José Carreño Figueras
En Estados Unidos, el movimiento de los llamados “partidos del té” acusa a los medios de boicotearlos, de definirlos de manera equívoca y negativa o de negarles las coberturas a las que tienen derecho.
Desde la izquierda estadounidense, los movimientos de “ocupadores” se quejan de que los medios sirven a las élites en el poder.
Pero eso es en Estados Unidos. A parir de la “´primavera árabe” hay movimientos en muchos otros sitios del mundo en el que los medios son, correcta o incorrectamente, el blanco de ataques de uno u otro extremo y quejas en torno a la insuficiencia o las limitaciones que la prensa tradicional informa o desinforma sobre sus temas de interés.
Y ciertamente hay o puede haber razones de queja. Después de todo, es cierto que en muchos países del mundo los medios son y han sido un instrumento de presión de grupos político-económicos identificados con las oligarquías en el poder, aunque eso no descarta que algunos -muchos o pocos- de sus integrantes piensen sinceramente que están en lo correcto ideológicamente ni les quita el derecho de expresarse.
Pero el momento es de un intenso jacobinismo, de una actitud que recorre el mundo y en la que a falta de guillotina se busca anular al adversario no con la pérdida de vida, sino de reputación y credibilidad de quienes no estén de acuerdo. Y eso ocurre a izquierda a derecha.
Ese movimiento de reclamo ha creado nuevas angustias y autoexámenes en medios informativos de centro-izquierda y centro-derecha, sujetos siempre de dudas sobre la certidumbre y calidad de la propia cobertura y puesto en la “picota” a aquellos a los que se considera como “vendidos”.
El estigma de entrada es que quienes no están de acuerdo con uno mismo son “corruptos” y por tanto están “comprados” por las fuerzas “enemigas” sin que quepa siquiera el beneficio de pensar que esos que piensan de modo distinto puedan hacerlo por cuenta o convicción propia.
Sin embargo, la moderna idea supone que aquellos que se consideran detentadores de la verdad, y “puros” mas allá de toda sospecha (propia al menos), tienen el derecho de acallar a sus adversarios, de sabotear sus encuentros, de boicotear verbalmente sus intervenciones en ejercicio de una libertad de expresión que limita, o de plano cancela a su vez, la de otros.
Y cierto, los jacobinos no surgieron de la nada sino que fueron fruto de una situación en la que un extremo llevó a que históricamente fueran identificados con el llamado “reino del terror” de la “Revolución Francesa” y muchos de sus creadores fueran “devorados” por su propio movimiento.
El neojacobinismo no se limita a un país ni está sujeto a una ideología. Está lo mismo en los “partidos del té” estadounidenses que en los actores de la “primavera árabe” y sus similares en otras partes del mundo: son los medios los responsables de los problemas, especialmente aquellos que ven el mundo de manera distinta o no, al menos, con la forma de pensar del movimiento en cuestión.
En Estados Unidos los “partidos del té”, emanados de un movimiento ultraconservador con profundas raíces en ese país y enorme influencia ahora en el Partido Republicano, consideran que la prensa “mainstream”, la que informa a la mayoría de los estadounidenses, no solo tiene un prejuicio en su contra sino que deliberadamente ignora o altera la información a favor de las fuerzas del “status quo”.
De hecho, los aliados ideológicos de los “tea parties” en algunos centros de análisis recurrieron incluso a información estadística convenientemente manipulada para poyar sus asertos de que los actos y las acciones de esas agrupaciones reciben una “cobertura minúscula” en comparación con otros movimientos -en el caso de un “Centro de Investigación de Medios” de la derecha estadounidense compararon por ejemplo la cobertura de la “Marcha del millón” convocada por lideres musulmanes negros en 1995 o de una “Marcha contra las armas” convocada por grupos maternales en 2000 con la “parquedad” en la cobertura del movimiento de los “tea parties” en 2009-.
Un argumento similar es usado por grupos definidos como “progresistas”, que a su vez se quejan de que las protestas de los movimientos “ocupadores” (occupy wall street) han sido ignoradas o estigmatizadas por medios que no dudan en consignar las acciones de los “partidos del té”, que desde aquel punto de vista consiguen mas y mejor cobertura.
Todos los movimientos demandan con justicia la apertura de los medios a sus opiniones y presentaciones, a partir de la propia ideología, pero eso no implica necesariamente que haya disposición a corresponder en un debate abierto donde los adversarios puedan exponer libremente.
Y todo, por supuesto, en nombre de una siempre deseable objetividad informativa, cada vez mas sujeta a opiniones personales y partidistas.
En Estados Unidos, el movimiento de los llamados “partidos del té” acusa a los medios de boicotearlos, de definirlos de manera equívoca y negativa o de negarles las coberturas a las que tienen derecho.
Desde la izquierda estadounidense, los movimientos de “ocupadores” se quejan de que los medios sirven a las élites en el poder.
Pero eso es en Estados Unidos. A parir de la “´primavera árabe” hay movimientos en muchos otros sitios del mundo en el que los medios son, correcta o incorrectamente, el blanco de ataques de uno u otro extremo y quejas en torno a la insuficiencia o las limitaciones que la prensa tradicional informa o desinforma sobre sus temas de interés.
Y ciertamente hay o puede haber razones de queja. Después de todo, es cierto que en muchos países del mundo los medios son y han sido un instrumento de presión de grupos político-económicos identificados con las oligarquías en el poder, aunque eso no descarta que algunos -muchos o pocos- de sus integrantes piensen sinceramente que están en lo correcto ideológicamente ni les quita el derecho de expresarse.
Pero el momento es de un intenso jacobinismo, de una actitud que recorre el mundo y en la que a falta de guillotina se busca anular al adversario no con la pérdida de vida, sino de reputación y credibilidad de quienes no estén de acuerdo. Y eso ocurre a izquierda a derecha.
Ese movimiento de reclamo ha creado nuevas angustias y autoexámenes en medios informativos de centro-izquierda y centro-derecha, sujetos siempre de dudas sobre la certidumbre y calidad de la propia cobertura y puesto en la “picota” a aquellos a los que se considera como “vendidos”.
El estigma de entrada es que quienes no están de acuerdo con uno mismo son “corruptos” y por tanto están “comprados” por las fuerzas “enemigas” sin que quepa siquiera el beneficio de pensar que esos que piensan de modo distinto puedan hacerlo por cuenta o convicción propia.
Sin embargo, la moderna idea supone que aquellos que se consideran detentadores de la verdad, y “puros” mas allá de toda sospecha (propia al menos), tienen el derecho de acallar a sus adversarios, de sabotear sus encuentros, de boicotear verbalmente sus intervenciones en ejercicio de una libertad de expresión que limita, o de plano cancela a su vez, la de otros.
Y cierto, los jacobinos no surgieron de la nada sino que fueron fruto de una situación en la que un extremo llevó a que históricamente fueran identificados con el llamado “reino del terror” de la “Revolución Francesa” y muchos de sus creadores fueran “devorados” por su propio movimiento.
El neojacobinismo no se limita a un país ni está sujeto a una ideología. Está lo mismo en los “partidos del té” estadounidenses que en los actores de la “primavera árabe” y sus similares en otras partes del mundo: son los medios los responsables de los problemas, especialmente aquellos que ven el mundo de manera distinta o no, al menos, con la forma de pensar del movimiento en cuestión.
En Estados Unidos los “partidos del té”, emanados de un movimiento ultraconservador con profundas raíces en ese país y enorme influencia ahora en el Partido Republicano, consideran que la prensa “mainstream”, la que informa a la mayoría de los estadounidenses, no solo tiene un prejuicio en su contra sino que deliberadamente ignora o altera la información a favor de las fuerzas del “status quo”.
De hecho, los aliados ideológicos de los “tea parties” en algunos centros de análisis recurrieron incluso a información estadística convenientemente manipulada para poyar sus asertos de que los actos y las acciones de esas agrupaciones reciben una “cobertura minúscula” en comparación con otros movimientos -en el caso de un “Centro de Investigación de Medios” de la derecha estadounidense compararon por ejemplo la cobertura de la “Marcha del millón” convocada por lideres musulmanes negros en 1995 o de una “Marcha contra las armas” convocada por grupos maternales en 2000 con la “parquedad” en la cobertura del movimiento de los “tea parties” en 2009-.
Un argumento similar es usado por grupos definidos como “progresistas”, que a su vez se quejan de que las protestas de los movimientos “ocupadores” (occupy wall street) han sido ignoradas o estigmatizadas por medios que no dudan en consignar las acciones de los “partidos del té”, que desde aquel punto de vista consiguen mas y mejor cobertura.
Todos los movimientos demandan con justicia la apertura de los medios a sus opiniones y presentaciones, a partir de la propia ideología, pero eso no implica necesariamente que haya disposición a corresponder en un debate abierto donde los adversarios puedan exponer libremente.
Y todo, por supuesto, en nombre de una siempre deseable objetividad informativa, cada vez mas sujeta a opiniones personales y partidistas.
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