Raymundo Riva Palacio
El general Tomás Ángeles fue un militar que en los 80, como agregado en la Embajada de México en Washington, encabezó la defensa latinoamericana a los designios del Pentágono que querían –con el respaldo del presidente Carlos Menem en Argentina-, crear una fuerza panamericana que respondiera a los intereses estratégicos de Estados Unidos en el mundo. Con ese palmarés regresó a México y en 2002, al ser ascendido a general de división, se colocó en la fila de posibles sucesores al cargo de secretario de la Defensa. El presidente Felipe Calderón, sin embargo, optó por el general Guillermo Galván.
No obstante, dada su cercanía con el hombre fuerte de Calderón en aquellos años, Juan Camilo Mouriño, fue nombrado subsecretario de Defensa. ¿Qué pasó después con él, cuya estirpe militar viene en línea directa del general de la Revolución Felipe Ángeles, el brazo derecho de Francisco Villa? El general Ángeles, que no supo procesar que fuera pasado de largo para el cargo que aspiraba, comenzó a actuar en forma autónoma y a cometer errores que terminaron costándole el cargo y arrinconándolo en el ostracismo. Al mismo tiempo se aisló de sus viejos amigos y comenzó a filtrar información tergiversada y a veces falsa a una reportera en contra del secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna, cuyo puesto ambicionaba.
El general Galván lo mandó a retiro al llegar a la edad reglamentaria de 65 años –que es una medida discrecional- en 2008 en una forma tan abrupta como hermética. No fue un ajuste de cuentas interno en las Fuerzas Armadas, sino resultado directo de situaciones que él mismo creó e inventó para comenzar a operar fuera de los márgenes de la institucionalidad. El punto de quiebre fue en 2007, cuando después de los bombazos del EPR en instalaciones de Pemex –respuesta directa por la desaparición de dos de sus dirigentes en mayo de ese año-, ofreció al entonces director del Cisen, Guillermo Valdés, sentarlo a negociar con el EPR.
Por la calidad de los intermediarios, Valdés lo consultó en Los Pinos y aprobaron el acercamiento. El propio secretario Galván ofreció todo el apoyo al general Ángeles para servir de puente con la guerrilla y tener un canal de comunicación alterno para resolver el problema de los desaparecidos y evitar futuras acciones militares. La primera reunión fue un fracaso, pues de entrada, a quien Ángeles llevó como jefes del EPR dijeron que ellos no pertenecían al EPR sino a otro movimiento no clandestino. Desconcertados sus interlocutores, Ángeles se defendió y explicó que no les habían tenido confianza, por lo que se arregló otro encuentro. Fue lo mismo. Entendieron que el aún subsecretario de Defensa, los había timado.
No duró mucho más el general Ángeles en el cargo pues fue destituido y congelado. Al mismo tiempo, al no asumir el costo de su error y estimular rumores en la prensa, en la Secretaría de la Defensa Nacional comenzaron a recuperar viejas líneas de investigación sobre datos de inteligencia que lo vinculaban presuntamente a la delincuencia organizada, y le empezaron a armar un expediente. El general Ángeles no se inmutó. Usó a la reportera y a un funcionario federal para enviarle el mensaje a García Luna que si lo deseaba, él podía sentarlo a negociar con Los Zetas. La respuesta de García Luna fue muy clara: con los Zetas, sólo para detenerlos. El general ya venía en picada.
En el momento en que ofrecía ser intermediario con Los Zetas, ya se había establecido una alianza táctica de estos con el cártel de los Beltrán Leyva, y parte de la información que difundió la reportera que tutelaba, procedía de personas que habían trabajado para Alfredo Beltrán Leyva, “El Mochomo”. Esa red de vínculos lo persiguió y no se inmutó. La semana pasada participó en un foro sobre seguridad organizado por la Fundación Colosio del PRI como “experto”. Hoy está arraigado en la SIEDO por presuntos vínculos con los Beltrán Leyva, y pagando los costos de cinco años de pasarse de listo. Locuaz en todo este tiempo, falta por ver si fue muy hablador o, realmente, trabajó para el narcotráfico.
El general Tomás Ángeles fue un militar que en los 80, como agregado en la Embajada de México en Washington, encabezó la defensa latinoamericana a los designios del Pentágono que querían –con el respaldo del presidente Carlos Menem en Argentina-, crear una fuerza panamericana que respondiera a los intereses estratégicos de Estados Unidos en el mundo. Con ese palmarés regresó a México y en 2002, al ser ascendido a general de división, se colocó en la fila de posibles sucesores al cargo de secretario de la Defensa. El presidente Felipe Calderón, sin embargo, optó por el general Guillermo Galván.
No obstante, dada su cercanía con el hombre fuerte de Calderón en aquellos años, Juan Camilo Mouriño, fue nombrado subsecretario de Defensa. ¿Qué pasó después con él, cuya estirpe militar viene en línea directa del general de la Revolución Felipe Ángeles, el brazo derecho de Francisco Villa? El general Ángeles, que no supo procesar que fuera pasado de largo para el cargo que aspiraba, comenzó a actuar en forma autónoma y a cometer errores que terminaron costándole el cargo y arrinconándolo en el ostracismo. Al mismo tiempo se aisló de sus viejos amigos y comenzó a filtrar información tergiversada y a veces falsa a una reportera en contra del secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna, cuyo puesto ambicionaba.
El general Galván lo mandó a retiro al llegar a la edad reglamentaria de 65 años –que es una medida discrecional- en 2008 en una forma tan abrupta como hermética. No fue un ajuste de cuentas interno en las Fuerzas Armadas, sino resultado directo de situaciones que él mismo creó e inventó para comenzar a operar fuera de los márgenes de la institucionalidad. El punto de quiebre fue en 2007, cuando después de los bombazos del EPR en instalaciones de Pemex –respuesta directa por la desaparición de dos de sus dirigentes en mayo de ese año-, ofreció al entonces director del Cisen, Guillermo Valdés, sentarlo a negociar con el EPR.
Por la calidad de los intermediarios, Valdés lo consultó en Los Pinos y aprobaron el acercamiento. El propio secretario Galván ofreció todo el apoyo al general Ángeles para servir de puente con la guerrilla y tener un canal de comunicación alterno para resolver el problema de los desaparecidos y evitar futuras acciones militares. La primera reunión fue un fracaso, pues de entrada, a quien Ángeles llevó como jefes del EPR dijeron que ellos no pertenecían al EPR sino a otro movimiento no clandestino. Desconcertados sus interlocutores, Ángeles se defendió y explicó que no les habían tenido confianza, por lo que se arregló otro encuentro. Fue lo mismo. Entendieron que el aún subsecretario de Defensa, los había timado.
No duró mucho más el general Ángeles en el cargo pues fue destituido y congelado. Al mismo tiempo, al no asumir el costo de su error y estimular rumores en la prensa, en la Secretaría de la Defensa Nacional comenzaron a recuperar viejas líneas de investigación sobre datos de inteligencia que lo vinculaban presuntamente a la delincuencia organizada, y le empezaron a armar un expediente. El general Ángeles no se inmutó. Usó a la reportera y a un funcionario federal para enviarle el mensaje a García Luna que si lo deseaba, él podía sentarlo a negociar con Los Zetas. La respuesta de García Luna fue muy clara: con los Zetas, sólo para detenerlos. El general ya venía en picada.
En el momento en que ofrecía ser intermediario con Los Zetas, ya se había establecido una alianza táctica de estos con el cártel de los Beltrán Leyva, y parte de la información que difundió la reportera que tutelaba, procedía de personas que habían trabajado para Alfredo Beltrán Leyva, “El Mochomo”. Esa red de vínculos lo persiguió y no se inmutó. La semana pasada participó en un foro sobre seguridad organizado por la Fundación Colosio del PRI como “experto”. Hoy está arraigado en la SIEDO por presuntos vínculos con los Beltrán Leyva, y pagando los costos de cinco años de pasarse de listo. Locuaz en todo este tiempo, falta por ver si fue muy hablador o, realmente, trabajó para el narcotráfico.
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