Eduardo Ibarra Aguirre
Conforme se agotan los meses y los días del autodenominado gobierno del empleo y promotor incansable del estado de derecho –juran que no de derecha–, aparece más pronunciada la tendencia del Ejecutivo federal a un día pronunciar un discurso para estigmatizar a los muy abundantes críticos de sus políticas, singularmente las de seguridad pública y de empleo, y al siguiente convocar a los mexicanos y sus representaciones a emprender tareas que únicamente son dables con el concurso de casi todos.
El ejemplo más cercano y contrastante es la pieza discursiva que pronunció en Los Pinos ante los empresarios de la cámara de la industria de la construcción, en la que Felipe Calderón hizo un juego de frases para explicar muy a su estilo que pretende ser coloquial y chistoso, que “el país requiere gente que construya” y pontificar sobre la reforma laboral y, en general, las que denomina estructurales, como la llave maestra que conducirá a la economía y la sociedad a nuevos niveles de desarrollo. La misma historia argumental de 1988-94, pero entonces en la voz del impresentable Carlos Salinas de Gortari.
El juego de frases resultó tan intolerante que el mismo general de cinco estrellas se autocensuró al no atreverse a pronunciar la contraparte, según él, de los que construyen a diario y los que sólo “chingan”, pues la doble moral en que está educado no se lo permite. La mano censora de la jefa de los redactores de Los Pinos, al parecer actuó rápido para que el boletín omitiera la intolerante frase, o bien los diarios impresos estimaron innecesario registrarla porque los desfiguros oratorios del sucesor de Vicente Fox ya no tienen gran significado e impacto.
En plena campaña por la sucesión del segundo panista que ocupa la Presidencia de la República –como él mismo lo dijo muy bien: “Haiga sido como haiga sido”–, importan sobremanera más los hechos, pero también los dichos y los juicios, los tonos y las formas empleadas, por quien más, mucho más en la teoría que en la praxis política, representa a todos los mexicanos.
Durante los festejos por el 150 aniversario de la Batalla de Puebla frente al poderosísimo ejército del imperio francés, el constructor de la guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado hizo serios esfuerzos para relacionar la epopeya encabezada por Ignacio Zaragoza –nativo de la ahora Isla del Padre, Texas– con las tareas que tienen los mexicanos en la actualidad.
Así, por ejemplo, a los jóvenes les pidió velar por la democracia para que “nunca ningún autoritarismo vulnere este patrimonio nacional y que ningún poder externo, nación extranjera u organización internacional ponga al país en peligro o someta por cualquier vía la decisión autónoma de los mexicanos”. Excepto, naturalmente, el imperio hegemónico de nuestros días, pues el orador construye una relación con Washington de creciente subordinación.
Por la noche del 5, Calderón inauguró el acto más vistoso, hecho para verse por televisión Puebla, orgullo de México, espectáculo artístico y musical montado por Five Currents, la empresa estadunidense que se hizo cargo de los Panamericanos. Fue transmitido en cadena nacional, mientras al debate de los candidatos presidenciales el duopolio regateó espacios en forma miserable, conducta severamente criticada.
Allí Calderón volvió a la carga de relacionar la derrota del mejor ejército del mundo, en 1862, con las tareas nacionales pendientes. Y reivindicó que esa “victoria también significó el triunfo sobre los prejuicios, estereotipos y miedos; la victoria sobre el pesimismo y el derrotismo”. Tiene razón, pero bajo una conducción certera, firme e incluyente de la que hoy carece México.
Conforme se agotan los meses y los días del autodenominado gobierno del empleo y promotor incansable del estado de derecho –juran que no de derecha–, aparece más pronunciada la tendencia del Ejecutivo federal a un día pronunciar un discurso para estigmatizar a los muy abundantes críticos de sus políticas, singularmente las de seguridad pública y de empleo, y al siguiente convocar a los mexicanos y sus representaciones a emprender tareas que únicamente son dables con el concurso de casi todos.
El ejemplo más cercano y contrastante es la pieza discursiva que pronunció en Los Pinos ante los empresarios de la cámara de la industria de la construcción, en la que Felipe Calderón hizo un juego de frases para explicar muy a su estilo que pretende ser coloquial y chistoso, que “el país requiere gente que construya” y pontificar sobre la reforma laboral y, en general, las que denomina estructurales, como la llave maestra que conducirá a la economía y la sociedad a nuevos niveles de desarrollo. La misma historia argumental de 1988-94, pero entonces en la voz del impresentable Carlos Salinas de Gortari.
El juego de frases resultó tan intolerante que el mismo general de cinco estrellas se autocensuró al no atreverse a pronunciar la contraparte, según él, de los que construyen a diario y los que sólo “chingan”, pues la doble moral en que está educado no se lo permite. La mano censora de la jefa de los redactores de Los Pinos, al parecer actuó rápido para que el boletín omitiera la intolerante frase, o bien los diarios impresos estimaron innecesario registrarla porque los desfiguros oratorios del sucesor de Vicente Fox ya no tienen gran significado e impacto.
En plena campaña por la sucesión del segundo panista que ocupa la Presidencia de la República –como él mismo lo dijo muy bien: “Haiga sido como haiga sido”–, importan sobremanera más los hechos, pero también los dichos y los juicios, los tonos y las formas empleadas, por quien más, mucho más en la teoría que en la praxis política, representa a todos los mexicanos.
Durante los festejos por el 150 aniversario de la Batalla de Puebla frente al poderosísimo ejército del imperio francés, el constructor de la guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado hizo serios esfuerzos para relacionar la epopeya encabezada por Ignacio Zaragoza –nativo de la ahora Isla del Padre, Texas– con las tareas que tienen los mexicanos en la actualidad.
Así, por ejemplo, a los jóvenes les pidió velar por la democracia para que “nunca ningún autoritarismo vulnere este patrimonio nacional y que ningún poder externo, nación extranjera u organización internacional ponga al país en peligro o someta por cualquier vía la decisión autónoma de los mexicanos”. Excepto, naturalmente, el imperio hegemónico de nuestros días, pues el orador construye una relación con Washington de creciente subordinación.
Por la noche del 5, Calderón inauguró el acto más vistoso, hecho para verse por televisión Puebla, orgullo de México, espectáculo artístico y musical montado por Five Currents, la empresa estadunidense que se hizo cargo de los Panamericanos. Fue transmitido en cadena nacional, mientras al debate de los candidatos presidenciales el duopolio regateó espacios en forma miserable, conducta severamente criticada.
Allí Calderón volvió a la carga de relacionar la derrota del mejor ejército del mundo, en 1862, con las tareas nacionales pendientes. Y reivindicó que esa “victoria también significó el triunfo sobre los prejuicios, estereotipos y miedos; la victoria sobre el pesimismo y el derrotismo”. Tiene razón, pero bajo una conducción certera, firme e incluyente de la que hoy carece México.
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