Jorge Fernández Menéndez
Si algo puede confirmar el bajísimo nivel de nuestra clase política, es el ya famoso caso de la edecán del IFE, la joven Julia Orayen, que con una aparición de 19 segundos con un vestido escotado, en un debate presidencial de dos horas, se robó la atención de los medios y de la gente. Pero incluso lo que debería haber sido una simple anécdota fue más allá: el IFE, como tiene todo ordenado y en paz para las elecciones, decidió que el caso de la edecán era de vital importancia y su presidente Leonardo Valdés lanzó una perorata en la que expresó su molestia por el incidente y dijo que se trataba “de un hecho contrario totalmente a la política de equidad de género que mantiene la institución”. Al mismo tiempo, protestó la dirigencia del PRI y también lo hicieron muchos analistas que terminaron viendo en la utilización de un vestido sugerente una gran conspiración.
Decía Adolfo Bioy Casares que “el mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo, agregaba, que se subestima la estupidez”. Y tenía toda la razón: confundir la equidad de género con un vestido, apropiado o no, o buscar una conspiración que va desde el gobierno hasta las televisoras para intentar poner en ridículo desde el propio debate y al IFE hasta un candidato presidencial subestima, como diría Bioy, la estupidez.
Lo que debería preocupar es la baja calidad del debate que vimos el domingo. Si en dos horas los tres candidatos y la candidata no lograron captar la atención no fue por una conspiración o un escote generoso, fue porque Peña no estaba dispuesto a arriesgar su ventaja, porque Josefina no supo arriesgar lo suficiente para descontarla, porque López Obrador hablaba como un viejito que recordaba a cada rato a Santa Anna y sus propias conspiraciones, o porque a Quadri no lo tomaron en cuenta (ni él a ellos). Y porque el formato que los propios partidos diseñaron para el debate puede servir para muchas cosas, menos para debatir y hacer interesante el encuentro.
En este sentido no deja de ser paradójico que, como ocurre con la reforma electoral de 2007, los propios partidos, y en este caso la autoridad electoral, se quejen de la producción del debate cuando fueron ellos los que establecieron en forma estricta cómo debía ser la misma, desde los encuadres y la amplitud de las tomas hasta los tiempos de participación, incluyendo el cierre de micrófonos en el momento exacto en que se agotara el tiempo. Lo único que faltaba es que se quejaran de que alguien le hubiera puesto al revés la foto a López Obrador. La clase política es en demasiadas ocasiones muy tercermundista, muy miope y muy temerosa. Y ahora con el debate vemos que es también muy pudorosa... por lo menos con los otros.
Pero más allá de la edecán, estas limitaciones se reflejan en otros temas que son mucho más complejos. Por ejemplo, nadie entiende, y ellos no se dignan a explicarlo, qué es lo que el Tribunal Electoral decidió con la aparente prohibición del conteo rápido en las elecciones. Decir que un conteo rápido propicia la inequidad o la sospecha es una muestra de absoluta ignorancia sobre el tema. Decir que con el programa de resultados preliminares se tiene mayor certidumbre es confundir por completo las cosas. Al contrario, en las primeras horas después de la elección recurrir sólo al PREP es lo que puede hacer sospechoso e inequitativo el proceso, por la sencilla razón de que los primeros resultados que se den a conocer en el PREP, como van saliendo de las casillas, pueden no tener relación alguna con el resultado final. Y en toda la experiencia de conteos rápidos que ha organizado el IFE, desde la elección de 1994 hasta la fecha, diga lo que diga López Obrador o el TEPJF, nunca esos conteos se han equivocado respecto al resultado final.
Pero una vez más en las autoridades electorales no hay claridad sobre éste como en muchos otros temas. Lo que tampoco se dijo del debate y que me parece un subtexto interesante del mismo es el de los acuerdos: por lo menos en los temas energéticos y de seguridad, discursos aparte, las propuestas de los candidatos del PRI-Verde, del PAN y del Panal son prácticamente las mismas o por lo menos van en el mismo sentido. Es verdad que no deja de ser un poco extraño que todos hablen de crear una fuerte Policía Federal como si ésta no existiera (por supuesto que se deben ampliar y establecer mandos únicos y fortalecer el modelo, pero la PF es uno de los logros institucionales del Estado mexicano en los últimos años) o que nadie reconozca responsabilidad en las fallas y deficiencias de los sistemas de seguridad en los estados y municipios, pero en energía (incluyendo la apertura de Pemex) y seguridad, existen bases para acuerdos sólidos que trasciendan, si los partidos son coherentes con sus plataformas y propuestas, el sexenio. Habrá que recordárselos a todos pasado el primero de julio.
Si algo puede confirmar el bajísimo nivel de nuestra clase política, es el ya famoso caso de la edecán del IFE, la joven Julia Orayen, que con una aparición de 19 segundos con un vestido escotado, en un debate presidencial de dos horas, se robó la atención de los medios y de la gente. Pero incluso lo que debería haber sido una simple anécdota fue más allá: el IFE, como tiene todo ordenado y en paz para las elecciones, decidió que el caso de la edecán era de vital importancia y su presidente Leonardo Valdés lanzó una perorata en la que expresó su molestia por el incidente y dijo que se trataba “de un hecho contrario totalmente a la política de equidad de género que mantiene la institución”. Al mismo tiempo, protestó la dirigencia del PRI y también lo hicieron muchos analistas que terminaron viendo en la utilización de un vestido sugerente una gran conspiración.
Decía Adolfo Bioy Casares que “el mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo, agregaba, que se subestima la estupidez”. Y tenía toda la razón: confundir la equidad de género con un vestido, apropiado o no, o buscar una conspiración que va desde el gobierno hasta las televisoras para intentar poner en ridículo desde el propio debate y al IFE hasta un candidato presidencial subestima, como diría Bioy, la estupidez.
Lo que debería preocupar es la baja calidad del debate que vimos el domingo. Si en dos horas los tres candidatos y la candidata no lograron captar la atención no fue por una conspiración o un escote generoso, fue porque Peña no estaba dispuesto a arriesgar su ventaja, porque Josefina no supo arriesgar lo suficiente para descontarla, porque López Obrador hablaba como un viejito que recordaba a cada rato a Santa Anna y sus propias conspiraciones, o porque a Quadri no lo tomaron en cuenta (ni él a ellos). Y porque el formato que los propios partidos diseñaron para el debate puede servir para muchas cosas, menos para debatir y hacer interesante el encuentro.
En este sentido no deja de ser paradójico que, como ocurre con la reforma electoral de 2007, los propios partidos, y en este caso la autoridad electoral, se quejen de la producción del debate cuando fueron ellos los que establecieron en forma estricta cómo debía ser la misma, desde los encuadres y la amplitud de las tomas hasta los tiempos de participación, incluyendo el cierre de micrófonos en el momento exacto en que se agotara el tiempo. Lo único que faltaba es que se quejaran de que alguien le hubiera puesto al revés la foto a López Obrador. La clase política es en demasiadas ocasiones muy tercermundista, muy miope y muy temerosa. Y ahora con el debate vemos que es también muy pudorosa... por lo menos con los otros.
Pero más allá de la edecán, estas limitaciones se reflejan en otros temas que son mucho más complejos. Por ejemplo, nadie entiende, y ellos no se dignan a explicarlo, qué es lo que el Tribunal Electoral decidió con la aparente prohibición del conteo rápido en las elecciones. Decir que un conteo rápido propicia la inequidad o la sospecha es una muestra de absoluta ignorancia sobre el tema. Decir que con el programa de resultados preliminares se tiene mayor certidumbre es confundir por completo las cosas. Al contrario, en las primeras horas después de la elección recurrir sólo al PREP es lo que puede hacer sospechoso e inequitativo el proceso, por la sencilla razón de que los primeros resultados que se den a conocer en el PREP, como van saliendo de las casillas, pueden no tener relación alguna con el resultado final. Y en toda la experiencia de conteos rápidos que ha organizado el IFE, desde la elección de 1994 hasta la fecha, diga lo que diga López Obrador o el TEPJF, nunca esos conteos se han equivocado respecto al resultado final.
Pero una vez más en las autoridades electorales no hay claridad sobre éste como en muchos otros temas. Lo que tampoco se dijo del debate y que me parece un subtexto interesante del mismo es el de los acuerdos: por lo menos en los temas energéticos y de seguridad, discursos aparte, las propuestas de los candidatos del PRI-Verde, del PAN y del Panal son prácticamente las mismas o por lo menos van en el mismo sentido. Es verdad que no deja de ser un poco extraño que todos hablen de crear una fuerte Policía Federal como si ésta no existiera (por supuesto que se deben ampliar y establecer mandos únicos y fortalecer el modelo, pero la PF es uno de los logros institucionales del Estado mexicano en los últimos años) o que nadie reconozca responsabilidad en las fallas y deficiencias de los sistemas de seguridad en los estados y municipios, pero en energía (incluyendo la apertura de Pemex) y seguridad, existen bases para acuerdos sólidos que trasciendan, si los partidos son coherentes con sus plataformas y propuestas, el sexenio. Habrá que recordárselos a todos pasado el primero de julio.
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