Samuel García
Las primeras marejadas provenientes de los temblores europeos tocaron ayer las costas de nuestro país. El peso mexicano fue el primer frente de la economía que resintió el remezón con fuerte olor helénico, obligando al Banco de México a apuntalar la moneda con una dosis de dólares que sacó del cajón de las reservas internacionales.
Hasta el mediodía de ayer el banco central había lanzado 258 millones de dólares al mercado para contener a unos nerviosos inversionistas que con su exigencia por billetes verdes ya habían provocado una depreciación del peso de 2.32% frente al dólar estadounidense, elevando el precio del dólar hasta 14.03 pesos.
La moderada reacción por parte del banco central que encabeza Agustín Carstens, un viejo lobo de mar en crisis de esta naturaleza, no parece sobre dimensionada si se toma en cuenta que el 7 de febrero pasado el peso cotizaba a 12.64 por cada dólar entrañando una depreciación de 11% de la moneda en los últimos 3 meses y medio. Una reacción para enviar señales a los inversionistas de que el banco central estará dispuesto a frenar la especulación cambiaria a partir de la frontera de 14 pesos por dólar utilizando parte de los más de 153 mil millones de dólares acumulados en reservas.
Pero más importante aún es que la Junta de Gobierno del banco central y los altos funcionarios de Hacienda que integran la Comisión de Cambios, saben bien que la depreciación de ayer fue tan solo el primer aviso que viene desde el epicentro en Atenas con fuertes réplicas en Madrid, Roma, París y Frankfurt. Ayer todas las bolsas europeas y los bonos españoles e italianos cayeron al unísono.
Y es que el terremoto financiero griego no es una mera especulación. El país está fiscalmente quebrado y la decisión que deberán tomar sus ciudadanos en las elecciones del próximo 17 de junio será elegir entre un gobierno afín a la Unión Europea con la aplicación de nuevas y mayores medidas de austeridad durante la próxima década; o decidir por el partido que se opone a estas políticas lo que implicaría la salida de la zona euro, el abandono de la moneda común europea y de las ayudas prometidas, la quiebra del sistema bancario y una espiral de devaluación-inflación-depresión por un buen tiempo. Como se ve, la elección griega es entre una ‘depresión controlada’ o una ‘depresión furibunda’.
El problema para México con Grecia estriba en que la economía helénica es parte de la zona euro. De otro modo nuestra conexión se remitiría más al ámbito cultural que al comercial, pero no es así.
Los maltrechos bancos europeos se verán afectados porque tienen deuda bancaria y soberana griega en su poder, agravando los ya onerosos costos financieros y fiscales para aquellas economías que preocupan a los inversionistas como España, Italia, Portugal, entre otras. No hay que olvidar que en el mediano y largo plazos no hay crecimiento económico estable sin un financiamiento a un precio razonable de la deuda pública. Y eso en México lo sabemos bien.
No hay duda. Mayores problemas económicos en España o Italia provocarían, ya no marejadas, sino verdaderos tsunamis cambiarios en todo el mundo emergente porque las inversiones que se han alojado allí buscarían refugios temporales en el dólar y en los activos ligados a la moneda estadounidense.
Así, monedas como el peso podrían depreciarse aún más y el banco central lo sabe y ha enviado un primer aviso al respecto.
Las primeras marejadas provenientes de los temblores europeos tocaron ayer las costas de nuestro país. El peso mexicano fue el primer frente de la economía que resintió el remezón con fuerte olor helénico, obligando al Banco de México a apuntalar la moneda con una dosis de dólares que sacó del cajón de las reservas internacionales.
Hasta el mediodía de ayer el banco central había lanzado 258 millones de dólares al mercado para contener a unos nerviosos inversionistas que con su exigencia por billetes verdes ya habían provocado una depreciación del peso de 2.32% frente al dólar estadounidense, elevando el precio del dólar hasta 14.03 pesos.
La moderada reacción por parte del banco central que encabeza Agustín Carstens, un viejo lobo de mar en crisis de esta naturaleza, no parece sobre dimensionada si se toma en cuenta que el 7 de febrero pasado el peso cotizaba a 12.64 por cada dólar entrañando una depreciación de 11% de la moneda en los últimos 3 meses y medio. Una reacción para enviar señales a los inversionistas de que el banco central estará dispuesto a frenar la especulación cambiaria a partir de la frontera de 14 pesos por dólar utilizando parte de los más de 153 mil millones de dólares acumulados en reservas.
Pero más importante aún es que la Junta de Gobierno del banco central y los altos funcionarios de Hacienda que integran la Comisión de Cambios, saben bien que la depreciación de ayer fue tan solo el primer aviso que viene desde el epicentro en Atenas con fuertes réplicas en Madrid, Roma, París y Frankfurt. Ayer todas las bolsas europeas y los bonos españoles e italianos cayeron al unísono.
Y es que el terremoto financiero griego no es una mera especulación. El país está fiscalmente quebrado y la decisión que deberán tomar sus ciudadanos en las elecciones del próximo 17 de junio será elegir entre un gobierno afín a la Unión Europea con la aplicación de nuevas y mayores medidas de austeridad durante la próxima década; o decidir por el partido que se opone a estas políticas lo que implicaría la salida de la zona euro, el abandono de la moneda común europea y de las ayudas prometidas, la quiebra del sistema bancario y una espiral de devaluación-inflación-depresión por un buen tiempo. Como se ve, la elección griega es entre una ‘depresión controlada’ o una ‘depresión furibunda’.
El problema para México con Grecia estriba en que la economía helénica es parte de la zona euro. De otro modo nuestra conexión se remitiría más al ámbito cultural que al comercial, pero no es así.
Los maltrechos bancos europeos se verán afectados porque tienen deuda bancaria y soberana griega en su poder, agravando los ya onerosos costos financieros y fiscales para aquellas economías que preocupan a los inversionistas como España, Italia, Portugal, entre otras. No hay que olvidar que en el mediano y largo plazos no hay crecimiento económico estable sin un financiamiento a un precio razonable de la deuda pública. Y eso en México lo sabemos bien.
No hay duda. Mayores problemas económicos en España o Italia provocarían, ya no marejadas, sino verdaderos tsunamis cambiarios en todo el mundo emergente porque las inversiones que se han alojado allí buscarían refugios temporales en el dólar y en los activos ligados a la moneda estadounidense.
Así, monedas como el peso podrían depreciarse aún más y el banco central lo sabe y ha enviado un primer aviso al respecto.
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