La “burbuja aséptica” de Peña Nieto

Jesús Cantú

Tras los errores de octubre y la amplia ventaja que todavía conserva, el aspirante de la coalición Compromiso por México, Enrique Peña Nieto, decidió cancelar todas sus participaciones en foros abiertos a preguntas de la audiencia, entrevistas en vivo, intercambios con analistas y cualquier debate –adicional a los dos obligatorios establecidos en el Cofipe– con los otros tres candidatos presidenciales.

Sólo en las últimas dos semanas el candidato tricolor canceló su participación en tres universidades particulares: el Instituto Tecnológico Autónomo de México, la Universidad Iberoamericana y el campus regiomontano del Tecnológico de Monterrey. En la primera, su participación estaba programada para el viernes 20 de abril, y dos días antes envió el aviso de cancelación; en la segunda, para el martes 24 de abril, donde también canceló de última hora, alegando conflictos en su agenda de campaña; y en el caso del Tecnológico de Monterrey, su presencia estaba prevista para el jueves 26 y declinó el lunes 23.

Tampoco aceptó participar, el miércoles 25, en el debate de candidatos al que lo invitó Carmen Aristegui, dentro del espacio de su noticiero matutino por MVS Radio. El encuentro se canceló porque la abanderada blanquiazul, Josefina Vázquez Mota, condicionó su presencia a la asistencia del candidato tricolor.

Peña Nieto no es el primer candidato a la Presidencia de la República que opta por limitar sus apariciones públicas a “foros asépticos”, en busca de minimizar sus riesgos de cometer algún error y bajo la premisa de que sin su presencia cualquier debate o evento pierde una buena parte de su atractivo y, por lo tanto, de su audiencia.

El caso más reciente y trascendente fue el de Andrés Manuel López Obrador, quien en abril del 2006, al verse arriba en las preferencias electorales, decidió no intervenir en el primer debate de candidatos presidenciales, lo cual le costó dicha ventaja, pues para fines de dicho mes las encuestas mostraban un empate técnico entre él y el entonces abanderado panista, Felipe Calderón.

El efecto se logró por la combinación de tres factores: uno, la ausencia de AMLO, que fue abiertamente destacada por los candidatos que sí decidieron asistir, al colocar un lugar que permaneció vacío a lo largo de todo el evento y fue repetidamente mostrado en la transmisión y, sobre todo, en los promocionales posteriores al mismo; dos, la decisión de los otros cuatro aspirantes de realizarlo pese a su ausencia, desafiando el riesgo de una baja audiencia; y tres, la capitalización que del mismo hizo Calderón, quien logró posicionarse claramente como el triunfador del encuentro, según reflejaron todas las encuestas independientes que se realizaron al respecto.

En esta ocasión, aunque no era un debate que se transmitiría en cadena nacional ni tenía los auspicios del IFE, la audiencia de MVS hubiese sido un buen foro para intentar repetir la experiencia del 2006, aunque ahora en detrimento del candidato tricolor; sin embargo, la negativa de la abanderada blanquiazul lo frustró. Vázquez Mota parece no darse cuenta de que hoy el segundo lugar está en disputa y que su distancia con el primero es grande; por ello no puede desperdiciar las oportunidades para tratar de reposicionarse.

Pero si la negativa de Peña Nieto al debate difícilmente tendrá un costo para él, su tardía declinación a los foros estudiantiles sí le puede pasar factura, pues (contrario a lo que sucedía tradicionalmente con los candidatos priistas) él mantiene sus niveles de preferencia electoral (40%, considerando a indecisos) entre los menores de 30 años, donde se encuentra casi la tercera parte de los votantes potenciales.

La alta preferencia electoral que mantiene en este segmento poblacional tiene tres explicaciones: una, es el candidato más joven, y también el que proyecta una imagen más juvenil; dos, las redes que su equipo de campaña construyó en varias de estas universidades privadas, por no decir todas; y tres, porque ninguno de estos jóvenes vivió, como ciudadano con pleno goce de sus derechos políticos, bajo el régimen priista, lo que significa que para ellos los únicos gobernantes del país han sido panistas.

Sin embargo, para que Peña Nieto mantenga sus altos niveles de preferencia electoral requiere no sólo que su equipo de trabajo cumpla puntualmente con las tareas trazadas, sino también que él haga presencia e interactúe con ellos. Y esta ausencia es la que puede empezar a reflejarse en las encuestas de preferencia electoral.

Aunque siempre la recomendación a los punteros es jugar un papel conservador, pues no necesitan arriesgarse, esto no significa que desperdicie las oportunidades de manifestarse ante los distintos foros de votantes potenciales. Y la altísima presencia mediática que sostendrá a lo largo de los 90 días de campaña, producto de los buenos resultados electorales obtenidos en el 2009, puede no ser suficiente para compensar su ausencia física.

Hay, por lo menos, dos ejemplos de los costos que implica el exceso de precaución: uno, la ausencia de Diego Fernández de Cevallos, en 1994, tras su exitosa participación en el único debate que se realizó en dicha elección presidencial, según él con el fin de prepararse para un segundo debate, sobre los temas económicos; y la de AMLO, en 2006, quien rechazó innumerables invitaciones a foros que él no consideraba afines, entre ellos algunos o todos aquellos que hoy desprecia Peña Nieto.

La ventaja es grande y, hasta hoy, ninguno de los otros candidatos da muestras claras de poderle disputar el triunfo, pero las omisiones también pueden convertirse en errores muy costosos. Es un hecho que para perder la delantera se requiere una combinación de aciertos de sus oponentes y errores propios.

Esto puede ser especialmente costoso si Peña Nieto, en las pocas apariciones que inevitablemente tendrá que realizar, fuera de la “burbuja aséptica” que le construyen sus colaboradores, se vuelven a manifestar sus debilidades, de las que ya dejó constancia en sus primeros eventos como virtual precandidato único.

La “burbuja aséptica” de Peña Nieto es una manifestación de los temores de sus colaboradores y una muestra de su inseguridad para manejar situaciones inesperadas; peor todavía si éstas son complejas. Y el miedo y la inseguridad no son buenos consejeros.

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