El declive de una estrella

Raymundo Riva Palacio

Pedro Joaquín Coldwell siempre tiene la sonrisa en la boca. Es amable, con manos de terciopelo, reconocido por su carácter conciliador, como dicen unos, o medroso, como critican otros. Pero no es un loco ni temerario, coinciden todos, ni un político con ambiciones fuera de la realidad. Esas características, en momentos de encono en el PRI por la secuela de la nominación presidencial, fue lo que llevó al candidato Enrique Peña Nieto y a su entorno más cercano, en imaginarlo al frente del PRI.

El partido estaba en turbulencia. El senador Manlio Fabio Beltrones le había declarado la guerra al líder Humberto Moreira, por no haber cuidado los equilibrios en el proceso de la nominación y por violar las reglas para la selección de candidato. El gobierno federal le había declarado la guerra a Moreira por haber falsificado documentos oficiales para sobre endeudar a Coahuila cuando era gobernador. Moreira ya no era más un activo, sino un lastre.

Los nombres de sustitutos se colocaron sobre la mesa. Beltrones tiró el de Emilio Gamboa, dirigente del Sector Popular, pero Peña Nieto lo rechazó. Es su amigo pero, como le sucede a muchos con Gamboa, no lo ven confiable. En el equipo del candidato surgió el nombre del senador Jesús Murillo Karam, pero ellos mismos lo descartaron. “Iba a querer ser presidente del PRI, y nos iba a causar problemas”, confió cándidamente uno de los cercanos del candidato.

Necesitaba un presidente que no quisiera ser presidente, y que acatara las instrucciones de Luis Videgaray, coordinador de la campaña presidencial, y de quien en ese momento era el número tres del partido –hoy el dos-, Miguel Ángel Osorio Chong. Ellos eran los responsables de aprobar las candidaturas a puestos de elección popular, que será el músculo del partido en los años por venir. Ellos iban a alinear el partido al candidato, y no al revés. No necesitaban un líder fuerte o con fuerza dentro del PRI, sino alguien moldeable.

Se tomó la decisión y Beltrones, el más agraviado, fue notificado de quién conduciría al partido. El propio Joaquín Coldwell se lo dijo. Beltrones se sorprendió, pero no se molestó. En el Senado había trabajado cerca de él, por lo que públicamente se vio la designación como un guiño hacia el aspirante derrotado. Lo que nadie esperaba es que resultara un líder nacional que contradijo el diagnóstico .

Formado en la burocracia del partido –desde 1980 ha tenido 18 cargos en el PRI-, experto legislador –la primera vez que fue diputado tenía 24 años- y con amplias funciones camerales –actualmente preside simultáneamente siete en el Senado-, Joaquín Coldwell también tuvo cargos en el Ejecutivo, gobernador de Quintana Roo –a los 41 años-, secretario de Turismo en el gobierno de Carlos Salinas, y jefe de la delegación del gobierno en las negociaciones con el EZLN y embajador en Cuba durante el gobierno de Ernesto Zedillo. En el PRI, sacó la experiencia del equipaje.

Visto hacia abajo en un principio, se ganó pronto el respeto de Videgaray y el resto del equipo. Peña Nieto, que no lo conocía bien, le agarró estimación por no ser el florero en el PRI que muchos creían, sino asumir un papel autónomo, pero sin chocar. “Pedro Joaquín ha sido capaz de manifestar sus diferencias, dar sus opiniones y hacer críticas, de manera firme pero respetuosa”, dijo uno de los miembros del cuarto de guerra de Peña Nieto, sorprendido por su comportamiento.

Joaquín Coldwell se volvió una pieza importante en la campaña, que lejos de ser marginado o ignorado, pasó a ser uno de los políticos siempre al lado de Peña Nieto y Videgaray. Con Osorio Chong, que pudo haber sido su cuña en el PRI, tampoco tuvo problemas. La forma en que concilió diferencias y apagó fuegos, lo llevó a ser considerado dentro del equipo de Peña Nieto como una posibilidad para la Secretaría de Gobernación, lo que hoy eso ya no es tema de conversación. En los últimos días, Joaquín Coldwell se desbarrancó al enfrentar fenómenos que desconocía y que no entendió: las protestas juveniles.

El líder del PRI, con obsoletas categorías de análisis, no entendió las protestas en la Universidad Iberoamericana y la beligerancia contra el candidato. El veterano cuadro de la nomenklatura priista con cara de niño, demostró que está viejo. En sus primeras declaraciones prendió fuego al pasto seco al desconocer el fenómeno –para él fueron “un puñado de jóvenes”-, y el ejercicio de libertad de pensamiento –afirmó que propiciaron “un ambiente de envenenamiento”-. Graduado con honores de Derecho en la misma universidad hace 31 años, no entendió lo que pasaba y los llamó “intolerantes”.

Sus declaraciones inyectaron combustible al incipiente movimiento universitario que es abiertamente opositor de Peña Nieto. Lo que hicieron el candidato y los priistas en la Iberoamericana, convirtieron lo que hubiera sido una anécdota de vida y pie de página en la campaña, en un detonante contra la pasividad juvenil, que obligó a desviar la estrategia y el discurso largamente diseñado del candidato. Joaquín Coldwell le dio herramientas a quienes piensan que votar por el PRI es regresar al pasado. Este es un pensamiento lineal, que también se aplica al líder del PRI que en las dos últimas semanas llegó a un punto de inflexión y, quizás, al declive de su estrella. El que haya sido silenciado, no sugiere otra cosa.

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