Niños y crisis: Contra mensajero

Carlos Ramírez / Indicador Político

Al final de cuentas, el video Niños Incómodos logró su objetivo: demostrar que las campañas presidenciales andan en la luna, que la realidad exige compromisos más serios y que lo que se encuentra en juego es el futuro de la niñez mexicana.

Contrastados con el video de los niños, los spots de campaña de los candidatos presidenciales ofrecen, cada uno en su lenguaje y sus posibilidades, un mundo idílico, un paraíso feliz, un país de las maravillas. Ninguno parte del diagnóstico de la crisis, del reconocimiento de una reforma estructural de modelo y por tanto menos ofrece algunas soluciones. Y está quien se va, se va y se va y oferta una república amorosa, la charlatanería de las utopías religiosas, la negación infantil del marxismo y por tanto una oferta típicamente de derechas.

La ofensiva en el Congreso contra el video fue, asimismo, una demostración de la incapacidad de los legisladores para entender la realidad y por tanto, siguiendo la dinámica del pensamiento de la verdadera izquierda, la imposibilidad de transformar esa realidad.

El impacto visual de ver a los niños cometiendo las tropelías de los mayores no es más que una mirada al futuro del corto plazo: mientras políticos y candidatos se han dedicado al disfrute del poder sin atender las necesidades del cambio social, la niñez no tiene otro escenario que el que viven sin transformarlo los adultos. El video hace un juego de tiempos: presentar el futuro como el presente para ahogarse en el pasado; el futuro ya alcanzó a los niños.

No es paradójico ver a los legisladores desgarrarse las vestiduras por los derechos de los niños y no reconociendo su propia incapacidad como políticos para transformar esa realidad. Al exigir la prohibición de la circulación del video, los políticos de todos los partidos no hacen sino la típica jugada de fuga hacia adelante: cerrar los ojos ante la realidad, esperando que entonces la realidad no exista: si la realidad existe como real, peor para la realidad. Y asunto arreglado: los legisladores tendrán todo el tiempo y el espacio para seguir en su mundo ideal.

El video exhibe en toda su crudeza la dimensión de la crisis nacional: violencia, criminalidad, corrupción, incapacidad de los gobernantes. Ciertamente que el guión del video fue escrito por adultos y los niños fueron sólo utilizados como el vehículo de una denuncia, pero al final de cuentas se trató de un mecanismo de protesta.

No es la primera vez que los niños reflejan el colapso de una sociedad. Seguramente los legisladores que condenaron el video Niños Incómodos también condenarían la película Los olvidados (1950), de Luis Buñuel, donde el México del milagro económico exhibe la crudeza de la miseria en niños no sólo en su realidad sino en su sicología de derrotados.

En otra dimensión, los legisladores de todos los partidos --incluyendo a la autodenominada izquierda-- no hacen sino reproducir la conciencia burguesa de tipo diazordacista que condenó en 1965 el libro Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, porque usaba la incultura de una familia para exhibir la miseria del México idílico. El mecanismo es lo mismo: condenar todo aquello que rompa la ilusión del conformismo y evitar todo lo que pueda convertirse en un detonador de la protesta. Los niños del video y la familia Sánchez, dirían las buenas conciencias de hoy, fueron manipulados en su situación de contraste de la realidad.
El debate del video de los niños se localiza en las mismas coordenadas del libro de Lewis. En octubre del año pasado, Ilán Semo hizo en Letras Libres un recordatorio de las presiones sobre Los hijos de Sánchez que llevó al cese del director del Fondo de Cultura Económica, Arnaldo Orfila: las buenas conciencias repudiaban la difusión de la pobreza de una familia mexicana.

“La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística interpuso, en febrero de 1965, una demanda contra el libro y contra el autor en la Procuraduría General de la República. La demanda acusaba a Lewis por “el estilo obsceno, soez y ofensivo para la moral pública y la impúdica descripción de escenas eróticas que ofenden el más elemental sentido del pudor de nuestro pueblo”. Y continuaba: “También protestamos contra este libro por estimarlo antimexicano y subversivo, ya que con toda mala fe presenta solamente aspectos negativos de la familia mexicana de escasos recursos económicos y trata de convencer al lector de que solo está integrada por vagos y malvivientes”. Finalmente exigía que se retirara de la circulación y que se procediera penalmente contra su autor”.

El debate en torno al libro ocurrió justo en el momento de esplendor del llamado “milagro mexicano”, cuando México era el cuerno de la abundancia, aunque con rezagos de pobreza que estallarían en el periodo 1968-1976. Semo recoge una parte de la defensa: “en el suplemento de la revista Siempre!, La Cultura en México, Fernando Benítez y otros críticos se sumaron a la defensa de “un texto que no hacía más que registrar las condiciones de la pobreza tal y como eran percibidas por quienes eran sus víctimas”.

El video de los niños, como el espejo de Stendhal, no hace más que reflejar una realidad que ahí está: el dramático futuro de la mayoría de los niños ante la dimensión de una crisis que no se resuelve, que los políticos desdeñan y que en las campañas todos quieren esconder como basura debajo de la alfombra.

Lo paradójico es que el video no hizo más que extender a la realidad la ficción actuada por niños: los políticos responsables de tomar las decisiones para resolver la crisis --o al menos mitigar algunos de sus chicotazos-- prefieren desaparecer el video, que la realidad no se debata y perseguir al mensajero antes que reconocer que han fallado y que hoy la crisis de expectativas es peor.

La frase final del video podría ser el epitafio de la legislatura que termina su gestión este año y el acicate para la que viene: “se acabó el tiempo. México ya tocó fondo. ¿Sólo van por la silla o van a cambiar el futuro de nuestro país”.

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