Ricardo Rocha
La nación no se conmovió. No hubo un solo discurso deslumbrante. Ningún candidato que emergiera y se elevara muy por encima de los demás. Vaya, ni siquiera alguno que hubiera vapuleado por nocaut, contundentemente, al menos a otro de sus adversarios.
A esas penumbras añádase un formato tan rígido como ridículo y el resultado es un debate que sólo se salvó por el entusiasmo de sus televidentes y por las reglas rotas por los propios participantes. Que se supone debían responder a determinadas preguntas y prefirieron dedicarse al bonito deporte de golpearse los unos a los otros al tiempo de intentar eludir los mandarriazos y contragolpear al otro en cuanto bajaba tantito la guardia.
Lo que más alienta es que, a pesar de las tentaciones panboleras hubo una entusiasta respuesta de millones de mexicanos que siguieron el debate y que continúan metidos en la discusión. Porque ya se ha dicho que, en gran medida, durante el debate cada quien mira lo que quiere ver y escucha lo que le conviene oír. Por eso es más difícil aun decretar un claro ganador. De tal suerte que, según los expertos, lo que realmente determina el resultado es el post-debate.
Enrique Peña Nieto gana, porque no pierde. Contra el ferviente deseo de sus malquerientes a ultranza no se quedó pasmado ni sus ojos buscaron la línea siguiente en el lente de la cámara: en pocas palabras acabó con el mito genial del telempromter; y eso para él es una ganancia formidable, sobre todo de cara a los indecisos.
Es cierto que Josefina lo incomodó con lo de sus promesas no cumplidas y que Andrés Manuel lo tundió por sus relaciones peligrosas con personajes siniestros y poderes fácticos, pero tampoco pudo arrinconarlo. Enrique salió de las cuerdas casi sin despeinarse y todavía logró colocar dos o tres uppers y ganchos a quienes le echaron montón. Sale golpeado, ni duda cabe. Pero no lo hicieron visitar la lona, también es cierto. En consecuencia es probable que baje 2 ó 3 puntos. Nada o casi nada, para los 20 que trae de ventaja.
Andrés Manuel López Obrador para mí que ya anda en segundo. A pesar de las veleidades de algunas encuestas, otras más ya lo ubican ahí en las semanas recientes. Me parece que el debate lo reafirma en ese propósito. Yo no sé si por asesoría o por instinto, retomó su naturaleza, hizo a un lado el discurso amoroso y se revistió con el traje que mejor le va: el de un esforzado luchador social que le da voz a los sin voz con sus señalamientos flamígeros. Lo que podría reconciliarlo con cierto sector de sus radicales que ya lo andaban dudando. La incógnita en su caso es si el despegue de Josefina pudiera ser de al menos seis puntos que le permitieran llegar a fines de mayo al rango de los treintas para hacerlo competitivo frente a los cuarentas de Peña Nieto.
Josefina Vázquez Mota es la gran perdedora del debate. Nadie la ha asesorado o ella no ha querido deshacerse del tono monocorde de sus intervenciones orales. Dice que es diferente, pero la pregunta es ¿a quién?, si se resiste a deslindarse de dos indefendibles gobiernos panistas que han arrojado cifras catastróficas en millones de pobres, de desempleados, de “ninis” y una carga atroz de miles de muertos. Así, parece condenada al tercer lugar.
Gabriel Quadri de la Torre es, en cambio, el gran ganador. Cierto que hay una natural simpatía por el más débil; pero aun así habrá que reconocerle su apostura en un trance con el que ni soñaba hace apenas cuatro meses. Libre de presiones, fue a lo suyo, a insistir en que es un candidato ciudadano muy diferente a los políticos. Como nadie le cuestionó nada, se fue de frente con sus propuestas audaces o hasta insensatas. Habrá que ver hasta dónde llega y a quién le quita puntos.
La nación no se conmovió. No hubo un solo discurso deslumbrante. Ningún candidato que emergiera y se elevara muy por encima de los demás. Vaya, ni siquiera alguno que hubiera vapuleado por nocaut, contundentemente, al menos a otro de sus adversarios.
A esas penumbras añádase un formato tan rígido como ridículo y el resultado es un debate que sólo se salvó por el entusiasmo de sus televidentes y por las reglas rotas por los propios participantes. Que se supone debían responder a determinadas preguntas y prefirieron dedicarse al bonito deporte de golpearse los unos a los otros al tiempo de intentar eludir los mandarriazos y contragolpear al otro en cuanto bajaba tantito la guardia.
Lo que más alienta es que, a pesar de las tentaciones panboleras hubo una entusiasta respuesta de millones de mexicanos que siguieron el debate y que continúan metidos en la discusión. Porque ya se ha dicho que, en gran medida, durante el debate cada quien mira lo que quiere ver y escucha lo que le conviene oír. Por eso es más difícil aun decretar un claro ganador. De tal suerte que, según los expertos, lo que realmente determina el resultado es el post-debate.
Enrique Peña Nieto gana, porque no pierde. Contra el ferviente deseo de sus malquerientes a ultranza no se quedó pasmado ni sus ojos buscaron la línea siguiente en el lente de la cámara: en pocas palabras acabó con el mito genial del telempromter; y eso para él es una ganancia formidable, sobre todo de cara a los indecisos.
Es cierto que Josefina lo incomodó con lo de sus promesas no cumplidas y que Andrés Manuel lo tundió por sus relaciones peligrosas con personajes siniestros y poderes fácticos, pero tampoco pudo arrinconarlo. Enrique salió de las cuerdas casi sin despeinarse y todavía logró colocar dos o tres uppers y ganchos a quienes le echaron montón. Sale golpeado, ni duda cabe. Pero no lo hicieron visitar la lona, también es cierto. En consecuencia es probable que baje 2 ó 3 puntos. Nada o casi nada, para los 20 que trae de ventaja.
Andrés Manuel López Obrador para mí que ya anda en segundo. A pesar de las veleidades de algunas encuestas, otras más ya lo ubican ahí en las semanas recientes. Me parece que el debate lo reafirma en ese propósito. Yo no sé si por asesoría o por instinto, retomó su naturaleza, hizo a un lado el discurso amoroso y se revistió con el traje que mejor le va: el de un esforzado luchador social que le da voz a los sin voz con sus señalamientos flamígeros. Lo que podría reconciliarlo con cierto sector de sus radicales que ya lo andaban dudando. La incógnita en su caso es si el despegue de Josefina pudiera ser de al menos seis puntos que le permitieran llegar a fines de mayo al rango de los treintas para hacerlo competitivo frente a los cuarentas de Peña Nieto.
Josefina Vázquez Mota es la gran perdedora del debate. Nadie la ha asesorado o ella no ha querido deshacerse del tono monocorde de sus intervenciones orales. Dice que es diferente, pero la pregunta es ¿a quién?, si se resiste a deslindarse de dos indefendibles gobiernos panistas que han arrojado cifras catastróficas en millones de pobres, de desempleados, de “ninis” y una carga atroz de miles de muertos. Así, parece condenada al tercer lugar.
Gabriel Quadri de la Torre es, en cambio, el gran ganador. Cierto que hay una natural simpatía por el más débil; pero aun así habrá que reconocerle su apostura en un trance con el que ni soñaba hace apenas cuatro meses. Libre de presiones, fue a lo suyo, a insistir en que es un candidato ciudadano muy diferente a los políticos. Como nadie le cuestionó nada, se fue de frente con sus propuestas audaces o hasta insensatas. Habrá que ver hasta dónde llega y a quién le quita puntos.
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