Mantas, punchis-punchis y papelitos de colores
El candidato feliz
Miguel Ángel Velázquez / Ciudad Perdida
A eso olía el Monumento a la Revolución ayer por la mañana. Mantas, grupos de animación, porras escritas que se repartían entre los presentes para que a nadie le fallara la memoria; camisetas con letreros alusivos al acto, himnos proselitistas a ritmo de cumbia o con el punchis-punchis a todo lo que daba. La maestra de ceremonias, que se reventaba un bolero, y los cohetes y los papelitos de colores, y todo eso que desde hace mucho impregnó su olor a esa obra pública que conmemora a la Revolución, evocó la memoria y se repitió con un déjà vu, ahora con cámaras de televisión y grandes pantallas. Ni aquellos lo hubieran hecho mejor. Ese era el olor.
La diferencia la hacía el personaje central de ese acto: Miguel Ángel Mancera Espinosa, quien pese al tufo con el que su equipo impregnó el evento con el que dio comienzo a la campaña por la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, arrebató del tedio a los asistentes, que ya cargaban con los rayos del sol de esas calientes once de la mañana.
Las mantas enormes parecían arropar la parte oriente del Monumento y hacían alusión, con diferentes frases, a Mancera. Sólo tres, una de Mario Delgado, candidato al Senado, otra de Mexicanos en Movimiento, y una más, con fondo amarillo, letras rojas y signos en negro, sin identificación política a la vista, hablaban del candidato a la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador, aunque no hacía falta.
Aunque las tribus dominantes sugirieron que el nombre de Andrés Manuel no figurara en las mantas, la gente, sin mayores arengas lanzaba, cada vez que podía, un Obrador, Obrador que sacaba gestos a sus detractores, lastimaba orgullos e hinchaba envidias, pero impulsaba aplausos que sonaban, pese al martillante punchis-punchis.
Mancera llegó al templete, y su nariz enrojecida era la prueba visible de los 27 minutos que tardó en recorrer las tres cuadras que separan Paseo de la Reforma del Monumento a la Revolución. Lo recibieron entre aplausos y fue, sin contar el discurso central, el de Mancera, la última vez que el aplausómetro sonó a la alza. Como ya es costumbre, a Jesús Zambrano se le recibió con un silencio frío que amenazaba silbatina. Al líder del Partido del Trabajo, Alberto Anaya, lo acompañó la respuesta a alguna de sus arengas, y Luis Warton, de Movimiento Ciudadano, consiguió un puñado de aplausos. Para los candidatos al Senado y a diputaciones federales tampoco hubo mucho ruido.
Y eso porque en el templete aparecían figuras inexplicables como la señora Purificación Carpinteiro, quien visiblemente desorientada se colocó a la izquierda de los candidatos que llenaban el ancho de lugar, y Jesús Ortega, quien no abandonó, casi en ningún momento, la cara de chamoy. Cosas que no miró el candidato, pero que estaban allí a plena luz del sol.
Cosas inocultables como la organización de los grupos que acompañaron a Mancera, y que a decir de Paco Ignacio Taibo II, hablaron de la estructura que aún tiene la izquierda en el Distrito Federal, que impedirá que se cambie el rumbo impuesto por los mismos defeños desde 1988, y que aún no cansa.
Por lo demás, Mancera habló de las cosas que tiene en mente realizar, desde el apoyo a los jóvenes hasta el respeto a las libertades. Mancera estaba feliz: a fin de cuentas fue el primer día.
De pasadita
Para la contienda entre los candidatos a la jefatura de Gobierno, los equipos de uno y otras, perfectamente bien conscientes de la situación política de sus jefes, afilan cuchillos y navajas. La disputa será incruenta, pero salvaje. Ya veremos el tamaño de esos equipos de frente al muy cansado ajetreo del quehacer diario. Allí, a esa altura, es donde se cocinan los triunfos electorales, así que iremos dando a conocer quién es quién en esa materia, para que se sepa quiénes son los guerreros.
El candidato feliz
Miguel Ángel Velázquez / Ciudad Perdida
A eso olía el Monumento a la Revolución ayer por la mañana. Mantas, grupos de animación, porras escritas que se repartían entre los presentes para que a nadie le fallara la memoria; camisetas con letreros alusivos al acto, himnos proselitistas a ritmo de cumbia o con el punchis-punchis a todo lo que daba. La maestra de ceremonias, que se reventaba un bolero, y los cohetes y los papelitos de colores, y todo eso que desde hace mucho impregnó su olor a esa obra pública que conmemora a la Revolución, evocó la memoria y se repitió con un déjà vu, ahora con cámaras de televisión y grandes pantallas. Ni aquellos lo hubieran hecho mejor. Ese era el olor.
La diferencia la hacía el personaje central de ese acto: Miguel Ángel Mancera Espinosa, quien pese al tufo con el que su equipo impregnó el evento con el que dio comienzo a la campaña por la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, arrebató del tedio a los asistentes, que ya cargaban con los rayos del sol de esas calientes once de la mañana.
Las mantas enormes parecían arropar la parte oriente del Monumento y hacían alusión, con diferentes frases, a Mancera. Sólo tres, una de Mario Delgado, candidato al Senado, otra de Mexicanos en Movimiento, y una más, con fondo amarillo, letras rojas y signos en negro, sin identificación política a la vista, hablaban del candidato a la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador, aunque no hacía falta.
Aunque las tribus dominantes sugirieron que el nombre de Andrés Manuel no figurara en las mantas, la gente, sin mayores arengas lanzaba, cada vez que podía, un Obrador, Obrador que sacaba gestos a sus detractores, lastimaba orgullos e hinchaba envidias, pero impulsaba aplausos que sonaban, pese al martillante punchis-punchis.
Mancera llegó al templete, y su nariz enrojecida era la prueba visible de los 27 minutos que tardó en recorrer las tres cuadras que separan Paseo de la Reforma del Monumento a la Revolución. Lo recibieron entre aplausos y fue, sin contar el discurso central, el de Mancera, la última vez que el aplausómetro sonó a la alza. Como ya es costumbre, a Jesús Zambrano se le recibió con un silencio frío que amenazaba silbatina. Al líder del Partido del Trabajo, Alberto Anaya, lo acompañó la respuesta a alguna de sus arengas, y Luis Warton, de Movimiento Ciudadano, consiguió un puñado de aplausos. Para los candidatos al Senado y a diputaciones federales tampoco hubo mucho ruido.
Y eso porque en el templete aparecían figuras inexplicables como la señora Purificación Carpinteiro, quien visiblemente desorientada se colocó a la izquierda de los candidatos que llenaban el ancho de lugar, y Jesús Ortega, quien no abandonó, casi en ningún momento, la cara de chamoy. Cosas que no miró el candidato, pero que estaban allí a plena luz del sol.
Cosas inocultables como la organización de los grupos que acompañaron a Mancera, y que a decir de Paco Ignacio Taibo II, hablaron de la estructura que aún tiene la izquierda en el Distrito Federal, que impedirá que se cambie el rumbo impuesto por los mismos defeños desde 1988, y que aún no cansa.
Por lo demás, Mancera habló de las cosas que tiene en mente realizar, desde el apoyo a los jóvenes hasta el respeto a las libertades. Mancera estaba feliz: a fin de cuentas fue el primer día.
De pasadita
Para la contienda entre los candidatos a la jefatura de Gobierno, los equipos de uno y otras, perfectamente bien conscientes de la situación política de sus jefes, afilan cuchillos y navajas. La disputa será incruenta, pero salvaje. Ya veremos el tamaño de esos equipos de frente al muy cansado ajetreo del quehacer diario. Allí, a esa altura, es donde se cocinan los triunfos electorales, así que iremos dando a conocer quién es quién en esa materia, para que se sepa quiénes son los guerreros.
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