Jesusa Cervantes
Enrique Peña Nieto, “el galán de galanes”, parece no confiar en nadie que no sea su asesor de imagen, Aurelio Nuño. Sólo él y un par de Golden Boys que están en su primer círculo son dignos de ser escuchados por el candidato presidencial del PRI.
“El candidato” cree en lo que a su oído le susurran: que será el ganador indiscutible de la contienda electoral; que nadie lo iguala en carisma, que es inalcanzable y que ni por la derecha ni por la izquierda lo pueden rebasar sus contrincantes.
En suma, que el triunfo lo tiene en la bolsa. Entonces, ¿para qué debatir? ¿Para qué exponerse ante los otros candidatos? ¿Para qué dejar llegar preguntas incómodas? ¿Para qué evidenciar reacciones ante preguntas incómodas? ¿Para qué exponerse a la confrontación de ideas? ¿Para qué ver de frente a los universitarios y recibir cuestionamientos críticos, serios?
No. Nada de eso conviene a Peña Nieto, quien ha dado muestras de sobra que lo suyo no es improvisar, no es la agilidad mental ni responder de manera inteligente a preguntas incómodas.
Ejemplos hay más de uno, y ahí esta la entrevista que le hizo Jorge Ramos hace meses y ante quien titubeó cuando le preguntó de qué había muerto su exmujer, o la ya inolvidable participación que tuvo en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara.
El asesor de imagen de Peña Nieto sabe que, sin apuntador, se arriesgan demasiado.
Pareciera que Aurelio Nuño, al igual que Peña Nieto, no confía. No confía en que su “producto político” sea capaz de responder sin equívocos garrafales, así es que ¿para qué arriesgarlo?
En el equipo de campaña de Peña Nieto sostienen que si tan arriba está en las preferencias electorales, no vale la pena exponerlo.
Por ello, la orden es “no a los debates”, por eso han decidido, por el momento, que no participará en el debate al que ha convocado la periodista Carmen Aristegui. “Quienes escuchan a Carmen no son sus votantes”, han comentado en el PRI.
El equipo de campaña ha medido el efecto que puede tener su no asistencia a esos encuentros. Seguros están que la preferencia que hoy tiene le permite darse el lujo de no asistir a un evento que ya se está volviendo incómodo para el candidato priista.
La soberbia de Peña Nieto y su propio equipo de campaña los está llevando al mismo error que cometió Andrés Manuel López Obrador en 2006, cuando decidió no acudir al primer debate. Eso le restó, sin duda, algunos puntos.
Los peñistas están convencidos de que a su candidato no le sucederá lo mismo. Además, no quieren exponerlo ante nada ni ante nadie. Y no se atreven a ver que esto sí les puede afectar y les está costando.
Por ejemplo, para responder a la campaña del PAN, Aurelio Nuño decidió que no contestaría Peña Nieto, sino el partido, y que tampoco lo haría el dirigente nacional del PRI, sino seis excolaboradores del entonces gobernador mexiquense, y a todos los llevaron a una “mesa de la verdad”, que más bien pareció la mesa de la risa.
A Peña Nieto no lo puede despeinar nada. Por eso en lugar de ir a un debate con estudiantes de la Universidad Iberoamericana, prefiere ir a una entrevista diferida con TV UNAM; por eso prefiere ir al programa Todo para la Mujer, de Maxine Woodside, antes que ir al estudio de radio con Carmen Aristegui.
Enrique Peña Nieto, “el galán de galanes”, parece no confiar en nadie que no sea su asesor de imagen, Aurelio Nuño. Sólo él y un par de Golden Boys que están en su primer círculo son dignos de ser escuchados por el candidato presidencial del PRI.
“El candidato” cree en lo que a su oído le susurran: que será el ganador indiscutible de la contienda electoral; que nadie lo iguala en carisma, que es inalcanzable y que ni por la derecha ni por la izquierda lo pueden rebasar sus contrincantes.
En suma, que el triunfo lo tiene en la bolsa. Entonces, ¿para qué debatir? ¿Para qué exponerse ante los otros candidatos? ¿Para qué dejar llegar preguntas incómodas? ¿Para qué evidenciar reacciones ante preguntas incómodas? ¿Para qué exponerse a la confrontación de ideas? ¿Para qué ver de frente a los universitarios y recibir cuestionamientos críticos, serios?
No. Nada de eso conviene a Peña Nieto, quien ha dado muestras de sobra que lo suyo no es improvisar, no es la agilidad mental ni responder de manera inteligente a preguntas incómodas.
Ejemplos hay más de uno, y ahí esta la entrevista que le hizo Jorge Ramos hace meses y ante quien titubeó cuando le preguntó de qué había muerto su exmujer, o la ya inolvidable participación que tuvo en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara.
El asesor de imagen de Peña Nieto sabe que, sin apuntador, se arriesgan demasiado.
Pareciera que Aurelio Nuño, al igual que Peña Nieto, no confía. No confía en que su “producto político” sea capaz de responder sin equívocos garrafales, así es que ¿para qué arriesgarlo?
En el equipo de campaña de Peña Nieto sostienen que si tan arriba está en las preferencias electorales, no vale la pena exponerlo.
Por ello, la orden es “no a los debates”, por eso han decidido, por el momento, que no participará en el debate al que ha convocado la periodista Carmen Aristegui. “Quienes escuchan a Carmen no son sus votantes”, han comentado en el PRI.
El equipo de campaña ha medido el efecto que puede tener su no asistencia a esos encuentros. Seguros están que la preferencia que hoy tiene le permite darse el lujo de no asistir a un evento que ya se está volviendo incómodo para el candidato priista.
La soberbia de Peña Nieto y su propio equipo de campaña los está llevando al mismo error que cometió Andrés Manuel López Obrador en 2006, cuando decidió no acudir al primer debate. Eso le restó, sin duda, algunos puntos.
Los peñistas están convencidos de que a su candidato no le sucederá lo mismo. Además, no quieren exponerlo ante nada ni ante nadie. Y no se atreven a ver que esto sí les puede afectar y les está costando.
Por ejemplo, para responder a la campaña del PAN, Aurelio Nuño decidió que no contestaría Peña Nieto, sino el partido, y que tampoco lo haría el dirigente nacional del PRI, sino seis excolaboradores del entonces gobernador mexiquense, y a todos los llevaron a una “mesa de la verdad”, que más bien pareció la mesa de la risa.
A Peña Nieto no lo puede despeinar nada. Por eso en lugar de ir a un debate con estudiantes de la Universidad Iberoamericana, prefiere ir a una entrevista diferida con TV UNAM; por eso prefiere ir al programa Todo para la Mujer, de Maxine Woodside, antes que ir al estudio de radio con Carmen Aristegui.
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