Ricardo Rocha
En el 68 a mí nadie me obligó ni me lavó el cerebro para participar en el movimiento: marché porque quería marchar; pinté porque quería pintar y boteé porque quería botear. Si no estuve en Tlatelolco fue debido a la familia Servitje, sí, la de Bimbo. Y es que además de estudiar en Ciudad Universitaria trabajaba en una agencia de viajes y un cambio de itinerario nos obligó a rehacer sus boletos hasta la madrugada. Yo me enteré días después de lo que realmente ocurrió porque ni en los periódicos ni en la tele dijeron nada. Por eso a mí el 2 de octubre menos se me olvida.
Si relato lo anterior es porque pocas cosas me indignan más que la creencia ignorante o tramposa de que los jóvenes son siempre manipulables. En mis tiempos se trataba de una conjura comunista maquinada en Moscú. Ahora es una u otra mente diabólica la que maneja lo mismo a estudiantes de la Ibero, Anáhuac e ITAM que a los de la UNAM, el Poli o la UAM, porque los jóvenes, según esta anciana y decrépita tesis, son incapaces de pensar y menos aún de decidir por sí mismos.
El problema es una viciada concepción de origen: suponer que las audiencias, sobre todo de los grandes medios, son idiotas y por tanto se les puede engañar fácilmente; a eso corresponde no sólo el bajo nivel de los programas de todo tipo, sino las campañas seudoperiodísticas y noticiosas para exaltar o destruir a los personajes públicos. Esa actitud arrogante es la que más irritó a los jóvenes a partir del incidente de Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana. Un pésimo control de daños que quiso justificarse con la consabida descalificación de “acarreados” y “manipulados”, que lo único que originó fue multiplicar y exponenciar la irritación y convertirla en rabia.
Igualmente importante es considerar que la indignación juvenil no nace en los acontecimientos recientes; ahí sólo se cataliza y se manifiesta. Lo que ha ocurrido es una gestación de meses y años de fallidos gobiernos que han cancelado el futuro de nuestros jóvenes: con 8 millones de ninis y 6 millones de analfabetas, ¿con qué rostro mirar los años que vendrán? ¿Qué se supone que harán, dónde trabajarán y qué oportunidades tendrán todos estos universitarios al terminar sus carreras?
Aun así, asombra la miopía de partidos y candidatos que no han acertado a una propuesta inteligente y audaz para darles una posibilidad de futuro a nuestros jóvenes. Y ello a pesar de números más que contundentes: de los 78 millones de empadronados 30% son jóvenes, un millón 218 mil tienen 18 años, un millón 758 mil tienen 19, 9 millones 684 mil tienen entre 20 y 24, 9 millones 897 mil tienen de 25 a 29. En paralelo, sufragarán por vez primera para presidente 14 millones de jóvenes; si todos votaran por un mismo candidato estarían decidiendo la elección.
Por ello y más, permítanme reproducir un fragmento de mi última entrevista con el inmenso Carlos Fuentes en enero de este año:
–Dijiste en uno de tus discursos recientes que te gustaría que los jóvenes te dieran lecciones a ti, porque nos traen noticias del porvenir… ¿No se supone que nosotros los adultos somos los que tendríamos que enseñarles a nuestros jóvenes? –No, qué va… esa es una actitud muy arrogante, muy tonta. Mira, a mí me gusta mucho dar clases y conferencias para acercarme a los muchachos y oír sus preguntas, porque me entero de lo que de otra manera no sabría; así que siempre espero poder aprender de la gente joven de este país”.
En el 68 a mí nadie me obligó ni me lavó el cerebro para participar en el movimiento: marché porque quería marchar; pinté porque quería pintar y boteé porque quería botear. Si no estuve en Tlatelolco fue debido a la familia Servitje, sí, la de Bimbo. Y es que además de estudiar en Ciudad Universitaria trabajaba en una agencia de viajes y un cambio de itinerario nos obligó a rehacer sus boletos hasta la madrugada. Yo me enteré días después de lo que realmente ocurrió porque ni en los periódicos ni en la tele dijeron nada. Por eso a mí el 2 de octubre menos se me olvida.
Si relato lo anterior es porque pocas cosas me indignan más que la creencia ignorante o tramposa de que los jóvenes son siempre manipulables. En mis tiempos se trataba de una conjura comunista maquinada en Moscú. Ahora es una u otra mente diabólica la que maneja lo mismo a estudiantes de la Ibero, Anáhuac e ITAM que a los de la UNAM, el Poli o la UAM, porque los jóvenes, según esta anciana y decrépita tesis, son incapaces de pensar y menos aún de decidir por sí mismos.
El problema es una viciada concepción de origen: suponer que las audiencias, sobre todo de los grandes medios, son idiotas y por tanto se les puede engañar fácilmente; a eso corresponde no sólo el bajo nivel de los programas de todo tipo, sino las campañas seudoperiodísticas y noticiosas para exaltar o destruir a los personajes públicos. Esa actitud arrogante es la que más irritó a los jóvenes a partir del incidente de Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana. Un pésimo control de daños que quiso justificarse con la consabida descalificación de “acarreados” y “manipulados”, que lo único que originó fue multiplicar y exponenciar la irritación y convertirla en rabia.
Igualmente importante es considerar que la indignación juvenil no nace en los acontecimientos recientes; ahí sólo se cataliza y se manifiesta. Lo que ha ocurrido es una gestación de meses y años de fallidos gobiernos que han cancelado el futuro de nuestros jóvenes: con 8 millones de ninis y 6 millones de analfabetas, ¿con qué rostro mirar los años que vendrán? ¿Qué se supone que harán, dónde trabajarán y qué oportunidades tendrán todos estos universitarios al terminar sus carreras?
Aun así, asombra la miopía de partidos y candidatos que no han acertado a una propuesta inteligente y audaz para darles una posibilidad de futuro a nuestros jóvenes. Y ello a pesar de números más que contundentes: de los 78 millones de empadronados 30% son jóvenes, un millón 218 mil tienen 18 años, un millón 758 mil tienen 19, 9 millones 684 mil tienen entre 20 y 24, 9 millones 897 mil tienen de 25 a 29. En paralelo, sufragarán por vez primera para presidente 14 millones de jóvenes; si todos votaran por un mismo candidato estarían decidiendo la elección.
Por ello y más, permítanme reproducir un fragmento de mi última entrevista con el inmenso Carlos Fuentes en enero de este año:
–Dijiste en uno de tus discursos recientes que te gustaría que los jóvenes te dieran lecciones a ti, porque nos traen noticias del porvenir… ¿No se supone que nosotros los adultos somos los que tendríamos que enseñarles a nuestros jóvenes? –No, qué va… esa es una actitud muy arrogante, muy tonta. Mira, a mí me gusta mucho dar clases y conferencias para acercarme a los muchachos y oír sus preguntas, porque me entero de lo que de otra manera no sabría; así que siempre espero poder aprender de la gente joven de este país”.
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