Montesquieu: el amor a la república es amor a la democracia

Álvaro Cepeda Neri

En este texto se reproduce lo que escribió Charles-Louis de Secondat, Barón de Montesquieu (1689-1755), citado clásico, poco leído y mucho menos estudiado, sobre el amor en la política, o que –dice– el amor a la república es el amor a la democracia. Montesquieu, el “exponente más sobresaliente de la Ilustración francesa, postulando el liberalismo parlamentario (y sobre todo: la separación-división del poder del Estado, para hacerlo republicano y democrático, en Legislativo, Ejecutivo y Judicial, para derribar toda clase de despotismo), llevando hasta sus últimas consecuencias la teoría y práctica políticas de John Locke” (Maurice Cranston, Ensayo biográfico de Montesquieu, Enciclopedia de las instituciones políticas, Alianza diccionarios). Y que para mantener las libertades políticas, nada como esos tres poderes como pesos y contrapesos, como un estira y afloja que implicaba la gobernabilidad republicana-democrática.

Por sus logros en el conocimiento de las sociedades, tres obras caracterizan el pensamiento universal de este sociólogo (cada una con sus peculiares diferencias ya sea por clima, situación geográfica y sus respectivas evoluciones más o menos pacíficas o más o menos violentas). Ellas son: Cartas persas, de “profunda alegoría del amor, la moral, la política y la religión”; su obra vinculatoria con Maquiavelo, Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos; y su magna obra El espíritu de las leyes, que exige una dedicación extrema para su comprensión. Esta última fue revisada por Francois-Marie Arouet, alias Voltaire, conocedor de la vida política inglesa, que atrajo a Montesquieu por cómo el parlamentarismo había sometido y limitado a la monarquía con las figuras de un jefe de gobierno y un jefe de Estado.

Es pues en El espíritu de las leyes donde Montesquieu, en unos cuantos párrafos, introduce el concepto “amor político” como “la virtud republicana” y “la virtud democrática”. Es extraño que se haya reparado muy poco en las primeras páginas del libro V tituladas Las leyes que son creadas por el legislador, mismas que deben estar en relación con el principio del gobierno. Postula también el “amor a la igualdad”. Así se establece el tríptico: amor a la república, amor a la democracia y amor a la igualdad. Incluso, dice Montesquieu, “existe el amor a la frugalidad”. Los lectores han de penetrar estas cuartillas de El espíritu de las leyes para verse impulsados a darle una lectura, ya que, si bien Montesquieu es asignatura obligatoria en licenciaturas, maestrías y doctorados de derecho, de política, de sociología o economía, para completar la cultura general han de tenerse en cuenta las tres obras de el barón de Montesquieu.

El espíritu de las leyes

El amor en la política

“1. Que lo que llamo virtud en la república es el amor a la patria, es decir, el amor a la igualdad. No se trata de una virtud moral ni tampoco de una virtud cristiana, sino de la virtud política. En este sentido se define como el resorte que pone en movimiento al gobierno republicano, del mismo modo que el honor es el resorte que mueve a la monarquía. Así pues, he llamado virtud política al amor a la patria y a la igualdad.

“Como se me han ocurrido ideas nuevas, he tenido que buscar palabras nuevas o dar a las antiguas nuevas acepciones. Los que no han comprendido esto me han imputado cosas absurdas que, puesto que en todos los países del mundo se tiende a la moral, en cualquiera de ellos serían indignantes.

“2. Se debe tener en cuenta que hay una gran diferencia entre decir que determinada cualidad, modificación del alma o virtud no es el resorte que impulsa a un gobierno y decir que tal cosa no existe en dicho gobierno. Si yo afirmara que una rueda o un piñón determinados no son el resorte que pone en movimiento a un reloj, ¿se podría colegir que ambos no se encuentran en él? Las virtudes morales y cristianas no están excluidas de la monarquía, como tampoco lo está la virtud política. En una palabra: aunque la virtud política sea el resorte de la república, el honor se encuentra también en ella. Y del mismo modo, aunque el honor sea el resorte de la monarquía, en ella existe igualmente la virtud política.

“Por último, el hombre de bien de quien se trata en el libro III, capítulo V, no es el hombre de bien cristiano, sino el hombre de bien político, que posee la mencionada virtud política. Es el hombre que ama las leyes de su país y que obra por amor a ellas.

“He aclarado todas estas cosas en la presente edición para precisar aún más las ideas. En la mayor parte de los lugares en que me he servido de la palabra virtud, he puesto virtud política.

“Vamos a examinar esta reacción en cada gobierno, empezando por el Estado republicano, que tiene la virtud como principio.”

Capítulo II

Qué se entiende por virtud en el Estado político

“La virtud en una república es sencillamente el amor a la república. No es un conjunto de conocimientos, sino un sentimiento que puede experimentar el último hombre del Estado tanto como el primero. Cuando el pueblo se rige por buenas máximas, se atiene a ellas durante más tiempo que las llamadas personas distinguidas. Es raro que la corrupción empiece por el pueblo, pues a menudo la escasez de sus luces le liga más estrechamente a lo establecido.

“El amor a la patria conduce a la pureza de costumbres, y a la inversa, la pureza de costumbres lleva al amor a la patria. En la medida en que podemos satisfacer menos nuestras pasiones particulares, nos entregamos más a las generales. ¿Por qué los monjes tienen tanto cariño a su Orden? Precisamente por lo que tiene de insoportable. Su regla les priva de todo aquello en que se apoyan las pasiones comunes; así pues, sólo les queda la pasión por la regla que les aflige. Cuanto más austera es, es decir, cuantas más inclinaciones cercena, con más fuerza crecerán las restantes.”

Capítulo III

Qué se entiende por amor a la república en la democracia

“El amor a la república en la democracia es amor a la democracia, y éste es amor a la igualdad.

“Es además amor a la frugalidad. Cada cual debe gozar de la misma felicidad y de las mismas ventajas, disfrutar de los mismos placeres y tener las mismas esperanzas, lo cual sólo puede conseguirse mediante la frugalidad general.

“El amor a la igualdad, en la democracia, limita la ambición al único deseo, a la única felicidad de prestar a la patria servicios mayores que los demás ciudadanos. No todos pueden prestarle servicios iguales, pero todos deben prestárselos. Al nacer se contrae con ella una deuda inmensa que jamás puede ser saldada.

“Por eso en la democracia las distinciones nacen del principio de la igualdad, aún cuando parezca suprimida por servicios excepcionales o por talentos superiores.

“El amor a la frugalidad reduce el deseo de poseer al cuidado que requiere lo necesario para la familia e incluso lo superfluo para la patria. Las riquezas dan un poder del que un ciudadano no puede usar en su propio provecho, pues entonces no habría igualdad. Igualmente proporciona delicias de las que no debe disfrutar porque irían también contra la igualdad.

“Así pues, las buenas democracias, al establecer la frugalidad doméstica, abrían las puertas a los gastos públicos, como se hizo en Atenas y en Roma. En tal caso la magnificencia y la profusión nacían del fondo de la misma frugalidad; y del mismo modo que la religión ordena que se tengan las manos puras para ofrecer sacrificios a los dioses, las leyes requerían costumbres frugales para que se pudiese dar algo a la patria.

“El buen sentido y la felicidad de los particulares reposan en gran parte en la medianía de sus talentos y de sus fortunas. Una república donde las leyes hubieran creado muchos individuos mediocres, compuesta de personas prudentes, sería gobernada sabiamente; compuesta por hombres dichosos, sería muy feliz.”

Capítulo IV

Cómo se inspira el amor a la igualdad y a la frugalidad

“Cuando se vive en una sociedad en la que las leyes han establecido la igualdad y la frugalidad, estas mismas virtudes son el excitante del amor que nace por ellas.

“En las monarquías y en los Estados despóticos nadie aspira a la igualdad; ni siquiera se le ocurre a nadie semejante idea; cada individuo tiende a la superioridad. Las personas de más baja condición sólo desean salir de ella para ser dueños de los demás.

“Lo mismo ocurre con la frugalidad: para amarla hay que disfrutar de ella. Los que están corrompidos por los placeres no serán ciertamente los que apetezcan la vida frugal, y si esto fuese natural y corriente, Alcibiades no hubiera sido objeto de la admiración de todo el mundo. Tampoco amarán la frugalidad aquellos que envidian o admiran el lujo de los demás: las personas que no tienen ante los ojos más que hombres ricos, o miserables como ellos, detestan su miseria sin amar ni conocer lo que constituye el fin de dicha miseria.

“Es pues una máxima verdadera que para que se ame la igualdad y la frugalidad en una república es preciso que las leyes las hayan establecido.”

Capítulo V

Cómo son las leyes que establecen la igualdad en la democracia

“Algunos legisladores antiguos como Licurgo y Rómulo repartieron las tierras con igualdad. Esto sólo puede hacerse en el momento de la fundación de una nueva república, o bien cuando la antigua esté tan corrompida y los ánimos en tal disposición que los pobres se crean obligados a buscar ese remedio y los ricos obligados a sufrirlo.

“Cuando el legislador hace tal repartición sin dar leyes para mantenerla, no hace más que una constitución pasajera: la desigualdad se infiltrará por el lado que las leyes no hayan defendido, y la república estará perdida.”

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