El antipriismo, a mitad de la carrera

Hay algo que sí podría poner en aprietos la marcha triunfal de Peña Nieto: ese consenso difuso de izquierdas y derechas que se conoce como antipriismo.

Pascal Beltrán del Río


Si la carrera presidencial fuese un maratón, el puntero llegaría el próximo jueves al kilómetro 21, la mitad de la distancia.

Hasta ahora su ventaja es cómoda. Sus dos perseguidores más cercanos están por ahí del kilómetro 12, luchando codo con codo por acomodarse en el segundo lugar.

Un cuarto competidor, que no aguantó el arranque de los otros, está en el kilómetro 3 y ha comenzado a cerrar la distancia con el segundo y el tercer corredores, quienes también han ido acortando la brecha con quien va en la punta.

Pese a su buen desempeño en la primera mitad de la carrera, el líder no se ve tan cómodo como cuando el pelotón estaba en la línea de arranque. Es evidente que ha perdido ritmo y confianza.

El público que lo aclamaba se ha ido tornando hostil. Aparecen los abucheos y uno que otro espectador parecería dispuesto a brincar la barrera de protección y salirle al paso, como hizo Cornelius Horan, el llamado Sacerdote Bailador, quien sacó momentáneamente de la carrera al maratonista brasileño Vanderlei de Lima en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.

El maestro de maratonistas Blaine Moore recomienda nunca participar en esta prueba sin una estrategia para toda la ruta. Hay diferentes formas de correr un maratón: se puede hacer el primer tramo a ritmo más rápido que el segundo, o viceversa; se puede intercalar el paso veloz y el lento; se pueden combinar la carrera y la caminata, e incluso se vale colocarse detrás de otro competidor para que éste vaya cortando el viento y así aminorar el esfuerzo.

En sus recomendaciones para correr un maratón, Moore dice que el corredor debe estar dispuesto a variar su estrategia en el curso de la carrera si ve que ésta no le da resultado. Lo que no puede hacer, añade, es correr por correr.

El puntero de este hipotético maratón parece haberse preparado para un medio maratón. Probablemente lo hubiera ganado de calle. Sin embargo, en el kilómetro 21 da la impresión de quedarse sin aire, y se nota que las piernas le flaquean, su rostro se endurece y su seguridad se deteriora. Lleva una ventaja aún muy grande, y esa puede ser su principal aliada, pero la falta de una estrategia para la segunda mitad del maratón amenaza en convertir su llegada a la meta en un acontecimiento deslucido.

De nada habrá servido el sprint inicial si va a cruzar la línea final en zigzag. Nadie admirará el hecho de simplemente terminar la carrera, así acabe en primer lugar.

También podría sucederle lo que a la maratonista rumana Adriana Pirtea, en el maratón de Chicago en 2007, quien trotaba tranquilamente hacia la meta sin percatarse que detrás de ella venía cerrando con velocidad y decisión la etíope Berhane Adere, a la postre ganadora de la prueba (vea el video en YouTube).

Rebases como ése no son tan frecuentes en política. Una ventaja de 20 puntos en las encuestas no se pierde fácilmente en 45 días. Es cierto que Vicente Fox alcanzó y ganó a Francisco Labastida en 2000, y lo mismo hizo Felipe Calderón a Andrés Manuel López Obrador en 2006, pero las cosas no estaban como están hoy a la mitad de aquellas campañas, ni faltando 45 días para la celebración de aquellas votaciones.

Si Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador quieren dar alcance y rebasar a Enrique Peña Nieto, deben remontar 20 puntos en 45 días, es decir, un punto cada dos días y cuarto. Por supuesto, esto puede ocurrir por una combinación aritmética: que Peña pierda 10 y otro los gane, por ejemplo.

¿Es imposible? No. Hay ejemplos de procesos electores donde eso ha sucedido. Recuerdo vívidamente, porque me tocó cubrirla como reportero, la debacle del Partido Conservador de Canadá, en las elecciones generales de 1993.

Aquella vez, los tories perdieron 14 puntos en menos de un mes de campaña. El electorado los castigó sobre todo por un spot en el que se mofaban de la parálisis facial del líder de la oposición, el liberal Jean Chrétien. Al final se quedaron con dos de los 169 escaños que tenían y el partido se desintegró.

Esas cosas suceden, ya sea por errores de estrategia o por acontecimientos como los atentados terroristas en Madrid, el 11 de marzo de 2004, que marcaron la voltereta en las elecciones españolas de ese año y el ascenso al poder de los socialistas de José Luis Rodríguez Zapatero.

Lo que sí es seguro es que se necesita un gran acontecimiento —por ejemplo, un error garrafal por parte del puntero— para dar lugar a una voltereta en México.

Por lo pronto no ha surgido un claro retador, lo que complica una disminución rápida de la ventaja de Peña Nieto. Ese lugar todavía se lo disputan el PAN y la izquierda, aunque a últimas fechas López Obrador parece estar en ascenso y Vázquez Mota sigue sin capturar la atención del electorado.

Otro escudo contra la reducción de la ventaja del puntero es la enorme cantidad de spots que tiene el PRI respecto de sus competidores, fruto de la distribución proporcional de tiempos oficiales, pactada en la reforma electoral de 2007.

Pero hay algo que sí podría poner en aprietos la marcha triunfal de Peña Nieto: ese consenso difuso de izquierdas y derechas que se conoce como antipriismo. No lo habíamos visto tan claramente desde que el PRI se encontraba en Los Pinos y era motivo de ocasionales alianzas, como los encuentros de Heberto Castillo y Luis H. Álvarez, en 1986, o de Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox, en 1993, o la coalición PAN-PRD que postuló a Salvador Nava a la gubernatura de San Luis Potosí, en 1991.

La manifestación del antipriismo que vemos hoy es realmente sorprendente porque ha conseguido desaparecer de la discusión pública uno de los mayores antagonismos en la historia política del país: el de López Obrador con el presidente Felipe Calderón.

En el debate del pasado domingo 6, fue muy notorio cómo López Obrador se refirió poco al PAN y al gobierno federal y cómo Vázquez Mota no se ocupó del candidato de las izquierdas. De forma concertada o no, ambos aspirantes lanzaron ataques simultáneos contra Peña Nieto, una estrategia que —fuera de algunas frases aisladas— han mantenido en el posdebate y a la que se ha sumado el gobierno federal.

La irrupción del antipriismo también sorprende porque ha cobrado fuerza entre los menores de 25 años de edad, quienes apenas tenían diez cuando el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y sólo han conocido las características de aquel régimen de 71 años —el autoritarismo, entre ellas— por lo que tienen que decir al respecto sus padres y abuelos.

Este antipriismo podría cobrar más fuerza en los próximos días cuando llegue a cartelera Colosio: El asesinato, la película dirigida por Carlos Bolado cuya reseña puede usted leer hoy en estas páginas y que tuve oportunidad de ver el viernes pasado.

Mi amigo y colega Gerardo Galarza apuntaba con su sagacidad de gran periodista que la aparición de Colosio en la etapa final de la campaña —dos días antes del segundo y último debate— es una de esas casualidades que no existen en la política. Especialmente si consideramos que otro filme, Cristiada, critica desde otro ángulo, el conservador, a aquel régimen que surgió con la fundación del Partido Nacional Revolucionario en 1929.

Como La ley de Herodes en 2000, Colosio puede tener el efecto de amalgamar el sentimiento antipriista en la clase media.

Acaso esta nueva irrupción del antipriismo es un acontecimiento que no previó el PRI en su reconstrucción después de las sucesivas derrotas de 2000 y 2006. Cabe destacar que el tricolor es uno de los pocos viejos partidos de Estado que no cambió de nombre ni de emblema luego de perder el poder (y podría ser el primero en recuperarlo como tal).

Es evidente que tampoco lo previeron Peña y sus asesores, quienes hasta hace poco estaban enfocados en seducir al único grupo social donde tenían cierta debilidad: el de la tercera edad, al que se dirigían los spots donde el candidato recordaba la casa de su abuela y los desayunos de pan con nata y huevos con charales.

Hoy tienen que darse cuenta que lo que viene corriendo detrás de Peña es, más que otro candidato o candidata, el fantasma del antipriismo, y que, sin una estrategia que lo contrarreste, podría pronto estar pisándole los talones.

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