Colectivo 132

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Los universitarios a la protesta. Está bien, no son cualquiera, tienen estudios, saben ya -a excepción de aquellos cuyos padres lo tienen resuelto- qué les ofrece el mañana en cuanto salgan al mercado de trabajo. Antes se tardaron.

Hace al menos 20 años que escuché a Porfirio Muñoz Ledo y Julio Scherer García en intensa conversación sobre el futuro de los universitarios, la manera en que los gobiernos convirtieron esas instituciones educativas en filtros para no saturar el mercado de trabajo. Un título, un posgrado, nada garantiza el empleo si no hay un gobierno que estimule entre los empresarios su creación, o los cree él mismo.

Hoy, los universitarios nacidos en 1990 se enfrentan al infierno en la tierra, no digamos el que han vivido aquellos que vieron la luz a partir de 1970. La crisis recurrente, el desengaño, la alternancia para obtener más de lo mismo, les frustraron toda esperanza. Este asunto no es privativo de México, es universal, pero hay países que pueden soportarlo, otros no.

El corrimiento en los factores de poder, la aparición de los poderes fácticos, la globalización y el golpe de Estado dado por los mercados de valores a los administradores públicos, exigen ya una modificación en las reglas del juego, si no quieren que México deje su historia y la piel de sus ciudadanos en ello.

¿Qué quieren los 132? No exigen muchas cosas, pero dado el momento elegido por ellos para eclosionar, si no desean a EPN en el gobierno, tienen la obligación, la necesidad de expresar a quién sí y por qué, de lo contrario dejará de creérseles.

En medio de la reflexión acerca de este desafío -grave, porque México tiene muchas armas sueltas-, cae en mis manos un texto de Salvador Elizondo, menos solemne que lo expuesto por Marcuse, por ello más comprensible.

Escribió: “Lo que nuestra realidad real nos propone es bien poco. Casi nada nos satisface y menos que nada la mera representación de las cosas que la prensa, en todos sus modos, es capaz de darnos… los jóvenes querían todo y nada, razón por la que en términos de representación pensé también que la índole del abismo que nos separa a los adultos de ellos no es de orden temporal… sino en el significado de las palabras que empleamos”.

Caigo entonces en la cuenta que es algo más. Los universitarios, los 132 y todos los demás no escuchan a los adultos porque para ellos carece de interés lo que les proponen.

Elizondo apuntó: “Antes bien habría que preguntarse si esas (actitudes) no responden a motivaciones más profundas; a causas que ponen en entredicho la estabilidad y el prestigio de muchas instituciones falsamente prestigiadas por las religiones institucionales y por las instituciones sociales que faltas de otra posibilidad pretenden continuar en lo mismo… Si los jóvenes son los herederos del mundo del futuro, está claro que ese mundo no les interesa gran cosa en la forma en que los adultos lo han concebido. Y, ciertamente, tienen algo de razón”. Los frutos de lo que la globalización les ofrece, no les son codiciables.

Esperan que los candidatos saquen baraja nueva.

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