El problema republicano para Estados Unidos

José Carreño Figueras

En Estados Unidos hay alarma por la posibilidad de un congreso sin centro, “muerto” a base de extremos partidarios y muy especialmente desde una derecha que según sus críticos es mas leal a su partido que a su país.

La preocupación por la suerte del “centro”, sean republicanos moderados o demócratas centristas, es justificable: ese grupo informal es -o era- lo que permitía la comunicación entre bloques ideológicamente opuestos y a final de cuentas los compromisos que permiten la gobernabilidad estadounidense.

El problema actual es que de unos años a la fecha, y especialmente en los últimos cuatro o cinco, los republicanos se han convertido en un partido ajeno, enemigo incluso, a la idea de compromiso. Y si bien eso pudiera sonar bien para un purista ideológico de cualquier tipo, el hecho es que a la hora de gobernar implica la posibilidad de inmovilidad, de buscar compromisos que permitan el apoyo de otros grupos, incluso ideológicamente opuestos.

En términos prácticos, se reflejan en la imposibilidad para cualesquiera de los dos partidos de obtener las mayorías necesarias para hacer las reformas que busquen o que sean necesarias y eso, en un sistema que como el estadounidense es de contrapesos, acción y reacción, favor por favor, es políticamente suicida. Peor aún, propicia formas de expresión política que como el “macartismo” se creían superadas.

Hoy por hoy, afirman dos distinguidos académicos con base en Washington, Thomas Mann, de la centrista Institución Brookings, y Norman Ornstein, del American Enterprise Institute (mas cercano al conservadurismo que al centro), “el compromiso se ha ido por la ventana… en los primeros dos años del gobierno de (Barack) Obama, casi toda otra iniciativa presidencial fue recibida con una oposición republicana vehemente, rencorosa y unánime en la Cámara de Representantes y el Senado”.

El resultado posterior ha sido una inmovilidad casi absoluta del gobierno estadounidense, y según Mann y Ornstein, llevado a un partido republicano con miras tan estrechas y tan ideologizado que es intolerante y cada vez mas una especie de culto apocalíptico, con posturas tan conservadoras como no se habían visto en mas de un siglo.

De hecho, esa rigidez ideológica se refleja en el renacimiento -con venganza- de ideas como los derechos de los estados por encima de la Federación -idea similar a los que tenía la “Confederación” que luchó contra la abolición de la esclavitud como una indebida imposición federal en los derechos de los estados.

Esa postura se retroalimenta de los “partidos del té”, creados como reacción a problemas económicos que según la mitología cultivada por la derecha republicana fueron resultado de los errores del gobierno federal en Washington: y tienen razón, aunque una inmensa mayoría de esos problemas se originaron en decisiones apoyadas por los republicanos y las limitaciones que reglas aprobadas por los propios republicanos impusieron a mecanismos de supervisión y vigilancia.

La situación no solo es visible en el Congreso, especialmente en la Cámara de Representantes (diputados), sino también en la Suprema Corte de Justicia, donde juristas de opinión conservadora seleccionados por los presidentes Ronald Reagan, George H.W. Bush y George W. Bush, son la mayoría y definen posiciones judiciales que con frecuencia tienen impacto o de hecho anulan las leyes del país.

Mas allá de ideologías, y aunque los republicanos se han convertido en practicantes tan eficientes de la disciplina de partido que harían palidecer de envidia a los “comisarios políticos”, la responsabilidad del problema no es exclusivamente republicana aunque los demócratas son por definición -o falta de ella- una coalición mas amplia y por necesidad, mas que por gusto, mucho mas ideológicamente diversa.

Pero los republicanos son ahora los practicantes mas eficientes de esa política de “tierra calcinada”, lo que se reflejará sin duda en las próximas elecciones generales de noviembre y en la capacidad de su casi seguro candidato presidencial, Mitt Romney, para negociar con los grupos que necesita para ganar la Casa Blanca.

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