Después del debate

Eduardo Ibarra Aguirre

¿Quién ganó el debate? Tal es la interrogante que permanece a la orden del día y las respuestas están determinadas en buena medida por la simpatía y hasta cercanía que tenga el encuestado con uno u otro de los candidatos presidenciales y sus partidos, o con ninguno.

Lo trascendente, me parece, es la movilización y las giras mediáticas que hacen los candidatos y sus equipos de campaña para posicionar en el imaginario colectivo la idea de que su abanderado salió mejor librado. Mas el juicio que mejor permeará en la ciudadanía tendrá relación directa con las cantidades de dinero que también se inyecten a los grandes consorcios de la comunicación televisiva, radiofónica e impresa, tanto por vías lícitas como ilícitas. Y algunos de los propagandistas de uno de los cuatro candidatos son expertos en el manejo de dinero en efectivo, en forma nada transparente a la hora de rendir cuentas al jefe.

Posicionada la idea de que el debate lo ganó fulano o zutana, sigue la valoración vía las encuestas que empezarán a conocerse el viernes 10 –no las superficiales muestras telefónicas que hicieron algunos diarios con tal de “ganar la de ocho”–, para dar paso a lo que más debería importar: ¿Cuántos puntos porcentuales perdió el candidato puntero Enrique Peña Nieto, como incluso los intelectuales orgánicos de Televisa ya prevén. ¿A la cuenta de quién se abonarán? Voces diversas ya se los cargan al candidato de la presidenta vitalicia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y propietaria del Partido Nueva Alianza, enseguida de que se reveló como un extraordinario conservador la noche del 6, y ahora anuncia sin inmutarse: “Me da vergüenza el sindicalismo”. Por lo visto se la aguanta muy bien y no precisamente por razones ambientalistas.

Justamente de quitarle puntos porcentuales a Peña Nieto se trataba la tarea principal de las 20 a las 22 horas del domingo. No tanto de mostrar las cualidades intelectuales, las dotes como expositor, la pertinencia de las propuestas programáticas y la capacidad de persuasión. Menos todavía si, como ya se estima, el debate apenas alcanzó los 10 puntos de rating, superior al juego de futbol que tanto interesaba en términos monetarios a Ricardo Salinas Pliego, pero inferior al primer debate de 2000 y de 2006. Es decir, básicamente pudo ser visto por el “circulo rojo”, los enterados e informados de la ciudadanía.

El candidato o la candidata que repunte en las preferencias ciudadanas y tenga la capacidad y la maquinaria partidista para aprovecharlo, así sea por uno o dos puntos porcentuales, será el ganador del todavía más importante posdebate, pero ello estará determinado por su capacidad económica y comunicacional para convencer a los electores a través de los medios. Y éste no es el caso del candidato de la temida y temible Elba Esther Gordillo.

Los contundentes golpes de Andrés Manuel López Obrador dirigidos al candidato del Partido Revolucionario Institucional –“Ponce está en la cárcel desde hace ocho años, Bejarano estuvo en la cárcel y usted está aquí”, además de la exhibición de sus vínculos orgánicos con el Grupo Atlacomulco, Carlos Salinas y Televisa–, evidenciaron también que Enrique Peña no es sólo uno de los productos de la dictadura mediática que obstruye el desarrollo nacional, sino un destacado actor político en pleno aprendizaje y desenvolvimiento. Tanto es así que Leo Zuckermann preguntó en su programa televisivo La Hora de Opinar: “¿Por qué no lo sueltan?”. La pregunta adecuada es quién lo tiene “amarrado”.

Los opositores de Peña Nieto aún están a tiempo de revisar la caricatura que hicieron de él. Es sabido que subestimar al adversario constituye un gravísimo error político.

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