Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Leo con asombro crónicas sobre la eficiencia de los sistemas de seguridad durante el Foro Económico Mundial, también las que refieren a los centros turísticos de alto impacto, pero todas en relación a los visitantes extranjeros -muy pocos padecen un desafortunado encuentro con los delincuentes-, nada que ver con la población local, con las víctimas cautivas que ni cuentan para promover el turismo.
Hoy, ¿quién recuerda la memoria de Eligio Ibarra Amador? Sólo sus victimarios, contentos porque podrán seguir haciendo de las suyas, allá, en Ciudad Juárez, donde ya olvidaron a las primeras víctimas de ese festín de sangre que ahoga a México, las asesinadas para establecer un punto de partida, para medir consecuencias sobre la manera de acelerar el proceso de deterioro social del país, para controlarlo mejor, para que los mexicanos no levanten la cerviz, porque de otra manera dejarían de ser el patio trasero.
Eligio denunció, con valentía, el expolio y la humillación a la que las autoridades policiacas de esa frontera someten a sus habitantes, como al principio lo hizo Irene Blanco y encendió los focos rojos sobre la corrupción de la Procuraduría de Justicia estatal y el Poder Judicial de Chihuahua, que sin miramientos enjuiciaron y condenaron a un inocente, Abdel Latif Sharif, pues la víctima por la cual lo encerraron apareció viva. Al egipcio lo dejaron morir de pulmonía en una celda.
En Cancún, Acapulco, Los Cabos, Puerto Vallarta, Veracruz, Puerto Escondido, Huatulco, por mencionar algunos lugares, nadie molesta a los turistas extranjero, pero tampoco nadie deja de pagar las cuotas a las que los tiene sujetos la falta de autoridad. Nadie se salva, ni siquiera Lorenzo Zambrano, quien crea su fortuna en México, donde es apapachado por los gobiernos, pero es expropiado en Venezuela.
Hay otro, el políticamente correcto, el económicamente bien visto, pues mientras se rasgan las vestiduras por el gesto del gobierno argentino, acá se muestran complacidos por las enormes ganancias que de México reportan y exportan los bancos Santander, Bilbao y Vizcaya, el City Bank, o el acuerdo de explotación petrolera recién firmado con Estados Unidos, y presurosa y gustosamente avalado por el Senado, porque así lo establecen los cánones de la globalización, y no hay que desentonar, porque entonces la comunidad económica internacional, los organismos financieros, las corredurías, convierten al país que se coloca en desacato, en un perro del mal.
¿Quién está a salvo? Cuando no asaltan los delincuentes lo hacen las autoridades, las que oficialmente pueden hacerlo por el “bienestar” de la nación, y nadie parece capaz de poner un ¡hasta aquí!, de decir ¡ya basta!
Que se jodan los mexicanos, para eso han acumulado 152 mil millones de dólares en reservas, por el puro afán de quedar bien, de demostrar que se puede hacer la tarea, aunque algunos mueran de hambre. Aquí, muy pocos están a salvo, pero viven en un México diferente.
Leo con asombro crónicas sobre la eficiencia de los sistemas de seguridad durante el Foro Económico Mundial, también las que refieren a los centros turísticos de alto impacto, pero todas en relación a los visitantes extranjeros -muy pocos padecen un desafortunado encuentro con los delincuentes-, nada que ver con la población local, con las víctimas cautivas que ni cuentan para promover el turismo.
Hoy, ¿quién recuerda la memoria de Eligio Ibarra Amador? Sólo sus victimarios, contentos porque podrán seguir haciendo de las suyas, allá, en Ciudad Juárez, donde ya olvidaron a las primeras víctimas de ese festín de sangre que ahoga a México, las asesinadas para establecer un punto de partida, para medir consecuencias sobre la manera de acelerar el proceso de deterioro social del país, para controlarlo mejor, para que los mexicanos no levanten la cerviz, porque de otra manera dejarían de ser el patio trasero.
Eligio denunció, con valentía, el expolio y la humillación a la que las autoridades policiacas de esa frontera someten a sus habitantes, como al principio lo hizo Irene Blanco y encendió los focos rojos sobre la corrupción de la Procuraduría de Justicia estatal y el Poder Judicial de Chihuahua, que sin miramientos enjuiciaron y condenaron a un inocente, Abdel Latif Sharif, pues la víctima por la cual lo encerraron apareció viva. Al egipcio lo dejaron morir de pulmonía en una celda.
En Cancún, Acapulco, Los Cabos, Puerto Vallarta, Veracruz, Puerto Escondido, Huatulco, por mencionar algunos lugares, nadie molesta a los turistas extranjero, pero tampoco nadie deja de pagar las cuotas a las que los tiene sujetos la falta de autoridad. Nadie se salva, ni siquiera Lorenzo Zambrano, quien crea su fortuna en México, donde es apapachado por los gobiernos, pero es expropiado en Venezuela.
Hay otro, el políticamente correcto, el económicamente bien visto, pues mientras se rasgan las vestiduras por el gesto del gobierno argentino, acá se muestran complacidos por las enormes ganancias que de México reportan y exportan los bancos Santander, Bilbao y Vizcaya, el City Bank, o el acuerdo de explotación petrolera recién firmado con Estados Unidos, y presurosa y gustosamente avalado por el Senado, porque así lo establecen los cánones de la globalización, y no hay que desentonar, porque entonces la comunidad económica internacional, los organismos financieros, las corredurías, convierten al país que se coloca en desacato, en un perro del mal.
¿Quién está a salvo? Cuando no asaltan los delincuentes lo hacen las autoridades, las que oficialmente pueden hacerlo por el “bienestar” de la nación, y nadie parece capaz de poner un ¡hasta aquí!, de decir ¡ya basta!
Que se jodan los mexicanos, para eso han acumulado 152 mil millones de dólares en reservas, por el puro afán de quedar bien, de demostrar que se puede hacer la tarea, aunque algunos mueran de hambre. Aquí, muy pocos están a salvo, pero viven en un México diferente.
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