Debate, futbol, libertad

Francisco Rodriguez / Índice Político

Veo con interés el pre-debate del dizque debate. Me asombra el observar que aquellos a quienes se les da el carácter de líderes de opinión peguen el grito en el cielo porque una de las dos grandes televisoras, la de Ricardo Salinas Pliego, haya optado por transmitir un partido de futbol y no el acartonado encuentro de los candidatos presidenciales para intercambiar frases hechas en apenas dos minutos. Lo que por cierto no lo hace violar ninguna norma, ley o decreto.

Y con usted me pregunto si ¿querrán estos líderes de opinión el retorno a una información unificada?

Que otra vez, como sucedía en el pasado, ¿todas las primeras planas de los periódicos y los teasers de los noticieros llevasen como nota principal o “la de ocho columnas” las insulsas frases que, como si fueran “para los bronces”, pronunciase el día anterior “el señor Presidente de la República”?

Definitivamente creo que no.

Que ni a usted ni a mí nos gustaría regresar a ese pasado que nos emparentaba con aquellas naciones que se decían socialistas y en las que, entre otras cosas, la información se controlaba desde la esfera gubernamental.

Y en el debate sobre el próximo dizque debate de los candidatos presidenciales, lo que se soslaya precisamente es la libertad.

Pareciera, así, que hay quienes buscan restablecer las “cadenas nacionales” para que todos los televidentes vean lo que obligadamente les recetan desde el poder o, en este caso, desde el Instituto Federal Electoral (IFE), órgano que administra y provee de recursos –los nuestros– a la nociva partidocracia en la que degeneró nuestra nonata o abortada vocación democrática.

Los partidos políticos y un partido de futbol…

¿Qué transmitir?

¿Qué ver y escuchar?

Para empezar, en México no hay mucha tradición de celebrar debates electorales. La costumbre inició, apenas, en 1994 cuando se confrontaron Zedillo, quien resultó ganador en los comicios, Fernández de Cevallos, quien se llevó de calle el debate y Cárdenas Solórzano.

Para el año 2000 Labastida, Fox y otra vez Cárdenas contendieron. El más reciente, en el 2006, puso frente a frente a Madrazo, Calderón, López Obrador y Campa Cifrián.

De esos tres encuentros lo que hoy queda son sólo anécdotas. Que si las corbatas iguales, que si quien ganó el debate fue obligado a desaparecer durante dos meses, que si el que iba arriba no se presentó al primer debate, que si le dijo o no le dijo mandilón, chaparro o la vestida, que…

Los debates electorales, dicen los expertos, pueden decidir la presidencia de un país. Tal no es cierto, claro. Pero la cita desata el miedo entre los candidatos y provoca una negociación al límite entre quienes participan en ellos y sus equipos de asesores.

Surge así, primero, el debate sobre el debate. Y viene luego la negociación. Los formatos y su liturgia. La puesta en escena, la telegenia de los candidatos, las manías de los asesores, el sorteo, los volados, quién primero, quién cierra al final.

Los caprichos llegan a tal punto que se discute el tamaño de los camerinos o el lugar en que se sientan las esposas de los candidatos.

Pero también está presente el miedo al real debate, al intercambio, a la repregunta y el análisis contrastado, por lo que nuestros debates son rígidos, acartonados, donde cada cual va a decir lo que antes memorizó. Una especie de limbo pasteurizado que logra evitarle a los políticos enfrentarse a un riguroso interrogatorio.

Y viene entonces la pregunta, ¿son los debates un derecho o un espectáculo? ¿Un muy ensayado reality show?
Dentro de los parámetros legales, pues, cada cual es libre de transmitir en libertad.
Y por supuesto, los televidentes tienen también la libertad de ver lo que les pegue la gana.
De apagar la radio y la televisión, incluso.
Yo voy a ver el dizque debate.
Si usted se decide por ver el futbol, lo hará en libertad.
Y libertad es tener opciones entre las cuales elegir.

Índice Flamígero: Y Wal-Mart vuelve a las andadas del 2006. En sus reuniones “de los 10 minutos”, los previos al turno laboral, sus “asociados” –trabajadores, en realidad– reciben cotidianamente el adoctrinamiento de por quién deben sufragar. Se escuchan ahí frases tales como “si queremos mantener el empleo, hay que votar por quienes nos han ayudado a abrir más tiendas en los últimos doce años”… “el gobierno del señor Presidente nos ha ayudado”… + + + Ya sólo 213 días. Y contando…

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