Lydia Cacho / Plan B
Es absurdo marchar en México, dice un tuitero decepcionado. Y aunque mucha gente puede pensar como él, igual salimos a las calles a marchar para no darnos por vencidas.
Por eso se lanzaron a las calles las y los colegas de Veracruz, para recordarle, como bien dijo Julio Scherer, que no creemos más en la retórica del gobernador y que exigimos que asuma el poder que le fue confiado para gobernar y hacerse cargo de la seguridad.
Por la misma razón casi 400 madres del norte de México marcharán para llegar el 10 de mayo a la capital del país, porque ellas no podrán celebrar nada mientras sus hijas e hijos sigan desaparecidos.
Ninguna de esas madres duerme pensando que a su hija se la han llevado los tratantes de mujeres que alimentan la industria de la esclavitud.
Marchamos por la paz, por la igualdad, marchamos contra el feminicidio, contra la violencia hacia periodistas y contra las hambrunas y la pobreza.
Y quien crea que marchar es un sinsentido no ha experimentado la fuerza espiritual que genera un codo a codo por las calles, no ha saboreado cómo los pies cansados renuevan su fuerza ante la indignación de una madre que pisa fuerte para dejar huella de su añoranza por rescatar a su hija con vida, la mirada dulce de un padre que no se da por vencido aunque le digan que su hijo seguro por ser indígena era culpable de algo.
O no conoce la sensación de vida que otorga un vaso de agua entregado por manos desconocidas en medio del camino.
Porque nada se parece al sabor de la solidaridad, de ese momento bajo el sol en que todas y todos, en nuestra diversidad, somos ciudadanía plena que se derrama por las calles con la fuerza de quien se resiste a vivir sometido al miedo, esclavizado a la arrogancia del poder, a la desesperanza, a la corrupción.
Marchamos porque creemos y sabemos a ciencia cierta que los políticos tienen obligaciones y responsabilidades, y que nuestro silencio los fortalece y nuestra exigencia o los debilita o los obliga a hacer el trabajo para el cual les pagamos.
Marchamos contra la amnesia, porque sabemos que si el país entero, o al menos un puñado de personas compasivas y solidarias, reconoce el dolor de otros y la exigencia de justicia será más fácil seguir el camino de la paz frente a tanta violencia.
Salimos a andar la patria, o hacia un pedacito de geografía bajo algún símbolo patrio, para que se comprenda de una vez por todas que nuestras libertades no están en venta en esta recesión democrática, porque no creemos que la seguridad se adquiera con violencia de Estado y porque sabemos que nunca una guerra ha traído consigo prosperidad duradera.
Transitamos por el país con nuestras consignas a cuestas porque sabemos que es momento de preguntarnos a qué hora permitimos que los peores hombres y mujeres tomaran las riendas de este país, en qué preciso día de algún año confundimos el profesional ocultamiento sistemático de la verdad con la realidad.
En qué momento, preguntamos, la engañosa y apacible negación nos convenció de que la sumisión hacia el poder no nos esclavizaría.
Marchamos para que el miedo no nos mutile, lloramos un poco en catarsis públicas para seguir adelante y encontrarnos en la mirada de personas desconocidas que creen, igual que nosotras, que el mundo puede estar mejor.
Marchamos porque nos duele lo personal y lo personal es político. Marchamos para no creer que nuestra amiga, que hace un mes estaba viva, hoy yace muerta, porque nuestro joven colega que volvió a Veracruz porque creyó que podría trabajar de nuevo ya no tomará una sola fotografía; para que los extorsionadores no se apropien de nuestros negocios, producto de un gran esfuerzo.
Salimos y guardamos silencio porque sospechamos que los criminales imitan a los policías asesinos y los policías imitan a los criminales destazadores para confundirnos más de lo que ya nos confunde un Estado que permite mantener estable un 98 por ciento de impunidad. Caminamos para no desplomarnos, para seguir de pie, para seguir conspirando por la paz.
No importa si somos amas de casa, activistas, empresarios, ingenieros, estudiantes, madres o padres, abuelos o periodistas; las barreras han caído, somos el país que se desborda y busca un nuevo cauce, somos millones que salimos cada día de casa creyendo que todo estará mejor y sabemos que sin nuestra marcha, sin nuestras convicciones y acciones no habrá mas que el mismo camino viejo, ese que nos trajo hasta aquí.
Es absurdo marchar en México, dice un tuitero decepcionado. Y aunque mucha gente puede pensar como él, igual salimos a las calles a marchar para no darnos por vencidas.
Por eso se lanzaron a las calles las y los colegas de Veracruz, para recordarle, como bien dijo Julio Scherer, que no creemos más en la retórica del gobernador y que exigimos que asuma el poder que le fue confiado para gobernar y hacerse cargo de la seguridad.
Por la misma razón casi 400 madres del norte de México marcharán para llegar el 10 de mayo a la capital del país, porque ellas no podrán celebrar nada mientras sus hijas e hijos sigan desaparecidos.
Ninguna de esas madres duerme pensando que a su hija se la han llevado los tratantes de mujeres que alimentan la industria de la esclavitud.
Marchamos por la paz, por la igualdad, marchamos contra el feminicidio, contra la violencia hacia periodistas y contra las hambrunas y la pobreza.
Y quien crea que marchar es un sinsentido no ha experimentado la fuerza espiritual que genera un codo a codo por las calles, no ha saboreado cómo los pies cansados renuevan su fuerza ante la indignación de una madre que pisa fuerte para dejar huella de su añoranza por rescatar a su hija con vida, la mirada dulce de un padre que no se da por vencido aunque le digan que su hijo seguro por ser indígena era culpable de algo.
O no conoce la sensación de vida que otorga un vaso de agua entregado por manos desconocidas en medio del camino.
Porque nada se parece al sabor de la solidaridad, de ese momento bajo el sol en que todas y todos, en nuestra diversidad, somos ciudadanía plena que se derrama por las calles con la fuerza de quien se resiste a vivir sometido al miedo, esclavizado a la arrogancia del poder, a la desesperanza, a la corrupción.
Marchamos porque creemos y sabemos a ciencia cierta que los políticos tienen obligaciones y responsabilidades, y que nuestro silencio los fortalece y nuestra exigencia o los debilita o los obliga a hacer el trabajo para el cual les pagamos.
Marchamos contra la amnesia, porque sabemos que si el país entero, o al menos un puñado de personas compasivas y solidarias, reconoce el dolor de otros y la exigencia de justicia será más fácil seguir el camino de la paz frente a tanta violencia.
Salimos a andar la patria, o hacia un pedacito de geografía bajo algún símbolo patrio, para que se comprenda de una vez por todas que nuestras libertades no están en venta en esta recesión democrática, porque no creemos que la seguridad se adquiera con violencia de Estado y porque sabemos que nunca una guerra ha traído consigo prosperidad duradera.
Transitamos por el país con nuestras consignas a cuestas porque sabemos que es momento de preguntarnos a qué hora permitimos que los peores hombres y mujeres tomaran las riendas de este país, en qué preciso día de algún año confundimos el profesional ocultamiento sistemático de la verdad con la realidad.
En qué momento, preguntamos, la engañosa y apacible negación nos convenció de que la sumisión hacia el poder no nos esclavizaría.
Marchamos para que el miedo no nos mutile, lloramos un poco en catarsis públicas para seguir adelante y encontrarnos en la mirada de personas desconocidas que creen, igual que nosotras, que el mundo puede estar mejor.
Marchamos porque nos duele lo personal y lo personal es político. Marchamos para no creer que nuestra amiga, que hace un mes estaba viva, hoy yace muerta, porque nuestro joven colega que volvió a Veracruz porque creyó que podría trabajar de nuevo ya no tomará una sola fotografía; para que los extorsionadores no se apropien de nuestros negocios, producto de un gran esfuerzo.
Salimos y guardamos silencio porque sospechamos que los criminales imitan a los policías asesinos y los policías imitan a los criminales destazadores para confundirnos más de lo que ya nos confunde un Estado que permite mantener estable un 98 por ciento de impunidad. Caminamos para no desplomarnos, para seguir de pie, para seguir conspirando por la paz.
No importa si somos amas de casa, activistas, empresarios, ingenieros, estudiantes, madres o padres, abuelos o periodistas; las barreras han caído, somos el país que se desborda y busca un nuevo cauce, somos millones que salimos cada día de casa creyendo que todo estará mejor y sabemos que sin nuestra marcha, sin nuestras convicciones y acciones no habrá mas que el mismo camino viejo, ese que nos trajo hasta aquí.
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