De villano a héroe

Raymundo Riva Palacio

En el primer aniversario de la muerte de Osama bin Laden, una de las figuras más importantes de la última década, cuyo nombre no significaba nada para millones de personas, tomó una relevancia inusitada. Es José A. Rodríguez, quien desde su cargo de director de Contra Terrorismo de la CIA, organizó y supervisó la operación secreta de interrogatorios “forzados”, eufemismo de tortura, de donde sus agentes obtuvieron la información que condujo a la ubicación y eliminación del jefe histórico de Al Qaeda.

Rodríguez se convirtió en el Némesis de la guerra contra el terrorismo, el arquitecto de toda la perversidad del Gobierno de Estados Unidos para enfrentar sus paranoias de otro ataque terrorista como el del 11 de septiembre de 2001. Pero también, este viejo soldado de la Guerra Fría, fue por años símbolo del repudio al ex presidente George W. Bush y la metáfora para enjuiciar a su gobierno y meterlo a la cárcel. Rodríguez, que estuvo a punto de ir a prisión por destruir los videos de los interrogatorios de donde extrajeron la información sobre Bin Laden, pasó de ser el villano a el héroe, cuando hace un año cayó el ideólogo de la guerra fundamentalista contra Occidente y se le reconoció, sin aceptarse plenamente, que sus métodos cumplieron el objetivo.

Rodríguez es un viejo conocido de México. Puertorriqueño de nacimiento, formado en la Universidad de Florida, llegó a la CIA en 1976, cuando la agencia era sujeta al mayor sacudimiento en su historia, tras las revelaciones del espionaje dentro de Estados Unidos, lo que violaba la ley. Poco más de 20 años después, directamente desde Washington, Rodríguez aterrizó en México, con nuevo jefe de Estación, al frente de un contingente de 70 agentes que iban a enfrentar a un nuevo enemigo: el narcotráfico.

Rodríguez había tenido un puesto de jefe de Estación en República Dominicana y Panamá, en los años de conflicto con un activo de la agencia, vinculado al narcotráfico colombiano, el general Manuel Antonio Noriega, el hombre fuerte panameño. Su experiencia en el campo lo llevó a dirigir la oficina para América Latina en Langley, la sede de la CIA en Virginia, suburbios de Washington, desde donde supervisó el llamado Proceso 8000 en Colombia, que investigó al ex presidente Ernesto Samper por haber recibido, presuntamente, dinero de los cárteles colombianos para su campaña presidencial.

Samper se salvó de ir a la cárcel, pero la debilidad de esa nación ante la penetración institucional del narcotráfico doblegó a Colombia, que tuvo que aceptar en 1995 que la CIA manejara toda la estrategia para acabar con el narcotráfico, y a la caída de Pablo Escobar del cártel de Medellín, se enfocaron en el de Cali. El éxito en el desmantelamiento de los narcos caleños y la necesidad creciente de enfrentar a los cárteles de la droga mexicanos que iban entrando como humedad en las instituciones, convirtió a Rodríguez en la persona idónea para encabezar la lucha en México.

Rodríguez llegó entre 1997 y agosto de 1998 y ocupaba una oficina en el piso 5 de la Embajada de Estados Unidos como consejero para Programas de Análisis y Desarrollo, que no existía. De 64 años hoy en día, moreno claro y pelo oscuro, de altura mediana y robusto, hizo un trabajo eficiente. Quienes tenían el trato directo con él dentro del gobierno mexicano, como parte de la relación institucional existente, se referían a él como “profesional”. El jefe de Estación en México proyectó la misma imagen a sus superiores en Langley, pues al día siguiente del ataque terrorista el 11 de septiembre de 2001, fue llamado urgentemente a Washington, para que se hiciera cargo del Estado Mayor de la Oficina Contra el Terrorismo. O sea, de la lucha global contra Al Qaeda.

Ocho meses después fue nombrado director de esa oficina, donde bajo su guía una legión de agentes de campo, analistas y expertos en comunicaciones y tecnología, enfrentaron al terrorismo. El equipo de Rodríguez diseñó una de las operaciones secretas más ambiciosas que caminaron en la fina línea de la legalidad, donde reclutaron gobiernos enteros para que les permitieran tener centros de detención donde pudieran interrogar a los sospechosos de ser terroristas con técnicas que en territorio estadounidense caerían en la categoría de tortura.

Varios países ayudaron a Rodríguez con interrogatorios “forzados” –como los definieron en la CIA-, mientras que en el enclave estadounidense de Guantánamo, en Cuba, instalaron sus propios centros donde aplicaron las técnicas del “pocito”, donde se sumerge la cabeza de la persona en agua hasta casi ahogarla una y otra vez, y se les impedía que durmieran. Años después Rodríguez defendió esas técnicas con el argumento que agentes y militares estadounidenses son sometidos a esas prácticas para que tengan la experiencia en caso que alguna vez lleguen a ser detenidos.

Rodríguez acaba de sacar a la venta en Estados Unidos una memoria de esa cacería, “Hard Measures” –“Medidas Duras”-, donde hace una defensa de los interrogatorios “reforzados”, y alega que agregaron momentum a la guerra contra el terrorismo al empezar a dar resultados en la captura del alto mando de Al Qaeda. De esos interrogatorios en Guantánamo salió también la identidad del propietario de la casa donde se escondió largo tiempo Bin Laden en Pakistán. “El programa no era de abuso de la fuerza bruta porque reconocemos que la fuerza bruta no funciona”, dijo Rodríguez hace unos días en una entrevista de televisión para promover el libro. “Por eso, estamos totalmente de acuerdo que la tortura no funciona”.

El gobierno de Obama dejó de perseguirlo y su promesa de campaña de cerrar Guantánamo en el primer año de administración porque vieron que les estaba dando resultados en el aniquilamiento de células terroristas en el mundo. Pero las prácticas instrumentadas por Rodríguez nunca fueron aceptadas. El “pocito”, que llaman en inglés waterboarding, fue definido por el presidente Obama como “tortura”, y prohibió que se volviera a realizar. Rodríguez replicó en el libro: “No puedo decirles cuánto nos ha disgustado a mí y a viejos colegas sentir que nos clasifiquen como ‘torturadores’ por el Presidente de Estados Unidos”.

Para la historia, el método de Rodríguez fue rechazado por Obama por violar las garantías individuales. Pero al mismo tiempo, el ex jefe de Estación de la CIA en México y hoy director de seguridad global de IBM, es el héroe de la guerra contra el terrorismo, al cual llegó mediante la dialéctica maquiavélica de el fin justifica los medios.

Comentarios