comienza la carrera electoral empatado con el republicano Mitt Romney y en Alemania el partido conservador de Angela Merkel ha cosechado varias derrotas en comicios locales. La gente quiere cambiar, quiere, independientemente de resultados, tener expectativas distintas, porque han sido años duros. El cambio no siempre es ideológico: en España ganó el PP de centroderecha y desplazó al PSOE; en Francia, el conservador Sarkozy fue reemplazado por el socialdemócrata Hollande; en Dinamarca ganó la izquierda; en Hungría, la ultraderecha y, en Grecia, nadie puede conformar una nueva mayoría y el país se hunde.
En México, a las secuelas de la crisis (aunque sigo opinando que en términos macroeconómicos fue muy bien sorteada, como lo reconocen prácticamente todos los organismos internacionales) que generaron mayor desigualdad y en algunos sectores mayor pobreza, se unió la crisis alimentaria, con el disparo de los precios de las materias primas, la sequía en algunos estados y la inundación de otros, y a todo ello la violencia del crimen organizado, con muertos, inseguridad, extorsiones, robos y secuestros.
Los principales candidatos no se equivocan cuando todos están apostando, aunque sea tímidamente, como Josefina, a un cambio, pero al mismo tiempo, como bien hace Peña Nieto, a mantener los esquemas macroeconómicos y de seguridad. El desafío hoy pasa por hacer cosas nuevas y hacerlas de mejor manera pero la gente no quiere cambios dramáticos ni irresponsables: el desafío del próximo gobierno pasa más por modificar las expectativas y establecer un nuevo ambiente de confianza que por alterar las bases de lo que está comprobado que funciona: nadie desmontará las bases macroeconómicas actuales, como nadie decidirá deshacerse de la Policía Federal; en todo caso se verá cómo lograr que la estabilidad se refleje en mayor crecimiento (como lo propuso la reunión del grupo Siglo XXI, previa al G20, que se realizó la semana pasada y que organizó en México nuestro amigo Carlos Salomón), y en cómo ampliar las funciones, el capital humano y tecnológico de la Policía Federal, según lo aclaró en San Luis Potosí Peña Nieto.
Pero el voto, desde 2008 hasta ahora, en prácticamente todas las democracias globales, ha sido una apuesta por el cambio, más allá de partidos e ideologías. Y esa tendencia se mantiene, por lo menos, para México.
Calderón y Lujambio
Es un buen gesto del presidente Calderón ir a visitar a su amigo Alonso Lujambio, que lucha en Estados Unidos contra el cáncer. Es un buen gesto que Alonso tenga un lugar en las listas del PAN. Y sería aún mucho mejor que un hombre talentoso e íntegro, como Alonso, se pudiera recuperar y reintegrarse plenamente a la vida política nacional.
El desempeño del presidente Calderón no está mal valorado en muchas de las encuestas que se levantan cotidianamente. El punto más conflictivo de su gestión, el tema de la seguridad, tampoco genera rechazo en la mayoría de la población, que le reconoce haber tenido la valentía de asumir esa lucha a pesar del costo altísimo de violencia y vidas humanas. Pero la mayoría de la gente quiere un cambio. Ocurrió algo muy similar en el año 2000 al final del gobierno de Ernesto Zedillo, que terminó su administración con índices de aceptación muy altos, con la economía creciendo a siete por ciento y con la gente reclamando que se fuera su partido, el PRI, de Los Pinos. Ambos, en 95, Zedillo, y en 2008, con repercusiones hasta el día de hoy, Calderón, han tenido que enfrentarse a brutales crisis económicas. La primera provocada por errores eminentemente internos, la segunda generada en el exterior con costos nacionales. Lo cierto es que al final de su respectivo mandato, tanto Zedillo como Calderón podrán decir que dejaron la económica en orden, en crecimiento, con disciplina financiera y con deudas públicas manejables. Pero de la misma forma que le ocurrió a Zedillo, todo indica que a Calderón le será muy difícil lograr que su partido refrende en la urnas su permanencia en el gobierno.
Tampoco deberíamos extrañarnos. Desde el comienzo de la crisis en 2008, y sobre todo en los últimos meses, no ha habido un solo gobierno democrático que pudiera repetir en la administración federal: cayeron el gobierno británico, el griego, el húngaro, el de Dinamarca, el de Italia, el de España y ahora el francés, entre otros. En Estados Unidos el presidente Barack Obama comienza la carrera electoral empatado con el republicano Mitt Romney y en Alemania el partido conservador de Angela Merkel ha cosechado varias derrotas en comicios locales. La gente quiere cambiar, quiere, independientemente de resultados, tener expectativas distintas, porque han sido años duros. El cambio no siempre es ideológico: en España ganó el PP de centroderecha y desplazó al PSOE; en Francia, el conservador Sarkozy fue reemplazado por el socialdemócrata Hollande; en Dinamarca ganó la izquierda; en Hungría, la ultraderecha y, en Grecia, nadie puede conformar una nueva mayoría y el país se hunde.
En México, a las secuelas de la crisis (aunque sigo opinando que en términos macroeconómicos fue muy bien sorteada, como lo reconocen prácticamente todos los organismos internacionales) que generaron mayor desigualdad y en algunos sectores mayor pobreza, se unió la crisis alimentaria, con el disparo de los precios de las materias primas, la sequía en algunos estados y la inundación de otros, y a todo ello la violencia del crimen organizado, con muertos, inseguridad, extorsiones, robos y secuestros.
Los principales candidatos no se equivocan cuando todos están apostando, aunque sea tímidamente, como Josefina, a un cambio, pero al mismo tiempo, como bien hace Peña Nieto, a mantener los esquemas macroeconómicos y de seguridad. El desafío hoy pasa por hacer cosas nuevas y hacerlas de mejor manera pero la gente no quiere cambios dramáticos ni irresponsables: el desafío del próximo gobierno pasa más por modificar las expectativas y establecer un nuevo ambiente de confianza que por alterar las bases de lo que está comprobado que funciona: nadie desmontará las bases macroeconómicas actuales, como nadie decidirá deshacerse de la Policía Federal; en todo caso se verá cómo lograr que la estabilidad se refleje en mayor crecimiento (como lo propuso la reunión del grupo Siglo XXI, previa al G20, que se realizó la semana pasada y que organizó en México nuestro amigo Carlos Salomón), y en cómo ampliar las funciones, el capital humano y tecnológico de la Policía Federal, según lo aclaró en San Luis Potosí Peña Nieto.
Pero el voto, desde 2008 hasta ahora, en prácticamente todas las democracias globales, ha sido una apuesta por el cambio, más allá de partidos e ideologías. Y esa tendencia se mantiene, por lo menos, para México.
Calderón y Lujambio
Es un buen gesto del presidente Calderón ir a visitar a su amigo Alonso Lujambio, que lucha en Estados Unidos contra el cáncer. Es un buen gesto que Alonso tenga un lugar en las listas del PAN. Y sería aún mucho mejor que un hombre talentoso e íntegro, como Alonso, se pudiera recuperar y reintegrarse plenamente a la vida política nacional.
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