Jorge Fernández Menéndez
Tres mujeres y un ex procurador buscan la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. La verdad es que difícilmente se puede calificar a la lucha por el gobierno de la capital como tradicionalista. Y no, como tampoco lo es el DF.
Isabel Miranda, Beatriz Paredes y Rosario Guerra, tres mujeres talentosas y valientes, tendrán que dar una batalla enorme si piensan derrotar a Miguel Ángel Mancera. El ex procurador capitalino es un excelente candidato para la capital: con ideas claras, sin compromisos atenazadores, con una carrera política hecha en los gobiernos perredistas (que han tenido el pleno control de la ciudad en los últimos 15 años), pero sin afiliarse al PRD y por lo tanto mostrándose como un liberal de izquierda, lejos de las grandes tribus del sol azteca. Pero además aparece como el continuador natural de las mejores líneas de la administración de Marcelo Ebrard.
No sé cómo estarán viendo las cosas el PRD y sus aliados, pero desde afuera cada día de campaña resulta más evidente que Marcelo hubiera sido un mucho mejor candidato que López Obrador e incluso un candidato que hubiera podido dar la pelea mucho más allá de los confines de la izquierda tradicional para la Presidencia de la República. Resulta paradójico que todos los ejes importantes de la campaña de López Obrador sean, o pasen, por lo que ha hecho Ebrard desde hace tiempo: Ebrard era el que hablaba de conciliación (y era criticado por los duros del PRD) cuando López andaba recorriendo el país para su “presidencia legítima”; fue el que mantuvo una buena relación, con verdadero “respeto” institucional de por medio (respeto no como una forma retórica para encubrir inmediatamente después las acusaciones más graves, descabelladas o no), con el gobierno federal, con los gobernadores y muchos otros actores políticos y sociales, incluso de los medios, cuando López los acusaba a todos ellos de ser parte del complot que le había “robado” la elección. Incluso cuando López Obrador habla de los logros en la seguridad de la Ciudad de México y se los atribuye a sí mismo en sus spots habría que recordar que dejó la ciudad en situación de escándalo en el ámbito de la seguridad y que Ebrard durante todo su primer año tuvo que desmantelar la trama de corrupción que controlaba la policía y la Procuraduría: la desgracia y la negligencia del New’s Divine, paradójicamente, le dio la oportunidad de renovar personal, funcionarios y comenzar de nuevo. Los logros en seguridad en la capital, que sin duda los hay, son todos de la administración de Ebrard y en buena medida de Mancera: la de López Obrador fue duramente reprobada por la ciudadanía en ese sentido.
A todo eso hay que sumarle las obras públicas: el famoso segundo piso de la administración de López Obrador fue, como aquí dijimos en su momento, una obra vial importante y necesaria, pero marcada por la oscuridad en el manejo de los recursos. Hoy ni siquiera sabemos con claridad cuánto costó esa obra. En estos años, puede que a muchos nos tenga enloquecidos el vivir en medio de un alud de obras de infraestructura en la ciudad, pero el hecho es que desde que Hank González emprendió la construcción de los ejes viales y otras obras, nunca se había trabajado en forma tan intensa para su transformación. Una transformación que con Ebrard, y no con López Obrador, alcanzó también para leyes progresistas y liberales, para modernizar la ciudad y sus estructuras legales, para hacerla más libre y tolerante.
Por supuesto que hay muchas carencias y por allí tendrán que hacer campaña los adversarios de Mancera: la tolerancia con los grupos de poder locales, desde el comercio informal hasta los del transporte público, desde las tribus perredistas hasta los grupos políticos que vienen a manifestarse en la ciudad apoyados por el gobierno del DF; ahí están también los desafíos permanentes: los gobiernos delegacionales que son tan oscuros en todos sus manejos, comenzando por la expedición de licencias y las mordidas de todo tipo, y en muchos de los cuales florece la corrupción; así como el transporte, el agua, el clientelismo, la vivienda. Todo eso será motivo de polémica y debate, puntos débiles que Isabel, Beatriz y Rosario atacarán.
Pero nadie debería equivocarse, incluso en esa confrontación: hace muchos años, realmente muchos, que un gobierno capitalino no llega a las elecciones con un índice de aceptación similar al de Ebrard. Y en la izquierda han tenido en esta ocasión el talento de proponer como su sucesor a un hombre con su mismo perfil, incluso ubicado un poco más hacia el centro y más independiente de los temas partidistas, al que prácticamente no se le contabilizan negativos. En todo el panorama electoral del país, para el PRD y sus aliados, creo que Mancera es la única buena noticia electoral.
Tres mujeres y un ex procurador buscan la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. La verdad es que difícilmente se puede calificar a la lucha por el gobierno de la capital como tradicionalista. Y no, como tampoco lo es el DF.
Isabel Miranda, Beatriz Paredes y Rosario Guerra, tres mujeres talentosas y valientes, tendrán que dar una batalla enorme si piensan derrotar a Miguel Ángel Mancera. El ex procurador capitalino es un excelente candidato para la capital: con ideas claras, sin compromisos atenazadores, con una carrera política hecha en los gobiernos perredistas (que han tenido el pleno control de la ciudad en los últimos 15 años), pero sin afiliarse al PRD y por lo tanto mostrándose como un liberal de izquierda, lejos de las grandes tribus del sol azteca. Pero además aparece como el continuador natural de las mejores líneas de la administración de Marcelo Ebrard.
No sé cómo estarán viendo las cosas el PRD y sus aliados, pero desde afuera cada día de campaña resulta más evidente que Marcelo hubiera sido un mucho mejor candidato que López Obrador e incluso un candidato que hubiera podido dar la pelea mucho más allá de los confines de la izquierda tradicional para la Presidencia de la República. Resulta paradójico que todos los ejes importantes de la campaña de López Obrador sean, o pasen, por lo que ha hecho Ebrard desde hace tiempo: Ebrard era el que hablaba de conciliación (y era criticado por los duros del PRD) cuando López andaba recorriendo el país para su “presidencia legítima”; fue el que mantuvo una buena relación, con verdadero “respeto” institucional de por medio (respeto no como una forma retórica para encubrir inmediatamente después las acusaciones más graves, descabelladas o no), con el gobierno federal, con los gobernadores y muchos otros actores políticos y sociales, incluso de los medios, cuando López los acusaba a todos ellos de ser parte del complot que le había “robado” la elección. Incluso cuando López Obrador habla de los logros en la seguridad de la Ciudad de México y se los atribuye a sí mismo en sus spots habría que recordar que dejó la ciudad en situación de escándalo en el ámbito de la seguridad y que Ebrard durante todo su primer año tuvo que desmantelar la trama de corrupción que controlaba la policía y la Procuraduría: la desgracia y la negligencia del New’s Divine, paradójicamente, le dio la oportunidad de renovar personal, funcionarios y comenzar de nuevo. Los logros en seguridad en la capital, que sin duda los hay, son todos de la administración de Ebrard y en buena medida de Mancera: la de López Obrador fue duramente reprobada por la ciudadanía en ese sentido.
A todo eso hay que sumarle las obras públicas: el famoso segundo piso de la administración de López Obrador fue, como aquí dijimos en su momento, una obra vial importante y necesaria, pero marcada por la oscuridad en el manejo de los recursos. Hoy ni siquiera sabemos con claridad cuánto costó esa obra. En estos años, puede que a muchos nos tenga enloquecidos el vivir en medio de un alud de obras de infraestructura en la ciudad, pero el hecho es que desde que Hank González emprendió la construcción de los ejes viales y otras obras, nunca se había trabajado en forma tan intensa para su transformación. Una transformación que con Ebrard, y no con López Obrador, alcanzó también para leyes progresistas y liberales, para modernizar la ciudad y sus estructuras legales, para hacerla más libre y tolerante.
Por supuesto que hay muchas carencias y por allí tendrán que hacer campaña los adversarios de Mancera: la tolerancia con los grupos de poder locales, desde el comercio informal hasta los del transporte público, desde las tribus perredistas hasta los grupos políticos que vienen a manifestarse en la ciudad apoyados por el gobierno del DF; ahí están también los desafíos permanentes: los gobiernos delegacionales que son tan oscuros en todos sus manejos, comenzando por la expedición de licencias y las mordidas de todo tipo, y en muchos de los cuales florece la corrupción; así como el transporte, el agua, el clientelismo, la vivienda. Todo eso será motivo de polémica y debate, puntos débiles que Isabel, Beatriz y Rosario atacarán.
Pero nadie debería equivocarse, incluso en esa confrontación: hace muchos años, realmente muchos, que un gobierno capitalino no llega a las elecciones con un índice de aceptación similar al de Ebrard. Y en la izquierda han tenido en esta ocasión el talento de proponer como su sucesor a un hombre con su mismo perfil, incluso ubicado un poco más hacia el centro y más independiente de los temas partidistas, al que prácticamente no se le contabilizan negativos. En todo el panorama electoral del país, para el PRD y sus aliados, creo que Mancera es la única buena noticia electoral.
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