Políticos incómodos

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Se reproduce muchísimo y causa revuelo un video titulado “los niños incómodos”, como si esos pequeños actores fuesen los responsables de la intranquilidad, de la vergüenza, del desconcierto causado por las verdades que allí se exhiben; por el llamado público, abierto, formulado a quienes se mueren por hacerse con el poder, con la posibilidad de que todo siga igual o vaya a peor.

Creo, sin lugar a dudas, que los incómodos han sido y son los políticos incapaces de articular un proyecto de nación que sustituya al que ellos mataron y enterraron, apoltronados en ese flotar fácil proporcionado por la desinformación, el ataque sin argumentos, la suma de miles de cadáveres supuestamente justificados legalmente, pero que a la sociedad le han costado 741 mil millones de pesos.

Políticos incómodos que no han sido capaces de asentar sobre el papel, después de acuerdos viables con todas las fracciones del Congreso, una transición que evite el regreso al país de un solo hombre, que impida la desaparición de la identidad nacional, que estimule la construcción de un proyecto que trascienda los resultados de la globalización y evite que México padezca lo que padecieron los favoritos de los faraones egipcios cuando eran llevados sus señores a la tumba, pues la caída del Imperio estadounidense en la cuenta larga puede significar el sepelio de las aspiraciones nacionales.

Políticos incómodos, que carentes de imaginación y sumisos a los deseos de la política bilateral de Estados Unidos, muestran como punto de orgullo la cifra récord de 152 mil millones de dólares en reservas, pero que fueron incapaces de construir una refinería, construir un aeropuerto, negociar las reformas con el Congreso, iniciar la transición y sacudir la conciencia de la sociedad, para que repudie a la delincuencia organizada y combatirla sea resultado de una estrategia, nunca de una imposición.

Se desagarran las vestiduras porque unos niños reproducen en video lo que los adultos ven ya como escenas cotidianas y ni se inmutan, porque, como dijera el difunto Miguel de la Madrid, la corrupción es imprescindible para que el sistema funcione.

Se desgarran las vestiduras porque quizá no se dieron cuenta -o lo hicieron tarde- de que sus hijos están al tanto de las tropelías que ellos cometen y, sin inmutarse siquiera, llevan pan “negro” a sus hogares, arrebatado a otros menos fuertes, menos poderosos o, quizá, más dejados, más tontos.

Nada puede resultar peor para las madres y los padres de familia, que ver en las pupilas de los hijos que éstos saben lo que hicieron y hacen para vivir; sienten el desprecio que les inspira esa actitud. Un desprecio silencioso, tímido, porque esos niños también tienen consciencia de que en el futuro deberán actuar como sus padres para vivir en idénticas condiciones e igual calidad de vida, si el modelo político no cambia.

No hay niños incómodos, sí políticos incómodos.

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