Francisco Rodriguez / Índice Político
Siempre lo hace. Sale del país con cualquier motivo, por allá le organizan una conferencia de prensa y, al calor de las preguntas, a través de sus respuestas acaba pasándose de listo. Ahora en Barbados, Felipe Calderón se fue de la lengua y, sin más, dictó sentencia condenatoria a los militares recién detenidos por –se ha filtrado, pero no se ha informado-- presuntas ligas con la delincuencia.
Textual, el ocupante de Los Pinos “lamentó y condenó” el que “algunos” miembros de las Fuerzas Armadas, “hayan incurrido en actos ilícitos y lo único que queda claro aquí es que mi gobierno no tolerará actos contrarios a la ley, vengan de quien vengan", dijo.
Todo ello al tiempo que la Procuraduría General de la República sea todavía incapaz de presentar y documentar las pruebas de los dichos de Calderón y, por tal, haya tenido que recurrir a la cuestionable figura del arraigo de los generales Tomás Ángeles Dauahare, Roberto Dawe González, Ricardo Escorcia Vargas y el teniente coronel en retiro, Silvio Hernández Soto.
Calderón se saltó a la torera, una vez más, la división de poderes. Impune, invadió la esfera del Judicial. Y sin el debido proceso de por medio, condenó cual culpables a quienes, hasta ahora, son víctimas de chismes, filtraciones periodísticas malintencionadas, y comentarios a priori, por supuesto también condenatorios, de esos “analistas” de cierta prensa comprometida con los poderosos en turno.
Colmo de todos los colmos ha sido --desde mi personal perspectiva, valga subrayar-- el intentar ligar a mi general Ángeles Dauahare con el atentado que cobró la vida hace un par de meses de otro divisionario, el general Arturo Acosta Chaparro.
Se han valido para ello de unas fotografías en las que se aprecia a ambos personajes reunidos en el restaurante Elago, en la tercera sección del Bosque de Chapultepec, captadas presumiblemente por quienes desde hace días, tal vez semanas o meses, les seguían.
De ser así, en los anales de esos agentes secretos debe haber también otra imagen de un desayuno que ambos generales sostuvieron hará cosa de un par de meses en el restaurante Au Pied de Cochon y, que --me consta porque fui invitado a la mesa de ambos divisionarios durante una buena media hora-- fue de lo más cordial, llena de remembranzas de sus épocas como cadetes que tanto Ángeles Dauahare como Acosta Chaparro compartieron alegremente con este escribidor.
El de aquella mañana fue un reencuentro con Ángeles Dauahuare. Tenía años de no encontrármelo, de no platicar con él. Acordamos entonces que en breve nos reuniríamos a compartir el café matutino, en otro desayuno y lo celebramos tres semanas después.
También en el Au Pied de Cochon, un soleado viernes de abril. Larga plática. Sobre su retiro y a lo que se dedicaba. De los amigos comunes, algunos de los cuales él ya no veía, de los que habían dejado de frecuentarme también.
Conocí a Tomás Ángeles hace ya algunos años. Reservado en cuanto a sus tareas militares, pródigo y generoso en la plática salpicada de anécdotas, de historia de México y de historia universal. En la Secretaría de la Defensa, primero. En sus tareas chiapanecas de reconciliación y búsqueda de la paz con el EZLN. Al frente él del Heroico Colegio Militar. Alguna vez, en un evento social, cuando ya estaba al frente del Instituto de Seguridad para las Fuerzas Armadas. Y después nada.
Sabía de él por amigos militares en activo y en retiro. De su legítimo deseo de ocupar la titularidad de la Sedena en el 2006. De las malas vibras que le lanzaban desde la oficina del secretario Galván Galván. De la malísima onda que le tenía Genaro García Luna.
Fue un grato reencuentro aquel con mi general Ángeles. Mejoró todavía más cuando ambos nos despedimos a la entrada del hotel Presidente, donde se ubica el desayunadero en el que habíamos pasado casi un par de agradables horas. Vi su vehículo. Un destartalado carrito de modelo muy pero muy atrasado.
-- ¿Es tu carro, Tomás? –pregunté incrédulo.
-- Todavía camina, viejo –me respondió sonriendo.
Esa es la imagen que conservo de mi general Ángeles: honesto, sencillo, directo en sus palabras. Por eso entiendo a sus enemigos. A quienes hoy le cobran, a la mala, esa su honestidad, sencillez y claridad en el hablar.
Son los mismos quienes han manipulado a Calderón y por lo cual éste lo ha condenado, sin que medie el debido proceso.
Sin que Calderón asuma, aún, el costo de sus actos.
Índice Flamígero: Hasta “los de casa” sospechan. Hace un par de días escribió uno de ellos: “Dicen que lo traía en la mira desde hace años. Por alguna razón su relevantísima detención se dio hasta ahora.” + + + Faltan 191 días para que termine la invasión de poderes… y de Los Pinos.
Siempre lo hace. Sale del país con cualquier motivo, por allá le organizan una conferencia de prensa y, al calor de las preguntas, a través de sus respuestas acaba pasándose de listo. Ahora en Barbados, Felipe Calderón se fue de la lengua y, sin más, dictó sentencia condenatoria a los militares recién detenidos por –se ha filtrado, pero no se ha informado-- presuntas ligas con la delincuencia.
Textual, el ocupante de Los Pinos “lamentó y condenó” el que “algunos” miembros de las Fuerzas Armadas, “hayan incurrido en actos ilícitos y lo único que queda claro aquí es que mi gobierno no tolerará actos contrarios a la ley, vengan de quien vengan", dijo.
Todo ello al tiempo que la Procuraduría General de la República sea todavía incapaz de presentar y documentar las pruebas de los dichos de Calderón y, por tal, haya tenido que recurrir a la cuestionable figura del arraigo de los generales Tomás Ángeles Dauahare, Roberto Dawe González, Ricardo Escorcia Vargas y el teniente coronel en retiro, Silvio Hernández Soto.
Calderón se saltó a la torera, una vez más, la división de poderes. Impune, invadió la esfera del Judicial. Y sin el debido proceso de por medio, condenó cual culpables a quienes, hasta ahora, son víctimas de chismes, filtraciones periodísticas malintencionadas, y comentarios a priori, por supuesto también condenatorios, de esos “analistas” de cierta prensa comprometida con los poderosos en turno.
Colmo de todos los colmos ha sido --desde mi personal perspectiva, valga subrayar-- el intentar ligar a mi general Ángeles Dauahare con el atentado que cobró la vida hace un par de meses de otro divisionario, el general Arturo Acosta Chaparro.
Se han valido para ello de unas fotografías en las que se aprecia a ambos personajes reunidos en el restaurante Elago, en la tercera sección del Bosque de Chapultepec, captadas presumiblemente por quienes desde hace días, tal vez semanas o meses, les seguían.
De ser así, en los anales de esos agentes secretos debe haber también otra imagen de un desayuno que ambos generales sostuvieron hará cosa de un par de meses en el restaurante Au Pied de Cochon y, que --me consta porque fui invitado a la mesa de ambos divisionarios durante una buena media hora-- fue de lo más cordial, llena de remembranzas de sus épocas como cadetes que tanto Ángeles Dauahare como Acosta Chaparro compartieron alegremente con este escribidor.
El de aquella mañana fue un reencuentro con Ángeles Dauahuare. Tenía años de no encontrármelo, de no platicar con él. Acordamos entonces que en breve nos reuniríamos a compartir el café matutino, en otro desayuno y lo celebramos tres semanas después.
También en el Au Pied de Cochon, un soleado viernes de abril. Larga plática. Sobre su retiro y a lo que se dedicaba. De los amigos comunes, algunos de los cuales él ya no veía, de los que habían dejado de frecuentarme también.
Conocí a Tomás Ángeles hace ya algunos años. Reservado en cuanto a sus tareas militares, pródigo y generoso en la plática salpicada de anécdotas, de historia de México y de historia universal. En la Secretaría de la Defensa, primero. En sus tareas chiapanecas de reconciliación y búsqueda de la paz con el EZLN. Al frente él del Heroico Colegio Militar. Alguna vez, en un evento social, cuando ya estaba al frente del Instituto de Seguridad para las Fuerzas Armadas. Y después nada.
Sabía de él por amigos militares en activo y en retiro. De su legítimo deseo de ocupar la titularidad de la Sedena en el 2006. De las malas vibras que le lanzaban desde la oficina del secretario Galván Galván. De la malísima onda que le tenía Genaro García Luna.
Fue un grato reencuentro aquel con mi general Ángeles. Mejoró todavía más cuando ambos nos despedimos a la entrada del hotel Presidente, donde se ubica el desayunadero en el que habíamos pasado casi un par de agradables horas. Vi su vehículo. Un destartalado carrito de modelo muy pero muy atrasado.
-- ¿Es tu carro, Tomás? –pregunté incrédulo.
-- Todavía camina, viejo –me respondió sonriendo.
Esa es la imagen que conservo de mi general Ángeles: honesto, sencillo, directo en sus palabras. Por eso entiendo a sus enemigos. A quienes hoy le cobran, a la mala, esa su honestidad, sencillez y claridad en el hablar.
Son los mismos quienes han manipulado a Calderón y por lo cual éste lo ha condenado, sin que medie el debido proceso.
Sin que Calderón asuma, aún, el costo de sus actos.
Índice Flamígero: Hasta “los de casa” sospechan. Hace un par de días escribió uno de ellos: “Dicen que lo traía en la mira desde hace años. Por alguna razón su relevantísima detención se dio hasta ahora.” + + + Faltan 191 días para que termine la invasión de poderes… y de Los Pinos.
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