Jorge Fernández Menéndez
Thomas Gisby, el canadiense asesinado el viernes pasado en la noche en Nuevo Vallarta, no era un simple turista. En realidad, como publicó Excélsior ayer, se trataba del jefe de una de las dos grandes bandas (cárteles les llamaríamos aquí) que controlan el tráfico de drogas en Canadá, la de los Dhak, enfrentados con los Hells Angels, que encabeza David McDonald. La noticia es importante no sólo por el hecho en sí, sino porque sirve, una vez más, para mostrar cómo el gran negocio de la droga trasciende fronteras, pero también porque permite localizar dos formas de violencia que responden a dos fenómenos diferenciados: por una parte, la lucha y los enfrentamientos entre los grandes cárteles y, por la otra, la de las pandillas locales que no pelean un tramo de la frontera ni un territorio, sino una esquina, una calle, una colonia o una escuela, las que no se dedican al gran tráfico de drogas sino al narcomenudeo, el secuestro, la extorsión, el robo.
Gisby fue asesinado porque era socio de uno de los grandes cárteles de la droga en México. La suya fue una muerte dirigida, con un objetivo claro. Se dio, además, en otro contexto interesante: los enfrentamientos en Choix, en el norte de Sinaloa, y la fiesta en Monclova, Coahuila, en la que se detuvo a la agrupación musical Banda Jerez, y fiesta de la que supuestamente se escapó Heriberto Lazcano, El Lazca, jefe de Los Zetas.
Se ha dicho, sin que se pudiera confirmar la información, que en Choix se intentaba detener a Joaquín El Chapo Guzmán, otros dicen que se trataba de un enfrentamiento entre gente del Chapo y de los Beltrán Leyva y que, al intervenir el Ejército, se generalizaron los combates. Lo cierto es que todo indica que, por el despliegue de fuerza y violencia, si no se trataba de El Chapo, se tuvo que tratar de alguno de los grandes jefes de esa organización, tanto por el lugar donde se produjeron los hechos, en pleno triángulo dorado, la tierra que controla Guzmán Loera, como por la magnitud de los combates. El hecho es que hasta ayer y luego de casi cuatro días de enfrentamientos, los muertos suman ya por lo menos 27 personas.
En el caso de Heriberto Lazcano, el jefe de Los Zetas, estuvo a punto de ser detenido en una forma que recuerda mucho a lo ocurrido con su aliado, Arturo Beltrán Leyva, que en diciembre de 2010 se escapó de una posada que le estaba organizando La Barbie, Édgar Valdez Villarreal, en Cuernavaca, donde incluso fue detenido el músico Ramón Ayala, pero siguiendo la pista que dejó entonces, permitió que las fuerzas de seguridad lo abatieran unos días después en la misma ciudad, en un edificio de departamentos.
Asesinatos como el de Gisby, golpes como el dado en Choix o en Monclova, lo que están confirmando es algo que reconoce el gobierno estadunidense: los grandes cárteles han sufrido muy duros golpes en los últimos meses y el trabajo de inteligencia, en el que participan también otros países, está cercando a sus líderes que han tenido que ir reemplazando a sus principales operadores, por gente de niveles más bajos, ante la presión y el desmantelamiento de sus redes.
Se preguntará entonces por qué eso no ha incidido en la reducción de la violencia en ciertas regiones del país. Y la respuesta es que no ha ocurrido así porque, por una parte, esos grupos criminales han activado, han aprovisionado con droga para el narcomenudeo y con armas de alto poder, a las pandillas que viven y operan en muchas ciudades del país, y que son las que no han podido ser controladas por las policías locales. Segundo, porque ante las dificultades de operación, se han volcado, además, a otros negocios, retroalimentándose con las propias pandillas, como el robo de oro y plata que también ayer reportó Excélsior.
Los índices de reducción de la violencia y la inseguridad quizá no tienen reducciones muy significativas, pero el cerco contra los principales capos que continúan en libertad, como hemos dicho muchas veces en este espacio, se está cerrando.
De refinerías y negocios
Cuando López Obrador o algunos de sus seguidores hablan de construir nuevas refinerías e invertir miles de millones en ellas, se les tendría que recordar lo que acaba de hacer la aerolínea Delta en Estados Unidos: Delta compró una refinería a la empresa Conoco para producir todo el combustóleo que necesitan sus aviones y comercializar el sobrante. La refinería les costó, apenas, cien millones de dólares, que es lo que están valiendo las refinerías, muchas de ellas no utilizadas, en Estados Unidos. El negocio del petróleo no está en la refinación sino en la extracción y la comercialización de crudo. Ofertas de refinerías hay en todo el mundo: lo que hizo Delta lo podría hacer Pemex, pagando una cantidad infinitamente más pequeña de la que le que costaría diseñar y construir nuevas refinerías, con beneficios muy altos para la empresa y para el país. Pero aquí somos políticamente correctos y esa opción, que han presentado ya varios empresarios muy importantes, siempre es desechada.
Thomas Gisby, el canadiense asesinado el viernes pasado en la noche en Nuevo Vallarta, no era un simple turista. En realidad, como publicó Excélsior ayer, se trataba del jefe de una de las dos grandes bandas (cárteles les llamaríamos aquí) que controlan el tráfico de drogas en Canadá, la de los Dhak, enfrentados con los Hells Angels, que encabeza David McDonald. La noticia es importante no sólo por el hecho en sí, sino porque sirve, una vez más, para mostrar cómo el gran negocio de la droga trasciende fronteras, pero también porque permite localizar dos formas de violencia que responden a dos fenómenos diferenciados: por una parte, la lucha y los enfrentamientos entre los grandes cárteles y, por la otra, la de las pandillas locales que no pelean un tramo de la frontera ni un territorio, sino una esquina, una calle, una colonia o una escuela, las que no se dedican al gran tráfico de drogas sino al narcomenudeo, el secuestro, la extorsión, el robo.
Gisby fue asesinado porque era socio de uno de los grandes cárteles de la droga en México. La suya fue una muerte dirigida, con un objetivo claro. Se dio, además, en otro contexto interesante: los enfrentamientos en Choix, en el norte de Sinaloa, y la fiesta en Monclova, Coahuila, en la que se detuvo a la agrupación musical Banda Jerez, y fiesta de la que supuestamente se escapó Heriberto Lazcano, El Lazca, jefe de Los Zetas.
Se ha dicho, sin que se pudiera confirmar la información, que en Choix se intentaba detener a Joaquín El Chapo Guzmán, otros dicen que se trataba de un enfrentamiento entre gente del Chapo y de los Beltrán Leyva y que, al intervenir el Ejército, se generalizaron los combates. Lo cierto es que todo indica que, por el despliegue de fuerza y violencia, si no se trataba de El Chapo, se tuvo que tratar de alguno de los grandes jefes de esa organización, tanto por el lugar donde se produjeron los hechos, en pleno triángulo dorado, la tierra que controla Guzmán Loera, como por la magnitud de los combates. El hecho es que hasta ayer y luego de casi cuatro días de enfrentamientos, los muertos suman ya por lo menos 27 personas.
En el caso de Heriberto Lazcano, el jefe de Los Zetas, estuvo a punto de ser detenido en una forma que recuerda mucho a lo ocurrido con su aliado, Arturo Beltrán Leyva, que en diciembre de 2010 se escapó de una posada que le estaba organizando La Barbie, Édgar Valdez Villarreal, en Cuernavaca, donde incluso fue detenido el músico Ramón Ayala, pero siguiendo la pista que dejó entonces, permitió que las fuerzas de seguridad lo abatieran unos días después en la misma ciudad, en un edificio de departamentos.
Asesinatos como el de Gisby, golpes como el dado en Choix o en Monclova, lo que están confirmando es algo que reconoce el gobierno estadunidense: los grandes cárteles han sufrido muy duros golpes en los últimos meses y el trabajo de inteligencia, en el que participan también otros países, está cercando a sus líderes que han tenido que ir reemplazando a sus principales operadores, por gente de niveles más bajos, ante la presión y el desmantelamiento de sus redes.
Se preguntará entonces por qué eso no ha incidido en la reducción de la violencia en ciertas regiones del país. Y la respuesta es que no ha ocurrido así porque, por una parte, esos grupos criminales han activado, han aprovisionado con droga para el narcomenudeo y con armas de alto poder, a las pandillas que viven y operan en muchas ciudades del país, y que son las que no han podido ser controladas por las policías locales. Segundo, porque ante las dificultades de operación, se han volcado, además, a otros negocios, retroalimentándose con las propias pandillas, como el robo de oro y plata que también ayer reportó Excélsior.
Los índices de reducción de la violencia y la inseguridad quizá no tienen reducciones muy significativas, pero el cerco contra los principales capos que continúan en libertad, como hemos dicho muchas veces en este espacio, se está cerrando.
De refinerías y negocios
Cuando López Obrador o algunos de sus seguidores hablan de construir nuevas refinerías e invertir miles de millones en ellas, se les tendría que recordar lo que acaba de hacer la aerolínea Delta en Estados Unidos: Delta compró una refinería a la empresa Conoco para producir todo el combustóleo que necesitan sus aviones y comercializar el sobrante. La refinería les costó, apenas, cien millones de dólares, que es lo que están valiendo las refinerías, muchas de ellas no utilizadas, en Estados Unidos. El negocio del petróleo no está en la refinación sino en la extracción y la comercialización de crudo. Ofertas de refinerías hay en todo el mundo: lo que hizo Delta lo podría hacer Pemex, pagando una cantidad infinitamente más pequeña de la que le que costaría diseñar y construir nuevas refinerías, con beneficios muy altos para la empresa y para el país. Pero aquí somos políticamente correctos y esa opción, que han presentado ya varios empresarios muy importantes, siempre es desechada.
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