De abucheos y libertades...

José Carreño Figueras

El abucheo es una forma política universal, válida y que nadie diga lo contrario. Puede ser una falta de protocolo, sí, pero de ninguna manera, necesariamente, un acto reprobable por sí mismo.

Pero en la mayoría de los países, dura unos minutos y termina. Los “abucheadores” se callan y se quedan, o se van a veces con el teatro de agentes de seguridad como escoltas, y el acto sigue, con el abucheado y quienes quieran escucharlo. No hay en realidad mayor problema: es parte del juego político y de la libertad de expresión.

Y esto viene a cuento por los actos de abucheo que tanto ruido han creado las últimas semanas en México: a Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana y a Gabriel Quadri en la Universidad de Querétaro.

Hay un fondo positivo en esos abucheos. No por los actos, que pueden ser desagradables sobre todo cuando se está en el lado que los recibe, sino por lo que representan. Hoy tal vez no sea mucho, pero hace apenas 40 años eso hubiera sido poco menos que imposible, y mucho menos salir a afirmar en público, como los jóvenes “iberos” en las redes sociales, su participación en lo que ahora se quiere ver como un escándalo.

Eso, al menos, es un adelanto importante. El que puedan abuchear a un candidato sin miedo a las represalias sino como una parte de su propio derecho de expresión.

Ahora, sin embargo, como país, como sociedad y como individuos debemos aprender a otra cosa mas difícil: a respetar el derecho a la libertad de expresión de otros, de los que no están de acuerdo con “nosotros”, quienesquiera sean “ellos” y quienesquiera seamos “nosotros”.

Las interrupciones son parte de la vida diaria de un candidato a puesto político en Estados Unidos. Es uno de esos ritos que acompañan a la mayoría de las campañas políticas y que no asustan ni escandalizan a nadie, o a casi nadie.

Pero es necesario recordar que si alguien no esté de acuerdo con nosotros no lo hace de inmediato idiota, desagradable, malo, sucio, deshonesto, rata o cualesquiera de esas virtudes que solemos atribuir a quienes consideramos nuestros enemigos. El “nosotros” contra “ellos” sólo sirve a dictadores y fascistas…

Y de la misma forma en que no se vale “reventar” el acto político de un candidato con el que se está en desacuerdo, por encima no solo de su derecho a la libertad de expresión y el derecho de quienes en esas universidades hubieran deseado escucharlos, tampoco se vale condenar actos que pueden no ser agradables pero son legítimos y ocurren al abrigo de un debate político acalorado.

La estigmatización, desde un bando o desde el otro, no contribuye al diálogo ni al debate y menos a la democracia.

No se vale, pues, que se condene a los abucheadores como totalitarios participantes en una “conspiración” o miembros de un obscuro “compló”, pero no se vale privilegiar la libertad de expresión de un grupo sobre la libertad de expresión de otro grupo. Eso se llama intolerancia y es un preludio a formas y fondos fascistas, sea cual sea la ideología que se profese y desde que lado se manifieste.

Tal vez la atención y la tensión provocada por los abucheos se deba a la falta de experiencia general en términos de toma y daca democrático. Sea lo que sea es hora de crecer.

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