La vida después del debate

Jorge Fernández Menéndez

En un debate presidencial importa tanto lo que se dice como lo que no se dice, el lenguaje corporal como las palabras utilizadas, pero, por sobre todas las cosas, lo importante es saber si se logró o no el objetivo que el propio participante se había impuesto a sí mismo, antes del mismo. Saber si se cumplieron esas expectativas y la del público que lo veo u oye, es, en última instancia, lo que define al ganador o no de un debate presidencial.

Algunos buenos amigos panistas se mostraron extrañados de que le hubiera dado en el análisis posterior al debate del domingo que hizo Excélsior una calificación tan baja a Josefina Vázquez Mota: le di 5 puntos, contra 6 de López Obrador y Peña Nieto y 7 de Gabriel Quadri. Y es que Josefina estuvo bien en el debate, dijo las cosas correctas, sus propuestas son de las mejores que se presentaron, no cometió, en ese sentido, error alguno. Pero no era eso lo que se necesitaba y lo que se esperaba de Josefina en este debate. Hay que poner las cosas en contexto: al momento del debate la diferencia promedio en las encuestas a favor de Peña Nieto era, sigue siendo, de aproximadamente 15 puntos. El encuentro debía ser un punto de inflexión en la campaña, no era necesario ganar uno o dos puntos, lo importante era romper las tendencias, cambiar el sentido de la elección por lo menos dejando entrever que la ventaja no era tanta y que Peña puede ser derrotado.

Era lógico entonces que Josefina y Andrés Manuel se lanzaran contra Peña. Era lo que tenían que hacer. La expectativa real del debate era ver cómo iba a actuar Peña ante ese esperado ataque concertado: si se hubiera repetido un capítulo como el de la FIL de Guadalajara, si se hubieran topado con un candidato dubitativo y errático en sus respuestas, como ocurrió aquella tarde de diciembre, la candidatura de Peña hubiera tenido un descalabro del que difícilmente se hubiera recuperado. Para decirlo llanamente: sus adversarios querían que Peña se exhibiera como un hombre sin luces ni conocimientos. Esa es siempre un arma de doble filo: algo similar sucedió en otro famoso debate en Estados Unidos, cuando se enfrentaron Al Gore, un intelectual brillante que venía de ser durante ocho años el vicepresidente de los Estados Unidos, con un George Bush Jr. que había sido un oscuro gobernador de Texas y cuyo mayor mérito era ser hijo de un presidente. Se esperaba que Gore exhibiera de fea manera a un hombre con tan poco bagaje cultural como Bush. Pues no fue así: en el debate estuvo mejor Gore, pero Bush no hizo ningún ridículo, contestó lo que tenía que contestar y el objetivo de Gore no se cumplió. Y Bush, aunque sea en un proceso amañado y en el filo de la legalidad, terminó ganando la presidencia.

Peña no es Bush, ni ninguno de sus adversarios tiene la talla intelectual de Gore, pero esa era la dinámica que se quiso imponer en el debate. Y lo cierto es que Peña, sin brillar, estuvo bien, no cometió errores, contestó lo que pudo contestar respecto a los ataques que recibió (defender a ciertos gobernadores resulta imposible) y no se dejó atrapar por las trampas que le tendieron López y Josefina. Tanto fue así que hacia el final del debate, sin presentar nada sólido sobre la mesa, sin salir de acusaciones verdaderas o falsas que ya se han presentado una y otra vez en los millones de spots que se trasmiten diariamente, el debate fue perdiendo fuerza incluso en ese terreno, el de los ataques personales o políticos.

En ese sentido, a Josefina creo que le fue peor que a López Obrador. Este simplemente fue él mismo, olvidado ya de la República Amorosa, resucitando “el grupo” de poder (que nunca tiene nombres y apellidos) que en una enorme conjura controla el país. Es algo así, como el imperio del mal del que hablaba Reagan. Cometió algunos errores conceptuales muy gruesos, como decir que para ahorrar cancelaría los viajes al exterior en el gobierno o que se podría repartir el presupuesto a 11 mil pesos mensuales por familia. Pero su electorado eso es lo que espera de él. No gana votos, pero no los pierde y quizás algunos de sus antiguos simpatizantes pueden adherirse nuevamente a su cruzada. Josefina tenía que ser diferente, tenía que acosar a Peña y darle un golpe, uno solo pero demoledor, pero también se tenía que diferenciar claramente de López. No hizo ni una cosa ni la otra. Y entonces, aunque conceptualmente se haya manejado bien, no cumplió con sus objetivos y el resultado es que el debate no cambió las tendencias electorales.

Quadri se lució: es un buen personaje, sus propuestas, sin compromisos duros que asumir y sin presiones de sus adversarios, fueron en general muy buenas, pudo contestarles o poner en su lugar a los demás y logró con creces sus objetivos. Hoy el electorado lo ubica y no genera rechazos. Gane quien gane, si quiere tendrá un espacio de operación dentro o fuera de un próximo gobierno precisamente por su claridad y su tono ciudadano, algo similar a lo que ocurrió en 2000 con Gilberto Rincón Gallardo o en 2006, con Patricia Mercado.

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