Fuentes y Echeverría, las dudas

Carlos Ramírez / Indicador Político

El problema con los intelectuales mexicanos es su tránsito de escritores polémicos a tótems clásicos, a tlatoanis del pensamiento. Pero si Carlos Fuentes fue festivo en el ensayo y la declaración política, el ajuste de cuentas debe basarse en las máximas de los pasados tormentosos: ni perdón ni olvido.

Los ajustes de cuentas de Fuentes con la historia serán dolorosos. Y la razón la dio el propio escritor: no se conformó con ser consejero del Príncipe, sino que decidió dar el salto al vacío como funcionario del Principado. En 1977 Fuentes renunció a la Embajada de México en París por la designación de Gustavo Díaz Ordaz como embajador en España, pero siempre defendió su posición política de apoyo a Luis Echeverría y su participación en el PRI en la campaña de López Portillo.

La militancia política de Fuentes fue una opción asumida, con todo y sus riesgos implícitos. Fuentes racionalizó su apoyo a Echeverría y luego se retiró de la vida política institucional en 1977 sin dar mayores explicaciones. Al final, la militancia política de Fuentes en el Principado priísta quedó marcada por las contradicciones: en 1971 firmó un desplegado contra el halconazo, pero meses después salió en defensa de Echeverría. Luego en un mismo ensayo puso a Echeverría como víctima de la derecha en el halconazo, pero dejó un párrafo en el que incriminó directamente a Echeverría al señalar las mismas manos criminales en Tlatelolco y el halconazo:
“El 10 de junio se cometió un crimen. Y si ese crimen no es castigado, será difícil, a pesar de las manifiestas intenciones de Echeverría, creer en su política de apertura democrática. El problema es espinoso porque el crimen del Jueves de Corpus es hijo del crimen de Tlatelolco; obedece a una misma política y, acaso, lo cometieron las mismas manos y lo imaginaron las mismas cabezas”.

Pero el poeta y ensayista Gabriel Zaid puso en su lugar las florituras retóricas de Fuentes para justificar a Echeverría sin perder su propio espacio progresista: “si eres amigo de Echeverría, ¿por qué no le ayudas privadamente con el mayor servicio que nadie puede hacerle: convencerlo de que la matanza de Corpus no es un pelo cualquiera en la sopa de la Apertura, sino la prueba pública de que si cree que podemos democratizarnos o si cree, como don Porfirio, que todavía no estamos preparados?”
Lo que vienen ahora son las evaluaciones históricas de Fuentes. Y no faltarán quienes señalen que uno es el escritor y otro el hombre de acción política. Sin embargo, se tienen datos suficientes para ubicar la obra literaria de Fuentes en el contexto de sus definiciones simultáneamente políticas y de poder:
--En los años de sus definiciones de hombre de izquierda dentro de la Revolución Mexicana (1956-1968), Fuentes publicó La región más transparente como una obra crítica del México que traicionó a la Revolución, Las buenas conciencias para desembarazarse de su conservadurismo, La muerte de Artemio Cruz como la nostalgia del México cardenista y la crítica a los hombres que desertaron de la Revolución y Cambio de piel como retrato (auto)crítico de la burguesía posrevolucionaria y hedonista.

--En los años de su abandono de la revolución cubana y de su militancia priísta dentro del poder (1969-1978), del 68 de Echeverría a la embajada en Francia, publicó Terra Nostra como evasión lingüística y La cabeza de la hidra como una novela mediocre sobre los hombres nacionalistas del echeverriato que defendieron el petróleo.

--En los años de su alejamiento priísta (1980-2000), circuló Una familia lejana como su mejor novela y Cristóbal nonato como una advertencia adelantada del arribo del panismo poder al poder presidencial, esta última publicada en 1987 cuando el neoliberalismo estaba instalado en Los Pinos.

--Y en la alternancia (2000-2006), Fuentes publicó su novela de la nostalgia priísta: La silla del Águila, una alegoría de recordatorio de Adolfo Ruiz Cortines como hilo conductor y tipología del buen político priísta.

Las novelas de Fuentes después de 1987, a excepción de La silla del Águila, se extraviaron en la ausencia de un contexto político personal y fueron tan sólo ejercicios narrativos forzados, sin fuerza dramática y sin la pasión de las ganas de escribir; como que a Fuentes se le terminó el país.

Ahora viene para Fuentes lo más difícil que enfrentan los escritores famosos ya en ausencia: el examen del tiempo. Y se verá si los lectores quieren a un escritor o a una estatua.

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