José Carreño Figueras
¿Qué tiene España que no tenga Canadá?
Es una buena pregunta pero válida, al menos luego de que la Canciller Patricia Espinoza rechazó públicamente el miércoles, en Madrid, la posibilidad de que México imponga el principio de reciprocidad con España, que demanda una “carta de invitación” a los turistas mexicanos que viajan a ese país y rechaza a quienes lleguen sin ella.
Y está bien. Los españoles tienen todo el derecho de imponer las condiciones que consideren necesarias para aceptar visitantes. México también, por supuesto.
Pero también Canadá tiene ese derecho, y cuando lo ejerció, hace un par de años y decidió imponer visas a los visitantes mexicanos, hubo desgarramiento de vestiduras, cenizas en el aire, expresiones de doncella ofendida y al final, una represalia: la imposición de visa a funcionarios del gobierno, no a los visitantes normales -después de todo, alrededor de un millón de canadienses viaja anualmente a México-.
Los turistas españoles a México son alrededor de 300 mil, así que ahí hay una leve diferencia.
Pero claro, también es cierto que las inversiones españolas en México llegaron el año pasado a unos 25 mil millones de dólares, mientras que las canadienses -al menos las directas, no las que hayan llegado a través de empresas estadounidenses- se quedaron en alrededor de 6,500 millones de dólares.
Así que en cierta forma hay un balance, aunque bien puede señalarse que las filiales mexicanas de las empresas de esos dos países tienen una muy buena situación y ganancias mas que saludables en México, mas tal vez que en sus países de origen y quizás con menos obligaciones.
Las diferencias pues no son tantas. Y a menos que hubiera un arreglo, como se ha insinuado, tendría sentido imponer condiciones a viajeros procedentes de España tal como se hizo con determinados visitantes procedentes de Canadá. Esto es, a los funcionarios. Por lo menos se aprovecharía de precedentes, especialmente ahora que en España se alienta a los jóvenes sin trabajo a emigrar en busca de lo que ahí se les niega por ahora.
Pero la Secretaría de Relaciones Exteriores considera que en el caso de España, no debe haber reciprocidad. ¿Porqué? Quien sabe, solo queda especular.
La razón, quizás, esté en que estamos a finales de gobierno y algunos elementos pudieran pensar justamente que Madrid o Barcelona son mejores destinos que Ottawa o Toronto, y por tanto no hay necesidad de echar a perder su potencial bienvenida.
De otra forma la distinción resulta incomprensible, aunque ciertamente una teoría puede ser que el Primer Ministro Stephen Harper sea mas irritante que el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, aunque los dos comparten una serie de características ideológicas.
Y claro, siempre queda el que los españoles son prácticamente “de casa”, Aunque podría haber algo también de que “son europeos”, una definición que en México equivale a casi un título de nobleza.
O que los canadienses sean menos dados a considerarse heridos en su autoestima y sean por tanto menos escandalosos que los españoles…
¿Qué tiene España que no tenga Canadá?
Es una buena pregunta pero válida, al menos luego de que la Canciller Patricia Espinoza rechazó públicamente el miércoles, en Madrid, la posibilidad de que México imponga el principio de reciprocidad con España, que demanda una “carta de invitación” a los turistas mexicanos que viajan a ese país y rechaza a quienes lleguen sin ella.
Y está bien. Los españoles tienen todo el derecho de imponer las condiciones que consideren necesarias para aceptar visitantes. México también, por supuesto.
Pero también Canadá tiene ese derecho, y cuando lo ejerció, hace un par de años y decidió imponer visas a los visitantes mexicanos, hubo desgarramiento de vestiduras, cenizas en el aire, expresiones de doncella ofendida y al final, una represalia: la imposición de visa a funcionarios del gobierno, no a los visitantes normales -después de todo, alrededor de un millón de canadienses viaja anualmente a México-.
Los turistas españoles a México son alrededor de 300 mil, así que ahí hay una leve diferencia.
Pero claro, también es cierto que las inversiones españolas en México llegaron el año pasado a unos 25 mil millones de dólares, mientras que las canadienses -al menos las directas, no las que hayan llegado a través de empresas estadounidenses- se quedaron en alrededor de 6,500 millones de dólares.
Así que en cierta forma hay un balance, aunque bien puede señalarse que las filiales mexicanas de las empresas de esos dos países tienen una muy buena situación y ganancias mas que saludables en México, mas tal vez que en sus países de origen y quizás con menos obligaciones.
Las diferencias pues no son tantas. Y a menos que hubiera un arreglo, como se ha insinuado, tendría sentido imponer condiciones a viajeros procedentes de España tal como se hizo con determinados visitantes procedentes de Canadá. Esto es, a los funcionarios. Por lo menos se aprovecharía de precedentes, especialmente ahora que en España se alienta a los jóvenes sin trabajo a emigrar en busca de lo que ahí se les niega por ahora.
Pero la Secretaría de Relaciones Exteriores considera que en el caso de España, no debe haber reciprocidad. ¿Porqué? Quien sabe, solo queda especular.
La razón, quizás, esté en que estamos a finales de gobierno y algunos elementos pudieran pensar justamente que Madrid o Barcelona son mejores destinos que Ottawa o Toronto, y por tanto no hay necesidad de echar a perder su potencial bienvenida.
De otra forma la distinción resulta incomprensible, aunque ciertamente una teoría puede ser que el Primer Ministro Stephen Harper sea mas irritante que el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, aunque los dos comparten una serie de características ideológicas.
Y claro, siempre queda el que los españoles son prácticamente “de casa”, Aunque podría haber algo también de que “son europeos”, una definición que en México equivale a casi un título de nobleza.
O que los canadienses sean menos dados a considerarse heridos en su autoestima y sean por tanto menos escandalosos que los españoles…
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